El 2 de octubre de 2009 las miradas de todo el mundo se volvieron hacia Río de Janeiro. El Comité Olímpico Internacional designaba a la ciudad brasileña como sede de los Juegos Olímpicos de 2016. En la última ronda obtuvo más del doble de votos que su rival, Madrid. Seguramente para los miembros del COI fue imposible resistirse a los encantos de la Cidade Maravilhosa. El vídeo promocional mostraba sus verdes morros, su bosque, a la gente guapa de la Zona Sul practicando deporte en las playas de Ipanema y Copacabana, a sambistas desenfrenados danzando en el Carnaval… El mensaje era convincente: si Río no es la ciudad más bonita y feliz del mundo, está cerca de serlo. La elección, además, serviría como celebración del milagro brasileño, un acto de presentación global de la sexta potencia económica.
En esas mismas fechas, Miguel Lago, un carioca de 25 años, lanzó una mirada más cercana. Se preguntó a sí mismo y a su amiga del colegio, Alessandra Poubel, qué proyecto de ciudad se iba a desarrollar. Era cierto que el Río actual ganaba en la comparación con el Río de hace unos años, pero lo que le preocupaba era que con la llegada de los megaeventos –Río también será una de las sedes de la Copa del Mundo de fútbol de 2014- se desatendieran las necesidades básicas de la población que todavía no estaban cubiertas (sanidad, educación o movilidad).
“Queríamos crear un contrapoder para comprometer la acción pública, para que las decisiones no se tomaran por negocios”, explica Lago en una cafetería de Santa Teresa, un barrio bohemio a pocos minutos del centro. Con ese objetivo nació Meu Rio, una plataforma que impulsa la participación ciudadana a través de la tecnología.
Unos 90.000 cariocas se han sumado a las más de 80 propuestas que ha emprendido la organización. “Hemos tenido como un 20% de éxito”, asegura Lago en un impecable español. Muchas de ellas se han desarrollado a través del Panel de Presión, una herramienta creada por Meu Rio que consiste en aglutinar el descontento de los internautas para después canalizarlo hacia las redes sociales de los responsables, por ejemplo, el alcalde, Eduardo Paes. “Todos los políticos de Río han cerrado su fan page”.
La presión virtual también se traslada a acciones de carne y hueso, siempre apoyadas en la tecnología. Uno de los logros de los que Lago se muestra más orgulloso sucedió en las inmediaciones de Maracaná. En el plan de renovación del mítico estadio de fútbol y su entorno, estaba contemplada la demolición de la escuela pública Friedenreich, uno de los centros con mejores resultados académicos del país.
Meu Rio entró en contacto con los padres y tejieron una red de resistencia para evitar que las máquinas cumplieran su cometido. Colocaron cámaras en algunas de las casas de los vecinos de la zona, vigilando 24 horas el recinto escolar. Además crearon un sistema de alarma, en la que 2.000 “guardianes” recibirían un mensaje simultáneo si había algún movimiento extraño cerca del colegio. De momento, la escuela permanecerá en pie al menos durante 2013. “En los últimos años no se ha invertido nada en sanidad ni en salud”, se queja Lago. “Y el transporte es absurdo. Es lo que te deja con más rabia”.
Precisamente, la subida de 20 céntimos de real -unos 7 céntimos de euro- en la tarifa del autobús fue la bandera con la que hace casi un mes el pueblo brasileño comenzó a salir a las calles para demostrar su descontento. Los aspectos menos brillantes de la Cidade Maravilhosa se hicieron evidentes a principios de junio, pocos días antes de la inauguración de la Copa Confederaciones. El miércoles 21, la alcaldía anunciaba la suspensión del aumento del precio del transporte. La noche siguiente, unas 300.000 personas se manifestaban en el centro de la ciudad en la marcha más multitudinaria en décadas. No son 20 céntimos, son 20 billones, reza la nueva campaña de Meu Rio. El propósito de la plataforma es recoger apoyos para que cada céntimo del presupuesto de la ciudad sea consensuado con los ciudadanos. El eslogan es elocuente: “El señor (el alcalde) ya dijo que no sabe lo que quieren los cariocas. Pero los cariocas saben. (…) Queremos voz, hoy y siempre”.
Categorías