Audrey Hepburn nunca fue mi tipo. Pero la primera vez que estreché la mano a Ben Gazzara no pude evitar acordarme de “Desayuno con diamantes” (Blake Edwards, 1961) y pensar que es misma mano había auscultado uno de los cuerpecillos más deseados del celuloide… aunque no el único.
Los mimbres de las grandes películas se sustentan en secundarios de lujo. Harry Dean Stanton (Alien, Rescate en New York, ), David Morse (La Milla Verde, Danzar en la Oscuridad, La Roca) o el desaparecido Ben Gazzara que fue secundario de su propia vida, lo que dice mucho de su generosidad.
En el universo almodovariano encontramos a Rossy de Palma o a la inigualable Chus Lampreave. En el de Alex de la Iglesia a Ramón Tallafé, y en el de José Luis Garci a Alberto Ruiz-Gallardón.
Volviendo a Gazzara, sin su concurso es difícil entender el cine de John Cassavetes, a cuyas órdenes rodó “Husbands “(1970) y “Opening nights” (1976). Cassavetes inauguró un cine que ahora creemos muy moderno, pero que fue la rabiosa respuesta americana a la nouvelle vague francesa y a Godard. Esos tipos rodaban en 16 mm como lo haría ahora un cortometrajista aficionado a los festivales digitales. Con el mismo desparpajo y libertad que se ha perdido en el cine, y que por alguna razón, en aquellos años estaba bien visto e incluso recaudaba dinero.
Jorge Castillo, un brillante pintor de la generación de Antonio López y Eduardo Arroyo, pero con mucho más sentido del humor, decidió dirigir su primer largometraje a los 72 años de edad. Los actores serían Coque Malla, Andrés Gertrudix, Enrique Arce… y Ben Gazzara, su gran amigo en Nueva York.
En 2005, y con motivo del estreno en Madrid de esa película, llamada “Schubert”, Ben y su esposa, Elke Stuckmann asistieron a la proyección del filme, nada fácil y muy alejado del gusto palomitero, pero dotado de una rara carga visual que solo un pintor como Castillo podía imprimir a la luz de la pantalla. Se sentaron en la última fila del cine, y Gazzara tuvo entre sus brazos durante todo el metraje a su pequeño perrito, que no se perdió ni un solo fotograma de la película.
Gazzara aparece en “Buffalo 66” (Vincent Gallo, 1998) una de las películas favoritas de Coque Malla. Pero no olvidemos “Dogville” (2003), de Lars von Trier, donde interpreta a un ciego lleno de dobleces. O a las órdenes del iconoclasta Todd Solondz, en “Happiness” (1998). Y ¿qué me dicen de su papel en “El gran Lebowski” (Joel Cohen, 1998). Pero fue Otto Preminger quien le dio a conocer en la inolvidable “Anatomía de un asesinato” (1959), donde su personaje, el teniente Frederick Manion, da la réplica al mismísimo James Stewart. Casi todos fueron papeles secundarios.
De vez en cuando, y ya cerca del final de sus carreras, algún director ofrece el papel de sus vidas a estos eternos segundos o terceros. Lo hizo David Lynch con “Una historia verdadera” y el ya mencionado Harry Dean Stanton.
Siempre he admirado que Robert de Niro interprete pequeños papeles sin afán de protagonismo en películas independientes, como “Brazil “ (Terry Gilliam, 1985) o “Grandes esperanzas” (Afonso Cuarón, 1998). ¿Alguien ha visto a Harrison Ford en algún filme del que no sea cabeza de cartel? ¿O a Peter Sellers? ¿O a Angelina Jolie? ¿O a Antonio Banderas?
Volviendo a esa lejana noche de 2005 en Madrid, tras la proyección de “Schubert” y con su perrito en brazos mirándome atentamente, Ben Gazzara me dijo con su voz rota:
– Movies are like smoke, Antonio… Just smoke…
Amén.