Lo primero que hicieron los propietarios de una vivienda con jardín, horizonte y piscina desbordante cuando vieron que sus vecinos construían una pared medianera de 15 x 8 metros fue llamar a un abogado. Lo segundo, contactar con un arquitecto.
La dudosa legalidad de la pared provocó que tuvieran que interponer un juicio contra los vecinos y, conscientes de que la resolución llevaría años, encargaron a Manuel Ocaña que buscase una solución que hiciera más llevadera la espera.
«El cliente quería desafectarse anímicamente. El ‘paredón’ estaba presente desde cualquier punto de una casa y resultaba amenazador porque sus propiedades espaciales y materiales eran negativas: era plano, crudo, duro, seco, opaco, sombrío, gris, desafiante e impenetrable –explica Ocaña–. En una casa pensada para mirar al horizonte, les apagaba la vida doméstica. Habían llamado a paisajistas, a otros arquitectos, pero las soluciones aportadas no les satisfacían».
El equipo del estudio de Manuel Ocaña, del que también forman parte Miguel Molins y Yolanda Herranz, podría definirse con el término de «arquitectos artistas». Profesionales que, además de buscar soluciones basadas en la creatividad, la originalidad y la belleza, producen al completo los proyectos que proponen.
«En un primer momento pensamos en un espejo gigante. Parecido al sol de Olafur Eliasson para la Tate Gallery. Pero era inviable técnica y económicamente, así que desechamos la idea muy pronto. Al final nos decidimos por una solución basada en un elemento activo, que no fuera estable a la luz, con reflejos, vegetación y agua pulverizada, que además climatizase y crease nuevas estancias y recorridos. En definitiva, un juguete que pudiera recordar la experiencia de la puesta de sol».
Explicado así, el proyecto parecería la cosa más sencilla de ejecutar, sin embargo, la propuesta estaba sometida a importantes restricciones tanto económicas como técnicas.
«Necesitábamos una estructura independiente porque no podíamos apoyarnos en el muro malo y sólo había tres áreas de apoyo a diferentes cotas. Además, había que salvar depuradoras, una piscina desbordante y el paso por unas escaleras que bajan a un sótano».
Por si esto no fuera suficiente, la estructura debía ser modular y desmontable para que cada una de las piezas pudiera ser introducida en el jardín por una puerta de 2 x 1 metros. Finalmente, se optó por un conjunto de espejos rodeados por vegetación y de pulverizadores de agua que refrescan el ambiente y generan efectos irisados.
«Se hicieron varios prototipados con los elementos que proporcionarían los reflejos. Se ejecutaron en acero inoxidable pulido y se cilindraron, es decir que son convexos, para evitar deslumbramientos. Es semejante a los cromados de los coches, que también son convexos y así no destellan ni se calientan como la chapa. En nuestro caso, aunque les dé el sol directo ni deslumbran ni se calientan, aunque por su parte, los pulverizadores de agua crean un microclima que refresca el jardín al mismo tiempo neutraliza la gran inercia térmica del muro, que soltaba calor hasta bien entrada la noche».
El resultado final, además de haber recibido una entusiasta acogida por parte del cliente, reproduce un horizonte artificial que inunda el jardín de luz, color y frescor y recuerda a muy diferentes formas o imágenes. Desde la cola de un pavo real hasta el sueño daliniano de Spellbound.
«Es un trabajo con el que se pueden hacer símiles con objetos vivos, entre los que podría estar la estructura un ala de murciélago transformista, un árbol de frutos metálicos o, lo que más nos gusta, un splash de burbujas que sale de la piscina. En todo caso, lo importante es que sus propiedades espaciales y materiales son ahora positivas. Es profundo, vivo, húmedo, cambiante, luminoso, colorido, reflectante, refrescante, desbordante, moldeable, fibroso, empático y sexy. Incluso ya ha atraído a varias especies de pájaros».
Fotografías: Miguel de Guzman.
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