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Malismo, el matonismo elevado a virtud

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Dijo una vez Ursula K. Le Guin: «Conocer el nombre significa controlar la cosa». Con esta cita, empieza el ensayo del humorista gráfico Mauro Entrialgo titulado Malismo. La ostentación del mal como propaganda (Capitán Swing, 2024). En él, pretende analizar ese fenómeno que triunfa en todos los aspectos de la sociedad y que pone nombre —eso que nos va a permitir dominarlo, como afirma Le Guin— a un fenómeno cada vez más fuerte y estruendoso en la sociedad: el malismo.

Viendo los ejemplos que Entrialgo da en el libro, podríamos llamarlo pura maldad. Pero la diferencia entre uno y otra no es sutil. El malismo es maldad, sí, pero esa que se comete o se dice a sabiendas de que lo es por una mera cuestión propagandística, por buscar y obtener unos réditos.

El protomalismo, como lo denominó el propio Entrialgo en una entrevista en la SER, fue aquel “¡Que se jodan!” que expelió la por entonces diputada del PP Andrea Fabra en el Congreso refiriéndose a los parados. No es propiamente malismo porque le salió sin pensarlo, fue un acto involuntario. Así que Entrialgo da un ejemplo más de lo que sí es malismo: las fotos de la exvicealcaldesa de Madrid Begoña Villacís posando orgullosa mientras unos operarios municipales derribaban unas chabolas en una mediana de la M-30.

«Cuando empecé a buscar un término, tenía que encontrar algo para distinguirlo de la maldad —nos explica cuando le entrevistamos—. Y me di cuenta de que lo que lo distingue de la maldad, que ha existido siempre en la historia de la humanidad, es que ahora se presume de esa maldad. Y por eso el término de malismo, para llamarlo de alguna forma, porque me parece que es algo significativo. La ostentación de la maldad en círculos pequeños siempre ha existido, pero públicamente y, sobre todo, para obtener un beneficio, es algo relativamente nuevo».

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Entrialgo avisa desde el principio de su ensayo: su intención no es analizar en profundidad el fenómeno (él es humorista gráfico, no sociólogo) ni convertir el libro en un muestrario de ejemplos del malismo. Es, más bien, la necesidad de actuar, de alguna manera, para que seamos conscientes de que eso existe y de que ha calado tan profundamente en todos los ámbitos sociales que incluso damos por buenas cosas que antes veíamos como injustificables (¿en qué momento aceptamos la banalización del fascismo y del nazismo?). Y da varias razones para esa necesidad de levantar la voz y señalar esta conducta.

«Primero, porque el mecanismo del malismo es imbatible. Porque aquellas personas que lo aplauden le dan más beneficios a aquellos que lo usan; y los que nos indignamos y queremos poner algo en contra, en realidad estamos ayudando a darle mayor relevancia. Entonces, no se puede hacer nada».

«Lo único que se me ocurrió es darle un nombre para hacer ver que existe, y a partir de ahí, cuando todos nos demos cuenta de que está ahí, que pueda haber algún tipo de reacción —continúa justificando—. Y que se pueda llegar, si lo vemos desde un punto de vista muy optimista, a alguna sobresaturación, de forma que estos mensajes no funcionen».

Y pone un ejemplo actual que tiene que ver con el caso Errejón en relación con unas declaraciones del alcalde de Madrid atacando el feminismo. El malismo está en que, en opinión de Entrialgo, el edil madrileño sabe de sobra que lo que dice no tiene sentido, pero con esas declaraciones polémicas ya está consiguiendo lo que quiere. «Y así, por una parte, estamos abandonando el tema de Errejón, y por otra estamos poniendo en el centro al alcalde, que es lo que quiere, que se hable de él. Entonces, ¿qué haces? ¿Lo ignoras? Mal. ¿Te metes con él? Mal. Te quedas impotente».

Acostumbrados a su faceta de humorista gráfico, sorprende ahora descubrir a Entrialgo como ensayista. Pero desde el momento en que se planteó escribir Malismo tenía claro que no utilizaría las viñetas.

«Por una parte, porque necesitaba decir más cosas, dar más datos y ser más preciso. Y por otra, aunque soy incapaz de narrar sin humor —siempre utilizo el humor—, hay un mecanismo del humor que no quería usar, que es la hipérbole, la exageración. Porque cualquier cosa exagerada se siente como más ajena. En mis historietas sí que utilizo mucho la hipérbole, y en el humor gráfico es uno de los mecanismos a los que más se recurre. Solo la visión de mis dibujos ya hace que pienses que algo está exagerado».

«Yo quería en el libro que todos los ejemplos y todos los datos que doy se viera claramente que son ciertos, y que esa exageración se viera como una locura, no como un invento del autor para resultar más humorístico, así que decidí no usar dibujos. Al principio era reacio a utilizarlos incluso en la portada, pero el editor me convenció».

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Mauro Entrialgo

¿Cuándo comenzó el malismo? ¿Cuándo normalizamos al malote que presume de serlo y hace ostentación de ello, incluso cuando choca claramente contra todo lo decente y lo admisible? Es difícil determinarlo. Como el chirimiri, ha ido empapando los discursos no solo políticos, aunque sea en este plano donde más claramente se da el fenómeno, sino también en el empresarial, en el publicitario y en el televisivo.

¿El malismo se corresponde con una pérdida de valores? ¿Qué nos está pasando, si es que ocurre así, en la sociedad para tolerar estos comportamientos? «Sí, algo tiene que estar pasando, porque se ha ultraderechizado tanto el debate público», sospecha Mauro Entrialgo.

«Un 80% es gracias a la estrategia del malismo, y el malismo no funciona si no hay un público receptivo. Yo digo que es una estrategia de comunicación que consiste en dártelas de malo y de malote, pero si eso no fuera aplaudido por la sociedad, no funcionaría y no lo usarían ni los nazis, ni los publicistas, ni los programas de televisión. O sea, que para que exista esa estrategia y se utilice, tiene que existir un público receptivo. Y eso indica un problema o un trastorno de la sociedad».

Entrialgo se refiere —y habla de ello en uno de los capítulos del libro— a esas figuras de autoridad que actúan como expertos o jueces en concursos televisivos y que tratan mal a los concursantes e incluso los humillan sabedores de que eso dará más audiencia a sus programas.

«Cuando pillan a alguien que se ha pasado y la consecuencia es que alguien se suicida, o que alguien se pone a llorar, la explicación que dan es “Es que está guionizado”. Esté guionizado o sea verdad, el hecho es que estás comunicando a la gente que ve esos programas que oprimir al de abajo está bien. Y no solo está bien, sino que hay que aplaudirlo y es divertido. Y eso desgarra a la sociedad. Sea verdad o sea fingido».

Pero, como él mismo afirma, no es algo nuevo. La cuestión está en comprender en qué momento dejamos de entender la ironía y la crítica que había detrás de ciertos caracteres cómicos que jugaban a ser y a comportarse como malotes, y que nos hacían gracia porque entendíamos que su intención era la contraria, denunciar por detestable, el matonismo. Como uno de los personajes más conocidos de Entrialgo, Herminio Bolaextra, a quien el humorista gráfico ha decidido matar.

«Y luego sucede algo muy curioso, y es que una de las justificaciones para aplaudir a aquel que dice que es malo es porque dice lo que piensa. ¿Qué pasa, que solo piensa maldades? Si alguien dice algo bueno, se le sospecha que no está diciendo lo que piensa; pero cuando alguien dice una barbaridad contra una minoría, contra las mujeres, a favor de matar niños en una guerra, resulta que “mira, qué sincero”. Eso es presuponer que todo el mundo es mala persona».

Política y espectáculo televisivo son dos terrenos donde el malismo campa a sus anchas y donde puede observarse claramente. Pero también en la empresa ha recalado este fenómeno.

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Mauro Entrialgo

«Si te das cuenta, las empresas —quitando las superenormes, que les cuesta más reaccionar ante los cambios— han estado eliminando de sus acciones publicitarias cualquier acción benéfica», resalta el humorista gráfico. De repente, ya no hay campañas en las que se anunciaba al consumidor que una parte de lo que pagaba por un producto iría destinado a tal o cual causa social, como replantar árboles o la investigación del cáncer. «Hoy en día, todas esas acciones se han quitado porque la reacción es “Son unos pringados”, “son unos chungos”. Y solo las de muy arriba las mantienen todavía, pero porque creo que aún no les ha repercutido el hecho de darse cuenta de que el malismo funciona. Hace 10 años había acciones benéficas por todos lados, ahora es muy difícil encontrarlas. Se encuentran en bares de barrio o en cosas así, más normales, pero ya no es tendencia ser bueno o parecerlo».

«Y también sucede el fenómeno contrario: que no solo se presuma de ser malo y de haber hecho cosas malas, sino que se presume de cosas que uno no piensa de verdad —señala Entrialgo—. O sea, hay columnistas de extremo centro que quieren llamar la atención, que, a veces, dicen cosas que dices “Tío, tú esto no lo piensas de verdad. Lo estás diciendo para tener mayor relevancia”. Es decir, está tan de moda ser malo que hasta los que no son muy malos quieren parecerlo más».

¿Hay un antídoto contra el malismo? Malas noticias: no lo hay. O, al menos, no por el momento. Entrialgo se declara totalmente impotente en este sentido.

«Siendo optimista, creo que podría darse el caso de que llegáramos a la saturación. Que llegue un momento en que nos demos cuenta de estos mecanismos y empecemos a decir “Mira, el bar que se llama El Bastardo y el bar que se llama Somos unos sinvergüenzas ya no nos mola porque es vergonzoso, se nota demasiado el mecanismo”. Y ya no nos molan los programas en los que se insulta a un concursante y dejamos de verlos porque nos dan asco. Y al político que diga una barbaridad no le vamos a hacer caso. O que los tres del PP que se manifestaron el otro día en Donosti en contra de dar cenas a inmigrantes nos causen tal rechazo que consigan menos votos. Cuando empiece a pasa eso, es cuando de verdad yo creo que acabaremos un poquito con esto del malismo».

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