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¿Por qué han hecho un monumento a un insecto en Alabama?

Antes de que a uno se le desperece más o menos la conciencia crítica, opina que la gente de los monumentos, la que da nombre a calles, plazas o pabellones deportivos son invariablemente benefactores, gente que hizo cosas no solo relevantes sino buenas. Por eso son tan importantes leyes como la de memoria histórica, y por eso me gustan más las estatuas de artistas, científicos o literatos que los monumentos con conquistadores o libertadores, reverso y anverso de los mismos avatares históricos.

La toponimia de nuestros pueblos y ciudades, la colección de monumentos de nuestras plazas son reflejo de una parte de la historia, esa parte que alguien ha decidido que va a convertirse en fuente de nuestros valores identitarios. Londres tiene a Nelson sobre una columna infinita, Barcelona tiene a Colón en otra y mi Logroñito querido tiene en su baricentro la estatua ecuestre del general Espartero, incluidos los legendarios atributos de su caballo (que no son para tanto, la verdad).

Hay en el mundo monumentos a santos y a demonios, a los caídos (del bando vencedor, claro), a monjes y a poetas. Hay mil estatuas de buda y al menos una, en Múnich, de Caperucita y el lobo.

Foto: Michael Rivera

Pero sobre todas esas estatuas, monumentos y columnas hay una tan singular y chocante que me tiene arrebatado el sentido. En Enterprise, Alabama, está el monumento al gorgojo del algodón (Anthonomus grandis), un coleóptero asqueroso que acabó con los cultivos de media América el siglo pasado.

El monumento de Alabama es digno de verse. En una rotonda en el cruce de las dos calles principales de la ciudad, se alza la imagen inquietantemente lovecraftiana de una cariátide blanca y muy seria que sostiene en alto con solemne majestad un gorgojo negro del tamaño de un perro mediano, mostrando así ante el mundo, subido a un pedestal, al bicho voraz.

Uno podría pensar que se trata de la imagen sagrada de algún culto a insectos primigenios, y sin embargo el motivo de la erección de semejante cosa no tiene nada de ominosa sociedad secreta. Cuando el gorgojo este se puso a devorar los campos de algodón que fueron la riqueza del sur de Estados Unidos, de entre los habitantes de Enterprise, cuyo gentilicio no acierto a imaginar, un audaz agricultor decidió probar suerte con el cacahuete, mientras el resto de los Estados Unidos de América, Theodor Roosevelt incluido, trataban sin éxito de salvar el algodón de la voracidad del bicho.

Al ver el éxito del maní, los habitantes de Enterprise (me los imagino con uniforme de Star Trek) decidieron, pues, diversificar sus cultivos y dedicarse al prometedor cacahuete, lo que les garantizó éxito comercial y prosperidad económica.

En 1919 el empresario Bon Fleming decidió, con el beneplácito de la municipalidad y el unánime aplauso del pueblo de Enterprise, erigir el monumento que nos tiene encantados. Al principio estaba solo la cariátide, sosteniendo una inexpresiva copa en alto, hasta que 30 años después, un tal Luther Baker pensó acertadamente que el monumento al gorgojo debía tener un gorgojo en todo lo alto, y le colocó uno de 25 kilos.

¿Por qué decidió Fleming homenajear al gorgojo y no al cacahuete? Nunca lo sabremos, solo nos queda leer con respeto la inscripción del monumento al gorgojo: «Con profundo agradecimiento al gorgojo del algodón y a lo que hizo como heraldo de prosperidad, fue erigido este monumento por los ciudadanos de Enterprise, Coffee County, Alabama».

Imagen de portada: Linda, bajo licencia CC.

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