No era el destino que su familia había preparado para él, pero Henri Matisse, aunque se formó dos años en Derecho y llegó a trabajar como asistente jurídico, decidió seguir su propio camino y dedicarse al arte. «¡Te vas a morir de hambre!, ¿me oyes, Henri? ¡Es una carrera para vagabundos!», vaticinó su padre cuando se enteró de que su hijo había abandonado sus estudios para matricularse en una escuela con el fin de preparar el examen de ingreso en la Escuela de Bellas Artes de París.
Qué poco podía imaginar el buen hombre que su descarriado vástago se convertiría en uno de los pintores más famosos y cotizados del siglo XX.
A Matisse se le conoce, fundamentalmente, por su faceta de pintor. Perteneciente al movimiento fauvista, su pintura exhibe una imagen colorista y arabesca que transmite una vibrante sensación de alegría de vivir. Pero el pintor francés tocó otros géneros como el dibujo, el collage, el grabado y la escultura.
Precisamente a esta última faceta está dedicada la exposición Matisse. Metamorfosis. Esculturas y dibujos que podrá verse en la Fundación Canal de Madrid hasta el próximo mes de enero. La muestra está organizada colaboración con el Museo Matisse de Niza y el museo Kunsthaus Zürich, con el apoyo de Manifesto Expo, y está comisariada por Aymeric Jeudy, director del Museo Matisse de Niza, Sandra Gianfreda, comisaria del Kunsthaus Zürich y Popy Venzal, comisaria asociada.
Matisse esculpió unas 80 obras en toda su carrera, de las que se exponen ahora 33 piezas, junto a litografías, dibujos, un lienzo y dos esculturas de Aristide Maillol.
Uno de los temas recurrentes de Matisse es el estudio del cuerpo humano a través del desnudo, muy en especial el de la mujer. Una y otra vez reproduce la misma figura llevándola siempre un paso más allá, haciéndola evolucionar sobre sí misma, hasta alcanzar el grado de abstracción que el pintor francés consideraba que representaba la propia esencia de lo representado.
La producción artística de Matisse se concentra entre 1894 y 1951, con amplios periodos de inactividad. Sus esculturas, que en comparación con el resto de su obra son muy pocas, son todas de pequeño formato y pueden dar la falsa apariencia de estudios y bocetos, razón por la cual no se ha dado la suficiente relevancia a esta faceta del artista. Ni siquiera el propio pintor hablaba mucho de ella ya que consideraba que pertenecía a una esfera más íntima. Aunque, en realidad, la escultura le servía para organizar ideas.
«Hice esculturas porque lo que me interesaba de la pintura era poner en orden mi mente. […] Eso significa que siempre fue una cuestión de organización. Se trataba de ordenar mis sensaciones, de encontrar un método que me conviniera plenamente. Cuando lo encontré en la escultura, lo apliqué a mi pintura. […] Lo hice por propia necesidad», le contó Henri Matisse en una entrevista al crítico e historiador del arte Pierre Courthion en 1941.
Mientras trabajaba distintas figuras, iba experimentando, a la par que esculpía, con dibujos y grabados que le ayudaban a visualizar en bucle un tema o un mismo tipo de pose. Esta práctica le ayudaba a visibilizar también el proceso creativo y las diferentes etapas de su trabajo. La figura, así, se iba transformando a través de variaciones repetitivas y seriadas, en las que iba desarrollando, a la vez, los grandes temas que le obsesionaron artísticamente: la forma femenina, la naturaleza, sus estudios fisonómicos y la plasticidad de los volúmenes.
66 son las piezas que se exponen en Matisse. Metamorfosis. Esculturas y dibujos. Esa selección ayuda a establecer paralelismos entre los temas utilizados por el artista francés en sus esculturas y dibujos, un diálogo entre los diferentes medios artísticos que revela la metamorfosis que se produce entre una versión y otra del mismo motivo. Por esta razón, la muestra se ha estructurado en cinco secciones temáticas: Figuras agachadas, Figuras tumbadas, Figuras con los brazos levantados, Retratos y Motivos y variaciones.
La base de la que parte para el modelado de buena parte de estas figuras en distintas posiciones se asienta en el clasicismo griego, la escultura egipcia, lo arabesco del Renacimiento y el academicismo del siglo XIX. A partir de ahí, evolucionará hacia una escultura moderna influenciada por otros artistas contemporáneos, como Aristide Maillol y Auguste Rodin.
Su obra escultórica es un juego de experimentación con todas las posibilidades plásticas de esta disciplina: crea texturas, deja visibles las huellas de sus dedos y las marcas de sus manos e incluso puede intuirse en esa imperfección buscada las herramientas que utiliza en el proceso escultórico.
En estas figuras agachadas y tumbadas, ya puede verse esa estética de Matisse que tiende a la abstracción del cuerpo humano y a la expresividad de la fragmentación.
No solo eso, también le sirve para explorar la sensualidad, la calma y la intimidad, que permite observar una búsqueda obsesiva de la «idea original», lo que determina la realización de sus obras a través de múltiples versiones, muy separadas entre sí e implícitamente conectadas. No hay una formulación final, pues, sino un proceso que no acaba.
En las figuras con los brazos levantados, Matisse continua con la experimentación ciñéndose a una pose que se hizo muy popular hacia 1900 entre muchos escultores, como los ya citados Rodin y Maillol. La expresión del cuerpo humano a través de formas estilizadas y dinámicas, unida a una pronunciada verticalidad, acentúa la sensación de tensión y energía en el cuerpo y Matisse juega con todo ello desarrollando su propia metamorfosis.
En esta misma época, el pintor francés comenzó a coleccionar esculturas africanas, lo que le dio acceso a un conjunto de ideas totalmente diferentes sobre la expresión figurativa no narrativa. Influenciado por este arte, consigue en estas figuras una reconceptualización del cuerpo humano, sobre todo en la reducción o agrandamiento de ciertas partes del cuerpo, y lleva al extremo la ambigüedad del sexo mediante modificaciones significativas en la forma. Y es ahí donde puede verse esa influencia africana, en esas distorsiones anatómicas, con proporciones inventadas según el mismo artista.
Junto a las figuras, los retratos representan uno de los pilares de la obra de Matisse, de ahí que la exposición haya dedicado una sala a ellos. En el plano de la escultura, los retratos se circunscriben a una cierta dimensión afectiva para el artista francés, ya que las personas retratadas son sus modelos y su familia. Sin embargo, eso no excluye una búsqueda formal activa. Lo decisivo para él es conseguir esculpir un rostro con una simple armonía de elementos lineales y la sincronía de las diversas partes (ojos, boca, perfil) que lo componen.
Él mismo explicó en un texto redactado un año antes de morir que el punto de partida es el «primer impacto» que le provoca contemplar un rostro, seguido de un análisis minucioso, a menudo con carboncillo, antes de dar paso a visiones que, aunque puedan parecer más abstractas y menos realistas, corresponden a la expresión de «la relación íntima entre el artista y su modelo».
Matisse organizaba sus esculturas en series, haciendo una reflexión que ya había comenzado Rodin unos años atrás. El francés llevaba una obra a un estado que le hacía sentir satisfecho, la hacía fundir y comenzaba la siguiente obra de la serie utilizando el original o un molde de la primera. La huella de Rodin se deja ver en las deformaciones que imprime a sus piezas con sus dedos.
Tal y como explica Popy Venzal, la comisaria asociada de la exposición, el modelado es una experiencia del tacto. Con la arcilla, Matisse elige un determinado volumen, que puede aumentar o reducir y que desarrolla a través de gestos que configuran el material. Estas acciones quedan visibles y perceptibles, y se combinan con el proceso de cera perdida y el posterior trabajo de las herramientas, como el martillo y el cuchillo, produciendo fragmentos de superficie plana que contrastan fuertemente con las partes más blandas y redondeadas, modeladas a mano.
A medida que avanzaba la serie, esa figura que retrataba Matisse se iba haciendo cada vez más abstracta. Para ello, fragmentaba la cabeza en trozos cada vez más simplificados. En 1908, Matisse explicó que su objetivo con el retrato no era lograr la precisión visual, sino, más bien, revelar las «cualidades esenciales» de sus modelos, cualidades que, en su opinión, la imitación física no podía capturar. Y como en muchos casos esculpía de memoria, necesitaba recurrir al mismo tema una y otra vez, aunque la forma secuenciada de las diferentes fases del proyecto conllevara la ruptura narrativa de la obra anterior.
Esas repeticiones y vueltas en bucle a un mismo tema fueron una constante en toda su obra. Los dibujos no quedaban ajenos a ello. En Matisse, esas variaciones rompen la idea de una progresión en la que el primer estado es inferior al estado definitivo, para situar en el mismo plano las diferentes evoluciones y transmutaciones del mismo elemento.
Es lo que se pretende demostrar en la muestra con el óleo Rama de hiedra (1916) y todas las variaciones que hizo el artista en dibujos alrededor de un mismo motivo.
Son dibujos lineales instantáneos, realizados con pluma y tinta o lápiz de grafito, ejecutados de forma casi caligráfica y que corresponden, en palabras del propio Matisse, a «visiones». 11 dibujos del Motivo H que dejan ver esas pequeñas variaciones de uno a otro, y que exploran las infinitas posibilidades de representación de una rama de hiedra.
Se trataría, pues, de un particular método de investigación artística. Como él mismo explicó, «cuando elaboro los dibujos de las variaciones, el trazo que hace mi lápiz sobre la hoja de papel tiene, en parte, algo análogo al gesto de un hombre que busca, a tientas, su camino en la oscuridad. Quiero decir que en mi camino no hay nada previsto: soy conducido, no conduzco».
Imagen de portada: Henri Matisse. ‘Desnudo apoyado sobre las manos’, 1905. Bronce fundido a la cera perdida con pátina marrón. Donación de Marie Matisse al Estado francés para depósito en Museo Matisse de Niza, 1978. Museo de Orsay, París. © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2024.
Este post fue modificado por última vez el 9 de diciembre de 2024 10:13
«Medio lapona, medio esquimal, medio mongola», parodiaba Joaquín Reyes y recuerda Pablo Gil en un…
Si eres un imperio, la única verdad de la que puedes estar seguro es que…
El Conde de Torrefiel es un proyecto escénico que fluctúa entre la literatura, las artes…
Les gustaba leer, pero nunca encontraban tiempo. También les gustaba quedar y divertirse juntos, pero…
La tecnología (pero no cualquiera, esa que se nos muestra en las pelis de ciencia…
La ciudad nos habla. Lo hace a través de las paredes, los cuadros eléctricos ubicados…