¿Se puede ser profesional de algo que no existe aún? A Miguel Milá (Barcelona, 1931) siempre le ha rondado esta duda. Por eso él no se considera diseñador industrial, porque cuando comenzó a trabajar tal industria no existía. Lo de editar piezas seriadas era algo futurista en la España de los 50, por eso prefiere autodefinirse como diseñador preindustrial.
La consideración de pionero se la otorgan otros: «Sus primeros trabajos suponen los primeros pasos en la industria del diseño en nuestro país», explica Claudia Oliva, comisaria, junto a Gonzalo Milá (hijo de Miguel) de la exposición Miguel Milá. Diseñador (pre)industrial, que estará abierta hasta el 17 de marzo en el Centro Cultural Fernando Fernán-Gómez de Madrid, dentro de la séptima edición de Madrid Design Festival.
El de icónico es otro de los apelativos que se ha ganado en su prolífica y larga carrera (que continúa a día de hoy) por haber firmado diseños tan icónicos como la lámpara TMM. Esa a la que uno de sus colegas del gremio bautizó como “el suero”, y en la que el cable hace las veces de interruptor. ¿Para qué añadir un elemento más para realizar esta función? Uno de esos ejemplos de «innovaciones silenciosas» tan de Milá, y que pone de manifiesto una de sus máximas:
«En los buenos diseños se produce un punto de encuentro entre forma, diseño, material y economía que te indica que solo podría ser así».
Diseñar para Mila es simplificar lo complejo para convertirlo en algo hermoso. En su caso, la estética no es el fin sino el resultado de la depuración de formas. Una sencillez final solo alcanzable mediante el empleo de recursos mediante un profundo ingenio creativo. Porque a su modo de ver:
«El diseño que no es útil, cansa y, además, acaba siendo feo».
En la que pretende convertirse en la mayor retrospectiva realizada hasta la fecha sobre la obra de Milá, lo personal se entremezcla con lo profesional. No podría ser de otra forma tratándose de un creador que encuentra en el hogar una de sus principales fuentes de inspiración. Las sandalias, botijos, sillas o matamoscas que se pueden encontrar entre los más de 200 artículos que componen la muestra evidencian lo que el espacio doméstico supone para Milá: un paisaje en el que cada elemento es cuidadosamente considerado. «Diseñar es ver la vida con lupa» es una de sus máximas.
Su enfoque es a la vez meticuloso y muy humano. Solo así se consigue que un diseño sea capaz de influir en el estilo de vida de las personas a quienes se dirigen. «Es innovador porque precisamente se centra en el usuario», explica Claudia Oliva.
Su inquietud por el entorno doméstico y más cercano se despertó pronto, cuando aún era un niño que en plena demostraba su destreza con el dibujo. Como, además, le gustaban las matemáticas, su familia pronto le propuso una salida profesional: la arquitectura.
También fue precoz en lo que a emprendimiento se refiere: aún siendo escolar en plena posguerra creó Tramo (Trabajos Molestos), empresa unipersonal con la que se ofrecía a sus hermanos mayores para encargarse de las labores domésticas que más les “molestaban”. Uno de ellos era Alfonso, arquitecto, al igual que Federico Correa. Junto a a ambos realizó sus primeros pinitos como interiorista, labor que continuaría al lado del tambiénarquitecto, José Antonio Coderch, cuya huella marcaría el devenir de la carrera de Milá.
Luego llegarían sus incursiones en otras iniciativas pioneras en el mundo del diseño, como Polinax, fundada por su hermano Leopoldo, o el de la editora de muebles GRES. En todas ellas, Milá siguió apostando por su tríada favorita, la formada por funcionalidad, ingenio y tecnología para seguir concibiendo diseños atemporales que nunca dejan de ser modernos. La mesa de cristal que concibió para que su hermano pudiera lucir su flamante alfombra sin estorbo visual alguno, o la popular y portátil lámpara Cesta, son solo dos ejemplos.
El ámbito de la iluminación ha sido, precisamente, uno de los que más ha explorado. «Ha creado muchas piezas de iluminación, en parte porque en sus inicios apenas había variedad, y también por su obsesión con acertar con la luz adecuada para cada contexto». Una inquietud que le llevó a investigar hasta ser capaz de crear nuevas tipologías capaces de adaptarse a diferentes situaciones. «Llaman poderosamente la atención sus lámparas en suspensión, con sus luces amables, capaces de llenar un espacio pero sin apoderarse de él».
A Milá también hay que reconocerle su contribución a la hora de elevar lo artesano de la categoría de oficio al de profesión. «Su taller es un espacio sagrado, un lugar de producción sagrado que se adapta y evoluciona según las demandas cambiantes del entorno y el momento».
A lo largo de su carrera ha colaborado estrechamente con pequeños talles e industrias semiartesanales, revalorizando e interpretando su labor desde la modernidad.
«Mi defensa de la artesanía y del proceso artesanal no tiene otra finalidad que la de defender el deseo que el hombre tiene de participar en los procesos de las cosas», ha afirmado en alguna ocasión.
«Vi un día, por la calle, que a un señor mayor le costaba levantarse de un banco demasiado bajo. Tomé nota y diseñé uno para que los mayores se levantaran con él con dignidad».
Las palabras de arriba, con las que Milá cómo creó su banco NeoRomántico dejan al descubierto el enfoque humanista del trabajo del diseñador. «Ha sido capaz de proyectar en sus piezas una empatía y una manera de acompañar que consiguen que sus diseños sean cercanos», explica Claudia Oliva
Al igual que en entorno urbano, Milá ha recurrido a la confortabilidad y la amabilidad como principales criterios a la hora de crear para el espacio público. Una confortabilidad que, además de la ergonomía, trata de conseguir lugares agradables en la ciudad.
Espacios donde, además, se fomente la sociabilidad y la interacción. De ahí su obsesión con los bancos: «Creo mucho en el banco como elemento de comunicación; cuando te sientas en u banco ya te obligas de decir «buenos días»».
A ese mismo enfoque humanista recurrió en el rediseño del Hospital Clinic de Barcelona que realizó en 1980 para beneficio de profesionales, pero sobre todo de los pacientes. Y también en el del metro de la Ciudad Condal, cuyos fríos y amarillentos vagones se tornaron más amables y los viajes más confortables tras «el toque Milá», perceptible en elementos como los asientos ‘misericordia’ (que permiten apoyarse a quienes están de pie), la mejor disposición de las barra verticales y, sobre todo, la presencia del color blanco consiguieron
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