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El resurgir de los mapas de papel

En lugar de desaparecer del radar, los mapas de papel están resurgiendo. En 2018, el servicio nacional de cartografía del Reino Unido, registró un aumento del 7% en sus ventas. El crecimiento en EEUU fue más del doble, con incrementos del 15%. En España no hay datos que avalen esta tendencia, en parte porque en la web del Instituto Geográfico Nacional se pueden descargar gratuitamente todas las imágenes cartográficas de su colección. Hace lo mismo la Cartoteca Digital de la Generalitat de Cataluña, que asegura recibir 100.000 visitas y la descarga de unos 50.000 documentos digitales al año.

¿Por qué no desaparecen los mapas de papel? En un mundo digital, cuando la navegación por satélite está integrada en la mayoría de coches y Google Maps registra más del 75% de las carreteras del mundo, seguimos empeñados en ojear atlas y desdoblar viejas cartografías. La tendencia parece aludir a la necesidad humana de observar el mundo en el que vive. El parloteo monocorde del GPS dando instrucciones para llegar de un punto a otro puede ser práctico, pero no logra sustituir del todo a los mapas de papel. No se trata solo de la idea de aventura y exploración que garantiza el tener una guía en la guantera del coche.

Es algo físico. Un mapa es un manual de instrucciones de la tierra, un lazo entre el mundo real y la idea del mismo que creamos en nuestra cabeza. Sirve para interpretar escalas que el ojo humano no alcanza a ver y para adivinar nuestro lugar en el mundo. Las soluciones de mapeo digitalizado han conseguido llevarnos de un punto a otro de la manera más eficiente, pero fallan a la hora de despertar la imaginación.

Los mapas pueden ser intrincados, artísticos o hermosos. Son ejemplos perfectos de la fusión entre diseño y funcionalidad, pues se pueden disfrutar y utilizar. También sirven para forzar cambios sociales. O para salvar vidas. William Bunge destacó en sus mapas sobre el Detroit de los setenta los puntos negros donde los ricos atropellaban a los niños negros. John Snow (no el rey del norte sino el epidemiólogo inglés del siglo XIX) reflejó en su cartografía los lugares donde se había extendido el cólera. Los suyos fueron los primeros ejemplos de mapas temáticos y ayudaron a desarrollar metodologías de gestión de epidemias (como el confinamiento) que hoy son tristemente familiares.

DE JOHN SNOW A JON SNOW, LOS MAPAS DE FICCIÓN

El otro Snow, el de Invernalia, también tiene mucho que decir respecto a los mapas. Su avance por el mundo de Juego de tronos es ilustrado en la cabecera de la serie con un movimiento de cámara a través de un enorme mapeado. La novela de Martien también los incluye y no es, ni mucho menos, la única. La cartografía sirve no solo para guiarse en el mundo real, sino en el imaginario. J. R.R. Tolkien dibujó decenas de mapas de la Tierra Media para no perderse en la profusa descripción geográfica de El señor de los anillos. Después, a la hora de editarlo, pensó que el mapa podría guiar también al lector así que le encargó a su hijo el diseño de una cartografía cuyos trazos son hoy tan icónicos como el propio libro.

Los mapas son los esquemas de la aventura. Los primeros de la historia lo fueron de forma literal, convirtiéndose en la plasmación gráfica de los relatos de mercaderes y viajeros. En ellos se plasmaban las rutas seguras, la ubicación de tesoros y se señalaba el límite de lo conocido con el dibujo de dragones y otros seres mitológicos.

Ya no hay dragones en los mapas. La fotografía aérea, desarrollada durante la I Guerra Mundial terminó de definir sus toscos bordes. Dejó poco espacio a la imaginación. Después los satélites acabaron de orillar tesoros y dragones, hasta que no hubo un rincón de la tierra sin explorar. Muchos pensaron entonces que la cartografía había cumplido su misión. Que no quedaba nada más que mapear en el mundo. En este mundo.

La idea resultó ser cierta a medias, pues hay mundos ignotos más allá del nuestro, y en su descubrimiento la cartografía tiene un papel importante. Hace unos meses, la Agencia Espacial Europea anunciaba que había conseguido mapear el 87% de Marte. Aún quedan recovecos que explorar en el planeta rojo y en los que vendrán después. Y ninguna voz robótica, sugiriendo que gires a la derecha, puede hacer eso mejor que un viejo y arrugado mapa de papel.

Por Enrique Alpañés

Periodista. Redactor en Yorokobu y otros proyectos de Brands and Roses. Me formé en El País, seguí aprendiendo en Cadena SER, Onda Cero y Vanity Fair. Independientemente del medio y el formato, me gusta escuchar y contar historias. También me interesan la política, la lucha LGTBI, Stephen King, los dinosaurios, los videojuegos y los monos, no necesariamente por ese orden. Puedes insultarme o decirme cosas bonitas en Twitter.

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