Categorías
Business

Mi barrio es mi nación

La prensa holandesa no suele tratar la plaza de Columbusplein y sus alrededores con aprecio. Situada en el corazón de Amsterdam West, los titulares que salen de aquí tienen más que ver con tensiones étnicas, crimen y paro juvenil que con otra cosa. La convivencia no es fácil en un barrio que concentra decenas de nacionalidades dispares. Los hijos de segunda generación habitan en un limbo entre sus raíces difusas y un país de acogida con el que no siempre se sienten identificados.
En los últimos meses han empezado a ocurrir hechos que pueden ayudar a transformar la percepción de este lugar. La cobertura mediática ha cambiado de talante ante el interés por una iniciativa cívica que está aflorando en el distrito. La plaza es hoy el corazón de un nuevo país. Una micronación que pasa a engrosar la larga lista de excéntricos experimentos que han buscado construir estados a pequeña escala. Bienvenidos a la república independiente de Columbusplein.
En el germen de esta idea no se busca ahondar en las diferencias ni la segregación. «Es un vehículo para trabajar el sentimiento de pertenencia de unos habitantes sumidos en la desafección y la pasividad por el lugar donde viven», explica Jorge Mañes Rubio, ideólogo del proyecto junto al estudio de diseño Muzus.
La creación de un país que busca reforzar la identidad de los jóvenes que viven en la zona. «Aquí tienes a chavales cuya madre es marroquí y no habla holandés. Este niño es holandés, pero no lo siente y apenas habla el marroquí. Hemos creado un ejercicio para que construyan su historia desde cero. Una oportunidad de forjar su propia identidad», añade el madrileño afincado en Ámsterdam.
La bandera


Lo primero que necesita una nación es una enseña para formar su identidad. Mañes encontró la respuesta en la cancha deportiva situada en la plaza. «Hay tantas líneas para tantos deportes que casi no se entiende nada. Representa la amalgama de culturas que conforman este barrio».

Pese a su naturaleza problemática, los artífices del proyecto encontraron que no es un lugar abandonado a su suerte, ni mucho menos. «Impresiona la cantidad de organizaciones que hay en la zona, pero apenas colaboran entre sí. Cada uno va por su lado y representa sus intereses». La figura del trabajador social tiene especial importancia. «La plaza siempre tiene a alguien que vigila e intenta mantener el orden entre los niños. El problema es que muchos padres delegan responsabilidades en ellos. Si pasa algo, en lugar de intervenir y calmar los ánimos, prefieren pasar de largo y dejar que se ocupen las autoridades. Se instala la pasividad y esto no ayuda a crear cohesión», dice el artista.

Ante la influencia de estas figuras en el barrio, los primeros a quien había que convencer para apoyar el proyecto eran ellos. «Al principio había cierto escepticismo. Teníamos que demostrar que construir una micronación puede ser divertido. No significa crear un gobierno, ni una autoridad ni unas reglas determinadas».
La salsa nacional

El siguiente paso en la construcción del país se centró en encontrar un referente gastronómico común. «En Holanda las patatas fritas con salsa son uno de los platos nacionales. En Columbusplein hay un snack bar que congrega a mucha gente. Había que buscar una salsa que uniese al pueblo».
«Convocamos a niños y a sus familias para elaborar una nueva mezcla como si fuera la fórmula secreta de la Coca Cola. Vino gente de distintas comunidades y acabamos con 16 recetas distintas sometidas a votación. La ganadora fue una niña de 9 años y su elaboración se acabó vendiendo en la tienda de la plaza», dice Mañes. 
La cosa no acabó aquí. Una nación seria necesita ambición y Columbusplein no podía quedarse sin su propio programa espacial. «Si queremos ser un país respetado necesitamos un programa como el de la URSS o EE UU. Llevamos un grupo de niños a visitar la sede de la Agencia Espacial Europea que está en Holanda para inspirarnos. A la vuelta reunimos a los chavales de nuevo en la plaza para diseñar sus propias cometas».
«Cuando salimos a volarlas, algunos de los niños que nos observaban se burlaron de nosotros, pero en cuanto empezó a hacer viento la mofa se convirtió en deseo de participar», explica el madrileño.
«Estos ejercicios cambian dinámicas. Si tú organizas un partido de fútbol, los malotes ganan porque son más fuertes y más bestias. Si haces un concurso de salsas, no tienen ni la más remota idea de cómo hacerla. Se rompe la jerarquía de los bullies. Formar parte de esta nación te hace sentir especial y con ello viene el orgullo de la pertenencia».
El programa piloto está impulsado por Social Design for Wicked Problems, una organización que pone a diseñadores y artistas a trabajar en problemas sociales. Tras los primeros meses de prueba, las autoridades han dado su visto bueno para seguir apostando por el proyecto.
«Hemos hecho un plan de acción de 6 meses de momento. Ahora mismo estamos trabajando para definir claramente nuestros roles y los objetivos que queremos cumplir, así como el nivel de dedicación y de medios que se van a destinar al proyecto».
«Un compañero ha sido contratado por Amsterdam West para enseñar Jiu Jitsu a los chavales. A partir de esta actividad vamos a crear nuestro propio arte marcial, algo único que solo los chavales del barrio podrán aprender. Será el deporte nacional basado en el respeto y la tolerancia que contará con sus propio uniforme», añade Mañes Rubio.

«También hemos decidido empezar a crear símbolos y monumentos para colocarlos en la plaza. Una forma de dotar esta micro nación de presencia física. Los viernes serán oficialmente los días de fiesta nacional. Cualquier asunto o cualquier persona que quiera colaborar con la micronación lo podrá hacer en la pequeña embajada que hemos abierto en plena plaza, que es la oficina donde los trabajadores sociales suelen reunirse y trabajar».
Pero llegará un día en el que los artífices de esta idea tendrán que desaparecer. «Queremos seguir aportando en la construcción de la nación, pero el objetivo es retirarnos pronto. Hay que descentralizarlo todo. Una vez que los fundamentos estén construidos, el país tiene que fluir solo».
Asistimos a la construcción de un país sin credos ni ideologías. Una república que busca acabar con el vacío que proviene del desarraigo. Una base vital para sustentar la existencia de una nueva generación que crece entre la cultura que les ha dado su sangre y la que proviene del entorno donde les ha tocado nacer.
(Gracias a @Gefe por la pista)












 
 

Por Marcus Hurst

Marcus Hurst es Cofundador de Yorokobu y Redactor Jefe de Ling Magazine. Puedes seguirle en @marcushurst

Salir de la versión móvil