Ruidos, cortes de tráfico, operarios, maquinaria, polvo, vallas…. Y jubilados apoyados en ellas observándolo todo. En el paisaje que propicia toda obra en la calle no suelen faltar sus propios voayeurs, señores mayores, en su mayoría, que se han convertido ya en una de las figuras urbanas más populares y reconocibles.
El jubilado que mira obras se ha hecho hueco en el imaginario colectivo, protagonizando incluso sketches de televisión y vídeos en redes sociales, o siendo objeto de debate programas de radio (como el de Angels Barceló) o en hilos de foros online.
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Y, sin embargo, nunca se ha teorizado formalmente sobre esta figura. Nadie se ha parado a estudiar el porqué de esta práctica tan costumbrista y extendida en nuestras ciudad. «Nunca ha habido un acercamiento desde el punto de vista científico, porque probablemente tampoco sea necesario hacerlo». Lo dice Iago Carro, de Ergosfera, organizadora de las jornadas y taller Mirar Obras, la otra arquitectura espectáculo, que se han desarrollado durante las Semanas de Arquitectura que se están celebrando en Barcelona, y a quien sí que interesa esta figura.
El del umarell italiano es un concepto que va más allá del jubilado que mira obras. «Manuel Delgado (quien ha participado en el proyecto de Ergosfera) habla de él como el flâuneur contemporáneo, el que deambula por el espacio público sin un objetivo concreto, sin gastar dinero…»
Sobre todo, por el componente de espectador de un show urbano como es una obra: «Hoy podría considerarse una singularidad en la ciudad contemporánea el poder presenciar el trabajo de algunas personas. Porque, desde que nos hemos convertido en trabajadores de oficina, tiendas o fábricas, cada vez es más difícil ver a alguien trabajar en la vía urbana». Los transeúntes que se paran a mirar obras al fin y al cabo, según Carro, no hacen más que contemplar una labor artesanal. «Si no se considera que el trabajo en una obra es un trabajo de este tipo es por puro clasismo».
Aunque sí que hay lugares en los que se ha estudiado esta figura. Es el caso de Italia, donde incluso se le ha dado un nombre: el umarell. Un término que fue incluido en el diccionario Zinganelli con la siguiente definición: «Pensionista que deambula, generalmente con las manos a la espalda, por los lugares de trabajo, comprobando, haciendo preguntas, dando sugerencias o criticando las actividades que allí se desarrollan».
En definitiva, el del umarell italiano es un concepto que va más allá del jubilado que mira obras. «Manuel Delgado habla de él como el flâuneur contemporáneo, el que deambula por el espacio público sin un objetivo concreto, sin gastar dinero…». Una figura que podríamos considerar insurrecta o, cuanto menos, sospechosa en una sociedad tan mercantilizada como la nuestra. «El hecho de que la mayoría de estas personas que miran obras sean pensionistas, personas fuera del mercado productivo, también explica el escaso interés por saber más de ellas, sus motivaciones y las razones por las que realizan esta práctica», añade Carro.
¿Cómo mirar a los que miran?
¿Cómo se plantea un taller sobre las personas que miran obras? Desde Ergoesfera no es algo raro. Están acostumbrados a pararse a reflexionar sobre cuestiones relacionadas con actividades habituales entre personas mayores. De hecho, este proyecto forma parte de otro mayor en el que también se han interesado en más prácticas frecuentes y genéricas entre jubilados, como sentarse a charlar en los bancos o en las marquesinas de autobuses de los pueblos, cultivar huertos o cuidar animales, y otras «más extremas», como la autogestión de espacios deportivos autoconstruidos («como campos de golf o de petanca»).
«Si no se considera que el trabajo en una obra es un trabajo artesanal es por puro clasismo»
De todas ellas, la más relacionada con la arquitectura y el urbanismo era la relacionada con la de mirar obras, de ahí que desde Ergosfera decidieran presentar el proyecto sobre este taller para las jornadas desarrolladas dentro de la Semana de Arquitectura de Barcelona.
Estas se plantearon como un taller de investigación colectiva. El primer paso fue seleccionar las obras objeto de estudio: «Seleccionamos dos en Barcelona. La primera, la rehabilitación de la ronda de Sant Antoni, y la segunda, la demolición del antiguo gimnasio de Sant Pau». Dos obras cercanas físicamente, pero muy diferentes entre sí, lo que les permitía obtener información muy diversa.
«La de Sant Antoni se trata de la renovación de un espacio público importante. La de Sant Pau supone la remodelación de un lugar entrañable para el barrio, un antiguo gimnasio para gente sin recursos que se demolía para dar lugar a un nuevo gimnasio y vivienda social». La carga sentimental que esta última generaba entre los vecinos se evidenció desde el primer día. «Tenía una gran repercusión emocional entre los vecinos que pasaban por allí. El público era más heterogéneo, había gente mayor pero también joven. Muchos hablaban de recuerdos relacionados con el edificio».
Durante estas jornadas, tanto los organizadores como los asistentes corroboraron que, aunque los hombre de tercera edad suelen ser mayoría, hay observadores de todas las edades, géneros y clase social. Y que el de la construcción sigue siendo un trabajo eminentemente masculino. «En la obra de Sant Antoni solo vimos trabajando a una mujer, la arqueóloga. Su trabajo parecía mucho más cuidadoso y generaba un gran interés entre los curiosos».
También comprobaron las distintas motivaciones e intereses por las que la gente se para a observar las obras. «Hay, por ejemplo, a quien le interesa especialmente la maquinaría, la precisión casi quirúrgica con la que se mueven esas grandes palas». Y hay quien observa las obras por necesidad. «Los recolectores de metal solían llegar media horas antes del fin de la jornada laboral para ver qué podían llevarse».
Todo sobre las obras
Tal vez para el común de los mortales, las obras en la calle no son más que algo coyuntural que acarrea molestias para la movilidad, para los que por allí transitan, y de ruido y suciedad para los vecinos. Pero para gente como Iago Carro y el resto de Ergosfera suscita el interés desde varios enfoques.
El primero de todos tiene que ver con la urbanidad. «Nos interesan las obras como vacío urbano que entrecorta los flujos urbanos. Los cortes de tráfico, por ejemplo, impiden que pasen ciertas cosas y precisamente eso propicia que pasen otras». Como ejemplo pone el de una persona sin hogar que aprovechó las obras en Sant Antoni para vivir en el hueco entre un ascensor y la valla de la obra. «La complejidad de la obra le proporcionaba una estancia en la que poder pasar el día, ya que por la noche dormía en un portal».
Los grafiteros que aprovechan la noche, cuando no hay obreros, para dejar su firma, los propios recolectores de metal que comienza también su faena cuando acaba la de los trabajadores de la obra, «o una vez que documentamos a una pareja saliendo de la obra a las tres de la mañana», son otros ejemplos que demuestran, según Carro, a la obra como «común urbano».
Otra de las facetas que despierta su interés es precisamente la arquitectónica y todo lo relacionado con los límites de estas intervenciones urbanas. «Las vallas aportan un aura de privacidad a los obreros. A partir de estos límites hacen su vida: se quitan la camiseta, almuerzan, echan sus siestas… Es algo parecido a lo que nos ocurre cuando vamos a la playa. A partir de cierta zona es normal ir en bañador, tumbarse al sol…».
En cuanto a la parte social, Carro vuelve a incidir en la heterogeneidad de los que se paran a contemplar la actividad de la obra. «Incluso había gente que venían todos los días. Es en esta parte también donde incluyen el momento de descanso de los obreros. «Estos momentos generar un gran interés porque, al estar en un espacio abierto, a veces es como ver a los operarios moverse dentro de un videojuego, ir de un lado a otro».