La televisión es un medio de comunicación que ha recibido críticas feroces desde sus comienzos. Puede que la frase más conocida sea de Groucho Marx:
«Creo que la televisión es muy educativa. Cuando alguien la enciende me voy a leer un libro».
Pocos conocen el contexto de la frase de Groucho. El humorista la escribe en una revista de televisión en 1950 para llamar la atención sobre su concurso de televisión You bet, your life que ya había presentado en la radio. En este programa Groucho hace preguntas difíciles y otras del tipo «¿De qué color es la Casa Blanca?»
El concurso está en antena once años. Sin embargo, la frase con evidente sentido irónico (¡salgo en televisión y la critico!) pervive hasta nuestros días con el significado original perdido.
Quien carece de ironía es Eleanor Roosevelt al escribir en 1958:
«Si la finalidad del tiempo libre es dedicarlo a ver unas horas extras diarias de televisión, vamos a deteriorarnos como personas».
¿Qué pensaría doña Eleanor Roosevelt de los programas de tarde españoles?
Un año después de las palabras de la dama, se estrena La dimensión desconocida creada por Rod Serling, el primer showrunner, aunque el término no existe aún. (La palabreja se populariza a partir de que David Chase —que odia la televisión— crea Los Soprano).
Serling considera que la televisión consigue que un escritor llegue a más público. Para sortear la férrea censura de la época usa la ciencia ficción:
«Los marcianos dicen cosas que los demócratas y los republicanos no podrían».
Sabedor de este poder, Serling enrola en el equipo de guionistas a escritores como Richard Matheson y Ray Bradbury.
Hoy tenemos videntes a medianoche, programas donde los invitados se gritan y amenazan, exposición pública de trapos sucios, personas sin talento que viven del cuento careciendo del don de la palabra… Contenidos impensables hace un par de décadas. Pero también tenemos documentales de Arte e Historia, programas de divulgación científica, series de los canales de cable norteamericanos…
La televisión es un mundo que cabe en un mapa. Una representación básica sería la siguiente:
La mayor parte de la superficie está ocupada por el Océano del Aburrimiento y (a la derecha) el Continente de la Desolación.
El Continente de la Desolación está atravesado por el Río de la Publicidad (que se desborda con mayor frecuencia de la esperada por los visitantes).
También destaca el Desierto de los Gritos de donde llegan vientos de siroco que afectan a distintos territorios. El Territorio de la Telerrealidad es el más afectado por el siroco: las Montañas de la Mala Ostia impiden que acabe en el mar, por lo que se forma un microclima insoportable.
La Isla del Cable es un refugio para la inteligencia. Llena de interesantes propuestas, destacan tres por encima de las demás: El Reino de HBO, La República de Showtime y AMC (donde destaca Breaking Bad Mountain). Recientemente emergieron las pequeñas islas de Netflix y Amazon.
Otro refugio es posible en el Territorio Abierto que acoge producciones de ficción de alta calidad (que en ocasiones compiten con las ofrecidas por la Isla del Cable).
Como puede verse, el mundo es vasto y ofrece distintas alternativas. Quizás las palabras más justas escritas sobre el medio sean las de Jaime de Arminán, director y guionista de cine y televisión:
«Modestamente, la televisión no es culpable de nada. Es un espejo en el que nos miramos todos, y al mirarnos nos reflejamos».
Hay quien se mueve alrededor de las Montañas de la Mala Ostia y quien encuentra su reflejo en el Reino de la BBC o La Isla del Cable.