Las primeras películas de cine mudo hacían que el público se partiera de risa viendo cómo alguien resbalaba al pisar una piel de plátano. Hoy día el famoso, el poderoso, el afortunado o el opulento deben permitir que el resto de los mortales disfrutemos con las chanzas y mofas que a su costa se generan.
(Opinión)
En casi todos los chistes hay alguien que sale perjudicado; o bien queda como un imbécil o como un burlado, o sufre alguna vejación, accidente o fatal circunstancia.
Destacar el innegable parecido de nuestro amado ministro Wert con el Tío Fétido de La familia Addams (Barry Sonnenfield, 1991) es algo que ya hicimos una vez aquí por otros motivos, pero que pasó desapercibido y quizá merezca la pena reivindicar ahora más que nunca. Mírenlo bien.
Cuando vi en el cine la primera entrega de la perturbadora Saw (James Wan, 2004), ante la difícilmente soportable sucesión de horribles torturas, había un tipo entre el público que no paró de reírse durante toda la proyección, sobre todo en los momentos en los a algunos espectadores nos costaba enfrentarnos al horror de la pantalla. El recuerdo de ese espectador me sigue dando más miedo que la película en sí.
Aquí se ponen muy serios si Canal+ France hace un par de chistes gruesos con sus guiñoles mostrando a Rafa Nadal orinando en un coche, y gracias a las sustancias dopantes presentes en su orina, lograr que el vehículo arranque. Se ofende Nadal, en vez de reírse con deportividad, se ofenden los organismos, la federación, los contertulios habituales… se ofende España. O hace poco, Blatter (el jefazo de la FIFA) se marca un bailecito imitando a Cristiano Ronaldo y de nuevo se ofende la hinchada madridista, el mencionado CR7, los contertulios habituales… y se ofenden España y Portugal.
“Ande yo caliente, y ríase la gente”, nos decía con deliciosa retranca el culterano y poco reivindicado Luis de Góngora. Mientras, su archienemigo y contemporáneo Francisco de Quevedo hizo del humor negro y satírico su bandera. Gracias a su ingenio mordaz existen hoy publicaciones como El Jueves.
¡Ah, aquella portada de El Jueves… ! No hace falta ser republicano para concederle la gracia (y enseñanza) que escondía el dibujo. Humor de brocha gorda, tal vez, pero aquí se lució el juez Del Olmo al secuestrar la publicación y provocar una difusión planetaria de la imagen de los Príncipes de Asturias fornicando en un yate.
Humor y religión nunca se han llevado bien. Las viñetas del diario danés Jyllands-Posten con Mahoma tocado por un turbante explosivo no es que fueran para llorar de risa, pero casi le cuestan la vida a su dibujante, además de provocar sangrientos disturbios en el mundo islámico. Tampoco en Israel hace ninguna gracia cualquier alusión a sus rabinos, o a la Torah, y no digamos cómo las gasta la iglesia católica, siempre intentando censurar exposiciones, películas, etc. Ya en El nombre de la rosa, Umberto Eco dispara al origen del problema, pues el libro robado que provoca toda la trama es el único que Aristóteles habría dedicado supuestamente a la risa…
Las líneas rojas se desplazan con el tiempo. Cómo, si no, explicarse el éxito de aquel gag hoy inaceptable de Martes y Trece conocido como “Mi marido me pega”… ¿Recuerdan? Atención a las risas del público porque dan escalofríos, como las de aquel espectador de Saw que les mencionaba antes.
Las viñetas satíricas de The Guardian o de The Times harían enrojecer al más liberal y permisivo de los diarios españoles. En el Reino Unido los personajes públicos, y muy especialmente la Corona (y alrededores) y el primer ministro (que suele ser dibujado con cabeza de condón), son objeto de verdaderos escarnios. Al fin y al cabo, ellos inventaron Spitting Image, precursores de los guiñoles de Canal Plus.
Así que no nos pongamos estupendos; la desgracia ajena hace gracia, desde los tiempos de Petronio y su Satiricón… o más tarde Boccaccio y su Decamerón.
A nosotros siempre nos quedará El Jueves, a cuyos irreductibles artífices dedico con cariño y admiración este artículo.