El arte es una amante caprichosa. Unos pocos elegidos llegan a tocar el cielo en la tierra y a disfrutar de las mieles del éxito mientras muchos otros o no llegan a obtener el reconocimiento que merecen o lo hacen cuando ya es demasiado tarde. Entre los que sí lo consiguen hay un grupo diminuto y habitualmente inasequible: el de los que logran dejar una huella indeleble en el mundo del arte. Es el caso de Lucian Freud, nieto del inventor del psicoanálisis, que llegó a cambiar la forma en la que las personas se miran a sí mismas a través del arte con una mirada, la suya, que no se parecía a ninguna otra.
En 2022 se celebró el centenario de su nacimiento y el Museo Thyssen y la National Gallery de Londres le dedican una retrospectiva que recorre las diferentes etapas de su pintura a través de más de medio centenar de cuadros.
Nacido en Berlín en una familia judía, la más tierna infancia del pintor tuvo lugar en la Alemania inmediatamente anterior al ascenso de Hitler y la instauración del Reich nazi. Tan inmediatamente anterior que Lucian Freud tenía tan solo once años cuando la familia se mudó a una Londres que terminaría por ser el lugar predilecto del artista. «Londres, el lugar que prefiero en todos los sentidos a todos los demás que he visitado».
Estudió en la Central Saint Martin’s School of Art de Londres y en la East Anglian School of Painting and Drawing en Dedham, aunque no se dedicaría a pintar a tiempo completo hasta después de servir en la Marina Británica durante la Segunda Guerra Mundial. Eligió el retrato como género principal en el que desempeñarse temprano, a pesar de que no terminaría de adquirir el estilo que le caracteriza hasta más adelante.
Cuando se habla de Lucian Freud, son inevitables las menciones a su promiscuidad. Además de tener 14 hijos con 6 mujeres diferentes y de casarse dos veces, según uno de sus biógrafos, el artista era aficionado a mezclar la búsqueda de nuevas modelos con la búsqueda de nuevas amantes con una voracidad que hoy seguramente le habría abocado a la cancelación.
Es conocido también su hábito de retratar siempre modelos a las que hacía posar durante horas. Según el propio artista, con el fin de alcanzar un conocimiento profundo de las personas que tenía delante. Solo así podía pintarlas. Porque «si no las conoces, solo puede ser como una guía de viaje».
Los retratos de Freud van más allá de la representación hermosa de individuos humanos, de la misma forma en que su abuelo iba más allá de la medicina física y trataba de desentrañar las profundidades de la mente. Para él mismo, la suya era una tarea cuasi científica. Interesado en «los interiores y los bajos de las cosas» y de acuerdo con sus propias palabras Lucian era una «suerte de biólogo». Para el pintor, el retrato requería de un estudio detenido, casi exhaustivo. «Mi objetivo al pintar cuadros es tratar de emocionar los sentidos[..] Que esto se pueda conseguir depende de cómo de intensamente el pintor entienda y sienta a la persona que haya elegido».
La pintura de juventud de Freud se acerca más al surrealismo que los retratos y desnudos por los que terminará adquiriendo más fama. En esta etapa, Lucian se inserta en una corriente que había sido profundamente influida por los trabajos de su abuelo Sigmund Freud. Escenas que suceden en un mundo real pero inquietante, perturbado de alguna manera por la mirada del pintor en un esfuerzo por capturar algo que no está pero se intuye.
Los desnudos llegarían después, a mediados de los 60, prácticamente en el ecuador de su carrera. Igual que el estilo gestual por el que terminaría siendo conocido. Primero fueron las pinturas de trazo fino y líneas cuidadas y milimetradas, después los cuerpos y las caras y las pinceladas fluidas y gruesas. La evolución se produjo casi al mismo tiempo que el pintor se alzaba para empezar a pintar de pie, posición en la que trabajaría durante casi 60 años.
La pintura de Freud no se limita a la consagración de lo que hay sino que incide en la búsqueda de lo que es. La importancia pues, está en lograr capturar a la persona en el lienzo, y no solo su apariencia. «Sé que mi idea del retrato viene de la insatisfacción con los retratos que se parecen a la gente. Me gustaría que mis cuadros sean de gente, no que se parezcan a ella».
La búsqueda de Freud de la obra perfecta le llevaría a pintar hasta bien entrada la tercera edad, abandonando el caballete solo para despedirse para siempre en 2011 a los 88 de edad. Hasta ese momento, Freud siguió pintando sin descanso, trabajando por la obra, en conocedor de que el artista no debe aparecer en su trabajo «más que Dios en la naturaleza» puesto que «el hombre no es nada; el trabajo lo es todo».
La exposición Lucian Freud. Nuevas perspectivas está disponible en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid hasta el 18 de junio. Las entradas están disponibles aquí.
La muestra se divide en seis secciones diferenciadas que recorren las distintas etapas creativas de Freud. Sus inicios en la pintura se recogen en Llegar a ser Freud; sus Primeros retratos; la exploración de su preferencia por retratar a personas cercanas en Intimidad; el estudio de Poder a través de sus retratos a personajes destacados; la importancia del espacio creativo en El estudio; y, finalmente, en La Carne, la búsqueda entre sus últimos desnudos de esa verdad que late detrás de todos los cuadros de Freud, propia y a ratos de apariencia indecorosa en su naturalismo.
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