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¿Matará la codicia a la estrella del crowdfunding?

En medio del eterno debate acerca de los modelos de negocio para financiar cualquier cosa que se pueda imaginar, el crowdfunding se ha visto como una alternativa imparable durante los últimos meses. Sin embargo, son varias las voces discordantes que cuestionan el funcionamiento de esta forma de obtener capital tal y como está planteado.

La fuerza del crowdfunding en la actualidad radica en la forma en que se estructura internet. El potencial social y comunicativo que alberga la red ha sido el caldo de cultivo perfecto para que un innumerable número de proyectos puedan ser mostrados, extendidos de manera más o menos viral y, finalmente, financiados por los usuarios. Por el contrario, esa ‘universalización’ puede ser la condena de iniciativas que lo utilizan como eje de su estrategia de negocio.

Kickstarter, la plataforma de crowdfunding más utilizada en la red, está en el punto de mira desde hace un tiempo. La primera bala más o menos seria la puso en el cargador Ryan Tate en Gawker, allá por noviembre de 2011. Tate se mostraba harto de la actitud pedigüeña que destilaban muchos de los proyectos lanzados en el servicio de crowdfunding pero, sobre todo, de la dudosa ética que mostraban algunos proyectos.

Puso como ejemplo al restaurante Eleven, en Tribeca, que pedía $500 por convertir al pagador en ‘propietario’ perpetuo de una silla en el local. A cambio obtenía prioridad en las reservas y descuentos de hasta un 25%.

El siguiente fue Gizmodo. El 29 de marzo, el medio especializado en tecnología decidió ponerle la cruz a todo contenido que proviniese de la plataforma. Joe Brown se quejó de la falta de rigor a la hora de evaluar si es posible fabricar aquello para lo que se solicita financiación.

Para Brown, que utiliza como punto de referencia la ciudad de San Francisco, «todo el mundo tenía una idea que podía cambiar el mundo. Para hacerla realidad, tenías que convencer a gente que realmente sabía de qué estaba hablando antes de financiar nada».

Eso no ocurre con Kickstarter. La democratización de la participación en este tipo de iniciativas ha hecho que el creador de la idea, en palabras de Brown, «solo tenga que convencer de su valor a una caterva de babeantes optimistas simplones» como él mismo. Antes de la existencia de Kickstarter, el emprendedor tenía que lanzarse a la calle a pedir dinero a familia y amigos, dejarse la piel para hacer un modelo funcional y construir prototipos que prometiesen algo. «Ahora, la plataforma es un océano de malos vídeos, malos renders y malos prototipos. Algunos podrían ser buenos. Muchos están hecho de manera paupérrima e incluso algunos son fraudulentos», dice el escritor.

La pataleta periodística de Gizmodo esconde detrás un descontento hacia propuestas poco realistas, que obtienen dinero para arrancar pero que nunca ven cómo el proyecto se completa.

Por si el ruido atronador de las voces críticas no fuera suficiente, Kickstarter ha sufrido un tropezón tecnológico bastante serio hace justo una semana. Un bug sacó a la vista cerca de 70.000 proyectos que no habían sido lanzados aún. Según el propio blog de la compañía, las iniciativas estuvieron expuestas más de dos semanas sin el consentimiento de sus autores.

No cabe duda de las positivas cualidades que atesoran el crowfunding como alternativa de financiación o Kickstarter como plataforma tecnológica. La startup ha conseguido en sus tres años de vida, 200 millones de dólares para las ideas que se albergaban en ella. Sin embargo, deberán resolver las dudas que, con más o menos razón, plantean los críticos.

Por David García

David García es periodista y dedica su tiempo a escribir cosas, contar cosas y pensar en cosas para todos los proyectos de Brands and Roses (empresa de contenidos que edita Yorokobu y mil proyectos más).

Es redactor jefe en la revista de interiorismo C-Top que Brands and Roses hace para Cosentino, escribe en Yorokobu, Ling, trabajó en un videoclub en los 90, que es una cosa que curte mucho, y suele echar de menos el mar en las tardes de invierno.

También contó cosas en Antes de que Sea Tarde (Cadena SER); enseñó a las familias la única fe verdadera que existe (la del rock) en su cosa llamada Top of the Class y otro tipo de cosas que, podríamos decir, le convierten en cosista.

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