Si escuchas a tu hija exclamar sin complejos que está mamadísima, tranqui, no salgas corriendo a por el café con sal. No está confesando su estado de embriaguez, sino exaltando su fortaleza física. Sin embargo, no es ese el primer significado con el que llegó a su vocabulario.
Para entender cómo hemos pasado del mamado boomer (borracho o fácil según el contexto) al mamadísimo de los Z, tenemos que viajar al otro lado del Atlántico. En países como México, Guatemala y Honduras, una persona mamada es una persona musculada. Los (y las) cachas de toda la vida, de esos que lucen tableta y son carne de gimnasio, a las que aspiramos a parecernos cuando metemos barriga y a las que despreciamos profundamente como fruto de la envidia más cochina. En resumen, el ideal de belleza que nos han metido a tornillo allá donde posemos la mirada.
Una vez más, se produjo un flujo migratorio desde América hasta a España a través de redes sociales como YouTube, Twitch y TikTok. Pero aquí subió un peldaño en la escala de intensidad y sus nuevos hablantes prefieren emplearla en superlativo. Ya no se está mamado, se está mamadísimo, hablemos con propiedad.
También navegaba en los mares gamer para expresar lo difícil que era el juego en cuestión (según explica mi adolescente favorita, a la que recuerdo que está castigada sin jugar hasta su jubilación por lo que ella sabe), aunque en otras partes he leído que significa todo lo contrario. Un juego mamadísimo es tremendamente fácil.
Y como la lengua es un ente vivo y va cambiando de piel, ahora los más jóvenes relacionan mamadísimo/a con fuerza física, independientemente de si se tienen músculos desarrollados o no. Y con lo bonito (bonitísimo, si seguimos la escala) en general, aunque en menor medida. Eso sí, lo que no falla es su característica pronunciación: con todo el acento en la primera i y alargando la s hasta el infinito y más allá para convertir ese superlativo en el sumun de lo que sea.