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Eres esclavo del tiempo y producto de la memoria

La esencia del ser humano se mantiene fiel al vampiro que se inventó Queens of the Stone Age en The vampyre of time and memory. Nuestra existencia se basa en alimentar a la bestia con memorias, tormentos o el gozo recordado de felices hechos pasados. Y aunque Josh Homme, el cantante de la banda, se muestre renovado por haber podido librarse del vampiro, es probable que sea el único. Nadie puede librarse de su memoria ni comprar un reloj con trece dígitos.

La memoria

La memoria persigue a todo el mundo porque es capaz de delimitar la caja en la que cada uno vive. Lo que es cada uno, el alcance del vuelo y los equilibrios de la mente por mantenerse cuerda tienen su manual de uso en el tiempo que ya ha pasado.

Lo único que no entiende de dictaduras es la magnitud del tiempo. Transcurre igual para todo el mundo. El reloj muestra las mismas cifras para un pescador de Creta, para un analista de datos de la City londinense o para una adolescente del extrarradio de Barcelona.

Lo trascendente viene de lo nervioso que se pone cada uno cuando avanza el segundero, de cómo acomoda los deberes y placeres en la huevera de 24 huecos y en la capacidad de moldear el presente a través de la colisión entre lo que se ha vivido y lo que el cerebro dice que se ha vivido.

Juan Manuel Gil ha escrito una novela, Un hombre bajo el agua (Expediciones Polares, 2019), en la que hace algo que el ser humano lleva haciendo toda la vida: reflexionar acerca de la memoria. Solo que mejor escrito que, puede, cualquier ejercicio anterior.

Un hombre bajo el agua disecciona la proporción de realidad y de ficción con la que cada uno monta el Lego de sus propios recuerdos; se agobia con las consecuencias de los comodines del cerebro, de los olvidos involuntarios, de las invenciones colectivas y de cómo se construye lo que somos a partir de los relatos de cada persona, cada uno diferente. Puede que incluso todos sean reales aunque naveguen en distintas narrativas porque, al fin y al cabo, todos somos de nuestro padre y de nuestra madre.

El libro, además, comienza con un hombre ahogado en una balsa de un barrio periférico de una ciudad polvorienta y, hasta la fecha, no hay ninguna historia que haya comenzado así y haya salido mala.

El Tiempo

El tiempo, aunque avance igual para todas las personas, sí tiene interpretaciones diferentes. En la carrera actual de lo cotidiano, existe un anhelo por dejar de ser el conejo blanco de la Alicia de Lewis Carroll. Pero cuesta porque hemos montado todo el tinglado para que eso sea así.

Tim Olds es profesor de Ciencias de la Salud en la Universidad de South Australia y fue director de proyecto para la Encuesta Nacional de Nutrición y Actividad Física de Australia. Olds quiso estudiar la apreciación del tiempo que tiene cada persona y las consecuencias de esta valoración en los hábitos de vida y en la propia salud.

El investigador se dio cuenta de que, aunque el perfil de personas estudiadas eran moderadamente variopinto, los vampiros de tiempo tendían a ser comunes. Léase: el sueño, la televisión y las actividades del hogar.

Tim Olds llamó a 100 personas. A dos tercios las puso, metafóricamente hablando, a correr en la rueda del hámster y al otro tercio le dijo que siguiera con su vida sin variar sus hábitos.

El programa de ejercicios con el que obsequió al primer grupo oscilaba entre dos horas y media semanales de ejercicio y cinco. «Cuando necesitaban exprimir algunos minutos y horas adicionales, nuestros participantes dormían menos, veían menos televisión y dejaban la casa descuidada. Desafortunadamente, al final del programa de siete semanas, su uso del tiempo volvió exactamente a lo que era antes: cuando tenemos tiempo libre, nos ponemos al día con el sueño y la televisión y ponemos la casa en orden», contaba en New Philosopher.

Así, a la vez que vemos como el tiempo pasa para todos, tratamos de moldear ese tiempo para salir vivos de esta. O no. Porque la gestión de ese tiempo tiene consecuencias para la salud.

Tras realizar otro estudio con 1.000 niños y sus familias, el equipo de Tim Olds llegó a lo que ellos estiman que es la mejor receta para mantenerse cuerdo, sano y guapo. «Para los adultos, la mejor combinación es dormir de 6 a 9 horas, pasar no más de 7 horas sentado y de 9 a 12 horas de pie o en movimiento. Los niños lo tienen mucho más fácil: el Día Ricitos de Oro», así llama Olds al prototipo de día ideal, «duerme entre 8.5 y 11.5 horas, pasa no más de 8 horas sentado y entre 5 y 7 horas de pie o en movimiento. Con los niños, sin embargo, hay una trampa. Para obtener los mejores resultados académicos, el mejor día oscila entre 11 y 14 horas sentado y solo 1 o 2 horas de pie o en movimiento. Así que también hay compensaciones de tiempo aquí. En los niños de 15 años, la mejor cantidad de sueño para el rendimiento académico es de 7 horas y 45 minutos. Para una mejor salud mental son 8 horas y 45 minutos».

La decisión de ajustar los cronos y decidir si prefieres un niño que tenga éxito en el cole o un niño con los engranajes de la cabeza engarzados es tuya. Aunque cueste. Es difícil encontrar una magnitud tan puñetera.

Este contenido es una columna llamada El Piensódromo. La enviamos los viernes por email e incluye algún tipo de reflexión acerca del ecosistema que nos rodea y algunas recomendaciones culturales y lecturas adicionales. Si quieres recibirlo directamente en tu correo electrónico, puedes darte del alta en el formulario que hay aquí.

Por David García

David García es periodista y dedica su tiempo a escribir cosas, contar cosas y pensar en cosas para todos los proyectos de Brands and Roses (empresa de contenidos que edita Yorokobu y mil proyectos más).

Es redactor jefe en la revista de interiorismo C-Top que Brands and Roses hace para Cosentino, escribe en Yorokobu, Ling, trabajó en un videoclub en los 90, que es una cosa que curte mucho, y suele echar de menos el mar en las tardes de invierno.

También contó cosas en Antes de que Sea Tarde (Cadena SER); enseñó a las familias la única fe verdadera que existe (la del rock) en su cosa llamada Top of the Class y otro tipo de cosas que, podríamos decir, le convierten en cosista.

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