Eso de «con la comida no se juega» podría aplicarse a muchos platos, pero no a los macarons (o macarrones, como los llama la RAE, que sabrá mucho de palabras pero nada de naming).
Porque si de algo pueden presumir estas galletas coloridas que nacieron en Francia y en Italia, y que se han extendido a medio mundo es precisamente de eso: de dar mucho juego. Al menos en Instagram.
Basta introducir el hashtag #macarons para adentrarse en el paraíso del azúcar y el colorante alimentario. Y decimos macaron y no macaroon porque, aunque parecen lo mismo, no lo son. Los primeros son menos diabéticos que los segundos, que llevan más de todo. Ahora bien, el resultado visual es bastante parecido.
Dejando los macaroons a un lado por aquello de la operación bikini (a la que en Yorokobu siempre llegamos tarde o no llegamos), los macarons se muestran a tutiplén en las más diversas y coloridas manifestaciones.
Triunfan los pantones y sus intensas gamas de colores.
También los patterns, tan equilibrados, tan preciosos:
Los hay con formas cuquis y de dibujo animado:
O que te transportan directamente a una galaxia muy muy lejana:
Pero siempre apetecibles, equilibristas y preciosos.