Cientos de artículos loan el mensaje de empoderamiento femenino que presuntamente ofrece la película. Este no es uno de ellos. Que te den feminismo por liebre es fácil, básicamente porque este movimiento es tan amplio que cogiendo una parte pequeñita es fácil apoderarse del todo. Y esto es lo que sucede en este film, que aparece en un momento en que los ánimos andan muy caldeados en la Costa Oeste estadounidense.
Es obvio que corren malos tiempos para el machismo en la industria del entretenimiento. El movimiento #metoo es la prueba más palpable. A rebufo del mismo, se está creando un nuevo paradigma que impulsa no solo a ser feminista, sino a parecerlo.
Proliferan a su sombra una legión de conversos, que han mutado de piel para ganarse simpatías, ahorrarse disgustos y, no nos engañemos, seguir capitaneando la recaudación en taquilla. El capitalismo audaz siempre ha fagocitado la disidencia para acunarla en su establisment y sacarle rédito.
En este panorama, es fácil recurrir al feminismo «fast food», que consiste, básicamente, en ofrecer películas en las que la protagonista es una mujer trabajadora y, como bonus extra, se ridiculiza socarronamente a su pareja.
Esta es la fórmula que emplea Los Increíbles 2 (Brad Bird, 2018) y que aparentemente ha logrado su objetivo: contentar al airado feminismo y conectar con la nueva sensibilidad de los espectadores. Pero antes de perpetrar la autopsia del film, procede analizar el contexto en el que este se presenta.
Pixar, la filial de Disney que produce la película, tenía que entonar el mea culpa por sus pecados machistas. La punta del iceberg era la confesión de su supremo sacerdote, John Lasseter, que reconoció que se le iba un poco la mano a la hora de intercambiar ideas con sus empleadas.
«Me disculpo profundamente si os he decepcionado. Especialmente quiero pedir perdón a cualquiera que haya estado en el lado contrario de un abrazo no deseado o cualquier gesto que sienta que haya cruzado el límite de algún modo, manera o forma. No importa cómo de inofensiva fuera mi intención: todo el mundo tiene el derecho a establecer sus propios límites y que se respeten», plañía el director creativo en noviembre de 2017.
Y acto seguido, hacía mutis por el foro. Primero se tomó seis meses de excedencia y finalmente decidió autoexiliarse de la primera línea de la compañía, conservando un discreto cargo de consultor.
Es difícil creer que la decisión del creativo obedeciera a un genuino acto de contrición. En aquel momento, las denuncias por acoso tras el caso Weinstein proliferaban como las setas en otoño y probablemente prefirió servir su cabeza en una bandeja a esperar a que se la cercenaran.
La genialidad de John Lasseter está fuera de toda duda: revolucionó la industria de la animación a través de la informática, reinventó el género de las películas infantiles y las dotó de un inteligente canto de sirenas que atraía a sus salas tanto a niños como a adultos. Las inolvidables Toy Story, Cars, Up, Wall-e o Inside Out, por citar algunas, se pergeñaron desde su batuta como director o productor ejecutivo.
Durante décadas, Lasseter cultivó una imagen simpaticota, de «niño grande», ataviado de camisas hawaianas, que impulsaba divertidas instalaciones para sus empleados con billares y salas de juegos. Pero en dos años, pasó de «niño grande» a «adolescente salido» y su imagen y la de su compañía se resquebrajaron en este tránsito.
A raíz del escándalo, que es una cuestión que habría de dirimirse en los juzgados, se inició un debate que debería haber saltado a la palestra antes y que no deja de ser la madre del cordero: la industria de la animación es un club de hombres heterosexuales y blancos.
«Las mujeres y las personas de color no tienen la misma voz creativa». Así de claro lo dejaba Rashida Jones, que se apeó de la escritura del guion de Toy Story 4 por esa razón. Basta con repasar la filmografía de Pixar para ver que únicamente cuenta con una codirectora, Brenda Chapman, que abandonó a la mitad la realización de Brave (2012) por las intromisiones de Lasseter como productor.
Así las cosas, la que había sido la industria de animación con mejor imagen del mundo estaba a un tris de perder su estatus. Y no deja de ser casual que en este ínterin aparezca Los increíbles 2 encerada por un halo feminista porque su protagonista es una mujer.
Helen Parr, Eslastigirl, recibe la oferta de trabajar como superheroína y ¿cuáles son sus dudas y sus motivaciones a la hora de tomar la decisión? Por una parte, no quiere dejar de cuidar su familia; por otra, se justifica sabiendo que si acepta el encargo, beneficiará a su marido, que podrá recuperar la profesión que tanto le gusta. En ningún momento a la protagonista le da por pensar en lindezas como qué es exactamente lo que desea o qué quiere hacer con su carrera.
Las conductas que describe el film son precisamente de las que adolecen las mujeres en el mundo laboral: la mala conciencia por no poder asumir plenamente la crianza de sus descendientes y la manía de pecar de exceso de modestia. Y no es que el film plantee una situación realista para darle salida, sino que perpetúa el statu quo. Para que sintamos empatía por la protagonista tiene que sentirse culpable por dejar a sus hijos y no vanagloriarse de sus logros.
Además, la trama impulsa a que resulte gracioso que el marido, que no valora los triunfos de su mujer, tenga que disimularlo. Y también resulta jocoso que la heroína, mientras salva al mundo, hable por teléfono con su hijo. Esto está dentro de una normalidad que no tiene visos de cambiar.
Curiosamente, el único personaje que le plantea a la protagonista que tal vez esta ha permitido que su carrera haya discurrido siempre a la sombra de la de su marido es la villana. De esta forma, al poner la obvia cuestión en voz de la antagonista, se lanza el sucinto mensaje de que solo pensaría algo así una persona malvada. Por lo tanto, se desprende que lo que le toca a Helen y al resto de féminas del mundo es no plantear este tipo de cuestiones de «mal gusto» que pueden provocar que un marido se sienta incómodo.
Y para seguir con el ranking de tópicos, la protagonista agradece su éxito a su marido, porque si él no la hubiera «ayudado» con los hijos, no lo habría conseguido. Ayudar es lo que hace un hombre cuando asume su responsabilidad en la esfera familiar. Así se lanza un mensaje tan perjudicial para hombres como para mujeres.
Mención aparte merece la ridiculización del esposo, incapaz de cuidar de sus tres hijos en ausencia de la madre. Las películas de solteros que no sabían cocinar o de hombres que intentaban cambiar pañales sin tener ni idea tenían su gracia… hace tres décadas. Una de las muchas corrientes que fluyen por el nuevo feminismo le tiene bastante inquina a los hombres.
La masculinidad parece para esta minoritaria corriente culpable de todos los males del mundo. Y una buena forma de ajustar es proceder al escarnio del macho.
En Los Increíbles 2 se explota el tópico, intentando absurdamente demostrar que un padre no puede hacer lo mismo que una madre. El chascarrillo se alarga ad nauseam intentando buscar la complicidad femenina y empleándola para enconar el cliché. Y de este modo, se deja leer entre líneas la necesidad de que la mujer asuma el total cuidado de los hijos.
Tal vez una de las escenas más aciagas desde la perspectiva de la trasmisión de valores es la que protagonizan los dos hijos, Violeta y Dash. Ambos compiten durante toda la película por ser el que actúa y no el que cuida de su hermano pequeño, Jack-Jack. Pero al final de la cinta, Violeta renuncia a intervenir en la acción porque tiene el poder de crear un escudo protector con el que defender al benjamín de la familia Parr.
Otra mujer que renuncia a lo que quiere hacer porque tiene el poder (y la obligación) de cuidar y proteger.
Así las cosas, la película, que se enorgullece de su feminismo, flaquea en muchos puntos e invita a un debate sobre en qué dirección deberían orientarse los productos audiovisuales para transmitir un mensaje igualitario.
3 respuestas a «Por qué ‘Los increíbles 2’ no es la película feminista que nos pretenden colar»
Totalmente de acuerdo, estos productos «pseudofeministas» hacen más daño que las princesas Disney, que al fin y al cabo, sabemos que son lo que son, y pueden confundir a jóvenes espectadoras, formando opiniones y conductas que perpetúan otro estereotipo dañino: el de la superwoman que hace carrera, si, pero echándose a la espalda además, el cuidado de los hijos y la atención al ego del compañero, no vaya a sentirse inferior compartiendo las cargas familiares que le tocan.
Tal cual!
Fui a verla al cine cuando salió, para acompañar a mi hermana menor que adoró la primera.. y salí de ahí mareada. Pero no pude identificar todos los puntos en los que estuvo mal, y no hubiese podido sin leer este prolijo artículo que los enumera. Solo sabía que era un discurso muy peligroso, por estar disfrazado de «feminista», y por la masividad con la que se dio.
Excelente Marga!!
No se olviden que, en una de las escenas finales, Elastigirl es preguntada por su futuro por la prensa y ella coge a su bebé y dice algo así como que renuncia a lo de ser la que trae el pan a casa. Más alto. No, más claro.