Paco López Saura tiene dos máximas: que a la montaña hay que cuidarla y que todo el mundo tiene derecho a disfrutarla. Las utiliza siempre que puede. Tanto en charlas por colegios como en sus encuentros con familiares o amigos. No intenta pontificar sobre algo que considera casi sagrado, sino transmitir su pasión de la forma más democrática y respetuosa posible.
Madrileño de 66 años, lleva toda la vida con ese entusiasmo y aún se siente un aficionado, a pesar de haberse bregado en complejas expediciones, ser miembro de la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara o haber publicado en España tres libros sobre el asunto.
Ese amor a la naturaleza viene de niño y pretende divulgarlo inspirándose en los naturalistas del siglo XIX: sus libros reúnen ilustraciones de rutas campestres con detalles del lugar. Dibuja a mano, en cuartillas de DIN-A5 (medio folio) y con un proceso que ha ido depurando a lo largo de los años.
«Voy tomando fotos y hago un boceto inicial», relata López Saura, «luego paso a lo que llamo el arte final: calculo los tiempos del camino, la escala, la cartografía, elementos que añadir…», enumera. Todo con la ayuda de lapiceros de colores Faber Castell y con una conservación minuciosa de los originales en carpetas de plástico: lo contrario a las interminables imágenes de aplicaciones como Instagram.
Su misión, anota, es que sea sencillo. Que se entienda. Que no se requiera especialización ni merodee en coordenadas inescrutables. Que, en suma, cumpla las máximas con las que comulga. «Me gustan esas pinturas que muestran sin tecnicismos un paisaje y algo de la flora y la fauna», esgrime, justificando su inclusión en cada página de animales o plantas característicos de la zona. «A lo mejor me encuentro con algo muy raro y lo incluyo. O, aunque no lo vea, si sé que es típico del área, lo meto», apunta.
Mezcla lo minucioso con lo esquemático, tal y como se puede ver en su primera incursión en el terreno, Cuadernos de campo: Pirineo Aragonés Occidental, de 2016, o en Guadarrama, que ya lleva tres ediciones en Desnivel. Utilizando descripciones escuetas y datos prácticos, López Saura muestra itinerarios de distinta dificultad y avisa de cosas básicas: «Pongo si hay agua o no y si hay refugios. Antes dejaba los ríos como sitio para beber, pero lo he quitado porque prefiero no arriesgarme y que justo se haya secado o esté contaminado».
También hay líneas que marcan el sendero, rótulos de montaña, variaciones geográficas, obras arquitectónicas interesantes y algunas recomendaciones, como el uso de bastones o la importancia de no perder de vista los mojones del sendero. «Me ha gustado siempre ir y fijarme en ver qué había, en dibujar algunos detalles. Fui mejorándolo hasta que hice lo del Pirineo», cuenta. Ese libro lo sacó gracias a una campaña de micromecenazgo y tuvo buena acogida, pero disputas con el sello lo dejaron relegado. Ahora lo ha publicado con Desnivel complementado con Curiosidades y está preparando otro volumen de la Comunidad de Madrid.
«Creo que están teniendo bastante éxito, aunque hace tiempo ni siquiera tenía en mente nada de libros», comenta asombrado. Para llegar a este punto, por tanto, habría que retroceder a su infancia. Paco López Saura y su mellizo José Luis (pintor realista y «un crack», en palabras de su hermano) se criaron en el barrio de Vallecas, al sur de la capital española. Pero sus padres les llevaron desde muy pequeños a las montañas cercanas. Trillaron la sierra de Madrid y ampliaron por otras comunidades. «De adolescentes empezamos con cosas más serias», rememora. Hasta que, a los 18 años, al lado de su inseparable escudero, coronó el Mont Blanc.
Avanzaba la década de los setenta y López Saura era llamado a filas. El ejército le daba dos opciones: o quedarse en un cuartel cercano y hacer el tiempo de servicio mínimo, o postularse como voluntario para un puesto y alargar la estancia a 20 meses. Eligió esta opción: ingresó en la Compañía de Esquiadores Escaladores de la Escuela Militar de Montaña, en Candanchú. En esta localidad de Huesca progresó en sus habilidades de montaña y terminó siendo cabo 1º de Sanidad por sus estudios de Técnico Superior en Anatomía Patológica.
«Formaba parte del equipo de socorro de las pistas de esquí. Era una compañía de 120 soldados amantes de la naturaleza. Hacíamos alta montaña todos los días. Es una labor que ahora desempeña la Guardia Civil», explica. Además, los fines de semana aprovechaba para husmear por la zona e ir acumulando ideas. «Tuve que repetir muchas de ellas para juntar las 86 del libro. Son rutas de todos los niveles, enfocadas a todo el mundo. Si se busca algo más especializado, mejor buscar en otro sitio», insiste.
Porque Paco López Saura no se considera un gurú de la montaña ni quiere colgarse medallas de profesional. Casi le ocurre lo contrario: tiene su web, sus dibujos y su experiencia, pero el objetivo (como repite con esos axiomas inmutables) es empujar a que la gente salga al campo, no a restringir esta actividad. «Es un divertimento y se basa en que todo el mundo tiene cabida», incide quien ejerce como auxiliar de enfermería en la Unidad de Psiquiatría de Agudos Adultos en el hospital Gregorio Marañón de Madrid.
Un trabajo que le enriquece cada día y le ofrece la oportunidad de expandir su pasión. Lo hace gracias a Paca, una «gallina de alta montaña» que creó hace 15 años. Una especie de avatar suyo que igual da la lotería en el hospital que señaliza los turnos de enfermería o ilustra sobre comportamientos en la montaña. «El personaje me permite crear un vínculo de confianza con los pacientes. A veces me comunico con ellos gracias a él. O creo un clima menos violento», dice.
La gallina le permite también difundir su adoración del entorno natural. La viste de montañera en los manuales, usa sus chascarrillos en tiras cómicas o sirve como presentadora en las charlas con niños de primaria, centros de educación especial y asociaciones de síndrome de Down. En estos encuentros gratuitos (que se van a expandir con una versión para invidentes, en colaboración con la ONCE) comienza con uno de esos principios que quiere grabar a fuego: «¡Cuanto más aprendemos sobre la naturaleza, más motivos tenemos para respetarla!».
Y plantea otra pregunta trampa. «Les hago elegir entre qué es mejor, si abrazar un árbol o subir a un pico», afirma con picardía, «y la respuesta es que da igual: lo importante es estar ahí». Lo esencial es fomentar su interés por el medio ambiente. Les da fichas con reptiles, insectos o árboles y les anima a salir al aire libre e investigar: «Hay que empujar para que vayan a la montaña. Si, de cada 100 que se acerquen, les gusta a 10 ya es un éxito. Y hay que saber ajustarse a sus cualidades porque, si no, la odiarán», arguye con ese deseo de democratizar y respetar el campo.
De momento, le ha funcionado con sus alumnos domésticos. Paco López Saura ha trasladado esta pasión a sus dos hijas, de 33 y 17 años, y a su hijo, de 14. «Les he llevado a Gredos, al Paular, a La Pedriza, que es una configuración de granito única en el mundo… Hay un montón de sitios impresionantes cerca de Madrid», resuelve, convencido de que a menudo subestimamos lo próximo y vanagloriamos lo de fuera.
«¡Hay cosas que son la leche y las tenemos a una hora!», exclama el ilustrador, que a pesar de optar por métodos analógicos, valora la tecnología: «Es muy útil. Hay aplicaciones para seguir tu rastro, para poder solicitar ayuda, para seguir rutas… Y son muy buenas para todos», alega, aunque defienda que lo suyo es «una manera de romper una lanza por lo que se veía antes». Por eso, cree López Saura, desafía a las redes sociales y llama la atención.
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