Vivimos en la inercia de la prisa. Corremos y no siempre sabemos por qué, solo nos dejamos arrastar en esa vorágine en la que hemos convertido nuestra vida. Y esa aceleración de los ritmos se traslada también al consumo cultural, en concreto, a la manera en la que vemos series y películas.
Las plataformas de streaming han cambiado el panorama audiovisual y nuestra forma de consumir ficción. Netflix, Amazon Prime, HBO… ofrecen en sus catálogos un sinfín de ofertas y títulos que favorecen nuestra gula televisiva. Nos sentamos frente al televisor para darnos atracones de series y películas que anestesian nuestro cerebro y lo dejan KO. Temporadas de series de 8 o 10 capítulos nos las trabamos en un solo día o en un solo fin de semana. Consumo rápido que genera mucha más producción. Priorizamos la cantidad por encima de la calidad.
Esa falta de calidad en sus propuestas es una de las razones por las que Netflix, por ejemplo, está en crisis. A esa se suman el encarecimiento del precio de su suscripción. Salvo algunas pocas series, el resto de sus ofertas son novedades constantes y contenido de consumo rápido.
Frente a Netflix, está el ejemplo de la española Filmin, que apuesta por echar el freno a esa ansia consumista de ofrecer miles de títulos y se centran en cine de calidad. En esencia, no se trata tanto de una batalla por la calidad sino por el modelo de visionado en sí. De pasar de la serie que no puedes perderte a la buena película que quieres ver y disfrutarla apagando el móvil y prestándole toda tu atención.
Silvia Panadero analiza este movimiento slow en el consumo audiovisual en este artículo para Igluu.
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