Era pequeño. Estaba en su casa, un día cualquiera, a plena luz. Vio una sombra bajar por la escalera. Era oscura, densa y se deslizaba con rigor. Su hermano también la vio. No se dijeron nada, no hizo falta, y echaron a correr tan rápido como pudieron.
En el portal del edificio estaban sus padres. Los niños, aterrorizados, les contaron lo ocurrido. Los adultos los convencieron de que no podía ser una sombra real; había sido una alucinación. Los dos hermanos lo aceptaron porque creían a la voz adulta, la sabia, la que calma. Pero, pasado el tiempo, Javier Pérez Campos recordó aquel día, aquella sombra y le preguntó a su hermano. Sí, él también se acordaba. En su memoria había quedado grabada, con todos los detalles, aquella penumbra que se escurría escaleras abajo.
«Yo lo tenía medio enterrado, pero, en el fondo, fue el motor de esta búsqueda», cuenta el autor del libro Los guardianes (Planeta, 2019). «Quería encontrar la respuesta de qué vimos ese día. ¿Era un fantasma, como diríamos popularmente? ¿Era una alucinación? Si era una alucinación, ¿por qué la vimos los dos? ¿Existen las alucinaciones colectivas? ¿A qué obedecen? ¿Dos cerebros se pueden comunicar y generar una visión idéntica? Me parece un enigma fascinante. Y todavía me hago esa pregunta. Los guardianes pueden tener que ver con la mente y con el momento en que uno se encuentra: instantes de estrés absoluto… ¿Qué diferencia hay si es una alucinación? Tú lo has vivido. Para ti es real».
Aquel misterio llevó a Javier Pérez Campos al periodismo del misterio y a publicar los libros En busca de lo imposible (Oberón, 2012), Los ecos de la tragedia (Planeta, 2013) y Los Otros (Planeta, 2016). El reportero del programa de televisión Cuarto milenio aborda ahora el enigma de los guardianes: esas voces, esas siluetas y esas apariciones que, en las encrucijadas entre la vida y la muerte, sueltan un aviso terminante y desaparecen para siempre.
En Los guardianes cuentas que el neurólogo Oliver Sacks dijo que una vez se salvó de la muerte por la indicación que le dio una voz enigmática.
Oliver Sacks siempre me ha interesado. Antes incluso de conocer su aproximación al misterio. Había leído El hombre que confundió a su mujer con un sombrero y Musicofilia, un estudio interesantísimo de afecciones neurológicas que tienen que ver con la música, como un hombre que cada vez que escuchaba el sonido de unas campanas se desmayaba. Era una persona con una gran capacidad de enfocar su atención en lo insólito, para dar una respuesta siempre que podía, y cuando no la tenía, lo decía con absoluta honestidad.
Eso me parece un signo de humildad por parte de uno de los mejores neurólogos. Él era consciente de que tenía la suerte de recibir en su consulta a personas que vivían situaciones muy extrañas porque en la neurología está ese mundo mágico, a veces desconocido. El cerebro es el gran desconocido y no descarto que gran parte de estos fenómenos del misterio tengan que ver con él.
Hubo un momento en el que Oliver Sacks empezó a recibir pacientes que le hablaban de estos mensajes. Una mujer le contó que estaba pasando por una depresión horrible y que en el momento exacto en el que iba a tomarse un puñado de pastillas para suicidarse apareció ante ella una figura vaporosa vestida como en el siglo XVIII. Se quedó paralizada y la figura le dijo: «No lo hagas porque el dolor que sientes ahora no va a volver». Esa visión fue tan brutal para ella que tiró las pastillas y salió de esa depresión de una manera milagrosa e insólita.
Ese caso no es aislado. Oliver Sacks recoge casos parecidos de gente que ha sobrevivido en situaciones límite gracias a este tipo de apariciones y lo curioso es que él mismo acaba convirtiéndose en testigo de ellas. Me parece muy valiente que lo contara en un libro llamado Alucinaciones, de Anagrama, donde él habla de las alucinaciones como algo que a veces ocurre en nuestra mente pero que no solo es producto de ella. No es solo un engaño de la mente. El neurólogo hizo un estudio del término y explicó que en los siglos XVIII y XIX hablaban de alucinación para designar una especie de conexión con lo remoto, con lo ancestral.
Lo que le ocurrió fue que, cruzando un río, se le dislocó la rodilla y se vio arrastrado por la corriente. Cuando creyó que estaba a punto de desfallecer, de pronto, oyó una voz imperante (eso es un detalle curioso porque todos los testigos describen esa voz igual: es una voz firme, una voz que no tiene nada que ver con el propio yo, una voz absolutamente calmada cuando uno se encuentra presa del pánico porque sabe que cualquier decisión puede suponer la muerte).
La voz empezó a guiar a Oliver Sacks y a marcarle un paso casi militar. Comenzó a caminar y consiguió salir del río. La voz le dijo: «Tienes que continuar». Entonces fue consciente de que si se quedaba dormido en el bosque, moriría. Esa voz le fue marcando el camino hasta que llegó a un aparcamiento y quedó a salvo.
Él denominaba ese fenómeno de una manera maravillosa: «La voz de la vida». Me parece un término muy bonito por parte de un neurólogo. Después de ser investigador, se convirtió en testigo y terminó aceptando que no tenía una explicación. Tenía una hipótesis: quizá, en un momento de tensión extrema, casi como fruto de un instinto de supervivencia, hay una parte de nosotros que se desdobla y es capaz de mantener la calma para darnos el camino hacia la vida. Sea cual sea la explicación, a mí me parece igual de interesante.
¿Quienes suelen ser los guardianes?
He recogido todo tipo de casos. A veces es solo una voz que aparece en la nada, una voz que uno escucha y que le va guiando. Otras veces es una aparición perfectamente nítida que algunos relacionan con familiares fallecidos. Hay personas que ven aparecer a su padre, que falleció tiempo atrás, para advertirles algo minutos antes de que se produzca un accidente y desaparecen. Y eso les salva la vida.
Hay gente que habla de figuras religiosas: ángeles, imágenes bíblicas… Uno de ellos, Will Jimeno, un policía que trabajaba en la Autoridad Portuaria el 11 de septiembre de 2001, fue a rescatar a víctimas en la Torre Sur durante el atentado y, de pronto, se vio enterrado entre un montón de escombros. Sus compañeros empezaron a morir y cuando él está a punto de dormirse, sabiendo que dormir puede ser sinónimo de la muerte, tuvo una especie de ensoñación en la que creyó ver a una figura que él relacionó con Jesucristo y que le animó a mantenerse con vida.
Hay otros casos que a mí me parecen ya el colmo de la extrañeza. Aron Ralston se quedó atrapado mientras atravesaba el Cañon del Colorado. Después de cinco días con el brazo aprisionado entre rocas, de pronto, vio a un niño de unos cuatro años y se vio a sí mismo sin ese brazo. Dice que sabía que ese era su hijo del futuro. En ese momento tomó la determinación de amputarse el brazo con una pequeña navaja que llevaba en el bolsillo. Era estudiante de medicina y tenía conocimientos para poder hacerlo. La descripción de ese momento que hace en su libro es terrorífica pero cuenta que lo pudo hacer por esa imagen que acababa de ver. Consiguió salvar su vida, milagrosamente, y tuvo un hijo. Cuando el niño cumplió los cuatro años, Aron Ralston supo que era el niño que había visto en esa especie de ensoñación. A veces ocurren historias que parecen sacadas del Cuento de Navidad de Dickens.
La ciencia lo explicará algún día.
Claro. Ahora mismo las posibilidades son todas. Cualquier disciplina puede ofrecernos su aproximación. Lo que yo intento hacer es acudir a la raíz del fenómeno, al estado original, cuando todavía no le hemos puesto un nombre, cuando no lo hemos encorsetado en nuestro sistema de creencias. Luego llega la religión y dice que esto es un ángel. Pero resulta que esta misma figura, tiempo atrás, era un guardián del bosque y mucho antes era una dama de los caminos. Y te das cuenta de que hay lugares donde aparecen estas cosas y donde siempre han existido. Hay muchas crónicas que ya hablaban de eso.
En Los guardianes dices que la figura del ángel de la guarda se encuentra en todas las culturas. ¿Es siempre una historia similar: un personaje sobrenatural que viene de otro mundo?
Sí, pongo un ejemplo. Un testigo ve una especie de figura de gran tamaño, oscura, deslizándose, casi flotando por la superficie del Teide. Vamos allí. Es un sitio inhóspito. Empezamos a investigar, preguntamos a historiadores y expertos en la cultura guanche y descubrimos que siempre se ha venerado al guayota, el guardián del Teide, una figura que aparecía allí, que había que honrar y que en tiempos ancestrales le hacían sacrificios para pedir su protección. Ocurre lo mismo en los Andes: los incas ofrecían sacrificios humanos. En los lugares de encuentro donde hoy se están produciendo este tipo de encuentros ya se relataban cosas parecidas. Creo que hay una clave interesante de abordar.
Parece algo eterno y universal. Aunque en nuestra cultura oficial la idea de una aparición resulte un disparate, es algo profundamente humano.
El libro empieza con una frase de Joseph Campbell (para mí, el mayor mitólogo de la historia). Dice: «El individuo tiene que saber y confiar, y los guardianes eternos aparecerán». No es cualquier frase ni cualquier autor. Él dedicó toda su vida a recorrer el mundo en busca de los mitos de cada civilización y llegó a una conclusión muy interesante que volcó en la teoría del monomito: existe un mito original del que beben todas las culturas y después cada una lo explica a su modo. Todos los mitos tienen unos patrones y unos denominadores comunes que se repiten continuamente y que parecen contar la misma historia. Las religiones lo van contando a su manera, las crónicas de la Antigua Grecia lo hacen a su forma, los tracios relatan otro tipo de encuentros, pero, en el fondo, te das cuenta de que estás leyendo y escuchando las mismas historias de hace miles de años.
A menudo es muy difícil mostrar pruebas de voces y apariciones. ¿Cómo hacéis para distinguir las historias reales de los que solo buscan notoriedad?
El periodismo del misterio tiene la lupa encima porque estamos tratando temas que la ciencia no sabe explicar del todo. Aunque eso no quiere decir que no lo esté investigando; la ciencia está investigando el misterio continuamente. Pero creo que hay que ser muy riguroso. Los guardianes está lleno de notas a pie de página. Eso es algo que no se ve en todos los ensayos, ni en libros políticos, ni en libros serios.
Es curioso que un libro de misterio esté lleno de referencias. ¿Por qué? Porque hay que demostrar que se puede investigar con rigor. Por ejemplo, te cuento la historia de Ron DiFrancesco, el último hombre que sale vivo de la Torre Sur el 11 de septiembre de 2001. Algunos medios contaron su vivencia. Dijo que había salido de allí guiado por una voz que le salvó la vida.
Me parecía una historia tan perfecta que llegué a desconfiar de ella. Por eso, en vez de limitarme a plasmarla en el libro, referenciando un artículo del New York Times, decidí contactar con Ron DiFrancesco: comprobar que existía, comprobar que su historia era creíble y comprobar que había cierta firmeza en el relato. Pasé un año de mi vida haciendo muchas cosas pero, entre ellas, intentar localizarlo. Escribí a periódicos y revistas, me descargué el listín de teléfonos de Canadá, llamé a todos los DiFrancesco que aparecían en el listín para ver si alguno era familiar de Ron, y todo eso para terminar dando con él y pasar otro año ganándome su confianza para que me hiciera un relato vivo de lo que él vivió.
Y para terminar demostrándome a mí mismo que su historia era cierta y que es realmente impactante. Él aún no ha superado muchas cosas pero está convencido de que una voz misteriosa le salvó la vida.
Para mí, esa es una forma de demostrar que se puede hacer este tipo de periodismo de forma rigurosa. Y lo hago, no por demostrar nada a nadie, sino por mi propio interés. Yo tengo mis preguntas y son reales. Y para responderme a mí mismo, tengo que ser más honesto que con ningún otro. El día que deje de interesarme dejaré de dedicarme a esto.
¿Los periódicos como el New York Times hablan de estas historias del misterio?
Sí que las cuentan. Lo que pasa es que en ese momento, el 11 de septiembre de 2001, era lógico que los medios estuvieran centrados en las cifras, los daños, las consecuencias geopolíticas del atentado, y dejaron de lado las historias personales, las sensaciones que ayudaron a muchas personas a salir con vida, las premoniciones: algunos tenían una cita concertada ese día en el edificio, empezaron a sentirse mal y decidieron no ir.
Pasa el tiempo y, por fortuna, uno puede hacer una investigación más reposada y darse cuenta de que hubo muchos casos. Sobre todo, en la Torre Sur. Los medios a veces ofrecen este tipo de testimonios sin ningún pudor, sobre todo, cuando tienen tanta fuerza como los de Ron. Su reloj estuvo expuesto en el Memorial del 11 de septiembre porque se paró en el momento que cayó la Torre Sur.
Me parece interesante que no nos quedemos solo en la tragedia, en el drama y la oscuridad que supuso todo aquello. Creo que hay que buscar la luz en ese tipo de sucesos y demostrar que hay gente que sobrevivió gracias a un milagro entre comillas y que, además, ellos acabaron convirtiéndose en guardianes de otros. Guardianes de carne y hueso que formaban parte de una especie de cadena de favores porque sentían que les habían regalado años de vida y no se habían salvado porque sí. Tenía que haber un sentido y por eso ellos también tenían que ayudar a otros. Los guardianes no solo son el fruto de este enigma que estamos intentando descifrar; quizá nosotros seamos en algún momento los guardianes de alguien.
En Los guardianes citas las preguntas que suelen aparecer ante este tipo de sucesos: ¿Por qué le ocurrió a él y a nadie más? ¿Por qué nunca antes ni después sucedió algo así?
El libro es también un viaje al misterio de la mente humana. Y la mente humana no es siempre nuestra amiga. Nosotros consideramos que somos aliados de nosotros mismos pero a veces nos torturamos con preguntas de este tipo. Me sorprendió descubrirlo en Ron. Salió vivo de la Torre Sur, pasó tres días en el hospital y cuando despertó, una de las cosas que le atormentaban, y todavía le atormentan, fue: ¿Por qué sobreviví yo y no mis compañeros?
Dice que le da pudor ofecer una respuesta sobrenatural al enigma porque implicaría pensar que un Dios o una figura benefactora lo ha elegido a él para algo. Piensa que no merecía más que otros. Es algo que atormenta a los testigos pero no hay ninguna respuesta. ¿Por qué esa voz no salvó a otros ese 11 de septiembre? No hay respuestas. Quizá tenga que ver con la mente y con la predisposición que tenga uno, aunque no lo sepa, en un momento determinado.
¿Puede tener que ver con el tipo de percepción, intuición y sensibilidad de cada persona? Todos los individuos son rápidos en captar cierto tipo de información y no se enteran de otra que tienen en sus narices.
El problema es que hay testigos que no tenían ninguna creencia, no esperaban convertirse en testigos de nada de esto. Surge de pronto y a esta realidad parece importarle poco lo que nosotros creamos o nosotros queramos. Surge cuando tiene que surgir ante quien tiene que surgir y eso acaba haciendo que el sistema de creencias se tambalee en su cabeza.
Eso es muy interesante: analizar al testigo antes, durante y después. Y ver cómo esto le transforma la vida. Lo bonito es que lo transforma para bien, para ser muy consciente de lo que es la vida. Muchas veces estamos aquí con el piloto automático y no paramos a pensar que tenemos suerte de estar bien, de estar vivos. Esta gente ha renacido y, de repente, valora la familia, intenta quitarse horas de trabajo y hacer todo lo posible para tener una vida plena. Es una forma de agradecer esa segunda oportunidad.
¿Por qué a muchos les molestan tanto estas historias? Insultan, desprecian, tachan de ignorante y magufo al que las cuenta.
[Javier Pérez Campos pone gesto de extrañeza, como si nunca antes hubiera oído algo así] Es interesante…
A ti te respetan.
A mí me respetan porque yo vivo en un núcleo muy particular.
Es interesante ver cómo van cambiando los detractores de la creencia eterna y universal en los guardianes, espíritus, otros planos mentales o lo que sea. En el XIX la Iglesia católica los atacaba a muerte porque los veían una amenaza a su poder y porque promovían la ciencia y los valores de la Ilustración. Formaban parte de la elite cultural de Europa. Hoy los atacan los ateos: ridiculizan a todo el que se niegue a creer que hay algo más que partículas de materia.
Yo creo que interesamos como rebaño. No interesamos siendo individuales, pensando, teniendo tus ideas particulares. Ahora conviene que seamos materialistas por encima del ser, que formemos parte de una cadena donde todo se puede comprar y vender. No importa tanto la esencia, el ser, sino el demostrar y aparentar. Y todo tiene que ver con eso: este tipo de cosas no se pueden explicar, no son racionales, no son materiales. Todo esto se aleja de lo que hoy en día es el dogma. Estas ideas pueden resultar peligrosas porque generan esperanza de una manera más interna que no tiene que ver con la emoción de desprecintar un teléfono recién comprado. No conviene.
De todas formas, creo que esto no es nuevo. Antoine de Saint-Exupéry escribió que su sociedad [de principios del XX] había abandonado la poesía, la reflexión, la identidad propia y se había vendido a un sistema que nos quería produciendo y comprando. Él hablaba sobre cómo cambiaban de frigorífico, cómo se podía comprar y vender todo, y cómo podían deshacerse incluso de lo que nos une de manera emocional. Es una reflexión muy interesante. Te das cuenta de que quizá por eso sea más necesario que nunca un libro como este, que pretende enfocar la luz en la esperanza, en las historias personales por encima de ese abismo y esa oscuridad con la que cada día nos bombardean los medios.
Lo que sí ha cambiado es la percepción que tenemos de estos fenómenos. Las personas de principios del XX, nuestras abuelas y bisabuelas, hablaban de las apariciones con total naturalidad. No les tenían miedo; eran parte de la vida. Ahora nos dan terror. Creo que el cine, la literatura y la industria del entretenimiento tienen mucho que ver en este cambio: de historias de esperanza, como tú las llamas, a historias de horror.
Antes los grandes creadores de mitos eran los chamanes. Ellos relataban cómo era el mundo de los ancestros. Eran los que se comunicaban con los dos mundos, los que traían la esperanza. Los creadores de mitos del XX y del XXI están en Hollywood, la fábrica del cine. Los mitos van variando del albur de la hoguera al proyector de cine y el cine a la carta. Ahora conviene que estas cosas asusten porque el miedo, cuando es ajeno, genera interés.
Yo he investigado el miedo: desde el práctico (el ancestral, cuando el rugido de la pantera nos ponía la piel de gallina) hasta los miedos modernos que ha construido una industria. No hay que irse muy lejos: la segunda parte de IT está siendo una película de las más taquilleras. Y dentro de poco estrenarán más películas de terror por Halloween.
Todo eso mueve a la industria: gente que quiere pagar un miedo que es cómodo. Pagas por que te asusten pero sabes que no pasa nada. Y te recuerda a cuando tu madre te contaba historias de terror en la cama y te daba un beso y tú te arropabas pensando que la sábana era mágica y no te iba a pasar nada. El miedo trae confort: al final, es una búsqueda que tiene que ver con nuestro sistema neurológico, nuestra psicología y nuestra mente colectiva. Ahora es normal sentir miedo por estas cosas. Nos lo han inculcado así. Pero vuelvo a lo mismo: todavía hay opciones de reconducir todo esto hacia el origen: el encuentro con lo ancestral era algo maravilloso y podía traer esperanza.
¿A ti estos hechos inexplicables te dan miedo?
Yo he pasado miedo en muchos sitios y sigo pasándolo. Es algo que llevamos metido muy dentro y es ingobernable. Cuando surge el miedo, no hay manera de controlarlo. Pero mi aproximación a este libro es muy distinta al anterior, Los otros, en el que yo hablaba de estos casos como algo que me atemorizaba. En Los guardianes sufrí la muerte de un ser querido y me di cuenta de que si estas personas vuelven, no puede ser para hacernos ningún mal. Esa energía buena que ellos dejan nos pueda ayudar a seguir adelante y a superar una muerte.
Una respuesta a «Javier Pérez Campos: «Todos los testigos describen una voz firme, calmada y que no tiene que ver con el propio yo»»
Me ha gustado mucho el artículo.
Solo comentarles que la cultura canaria es » GUANCHE»
El término » guachinche » significa bar de comidas casera. Por si quieren corregir el término. Gracias