«Arte saqueado, a su izquierda; a su derecha, arte robado. Si se topa con alguna de estas obras fuera del museo, por favor, comuníquelo inmediatamente a las autoridades internacionales».
Una cálida voz en off, con un timbre metálico que recuerda a los ordenadores parlantes de Hollywood, nos da la bienvenida a este particular museo. Sus obras, nos recuerda, «no se pueden ver físicamente en ningún lugar del mundo».
Algunas salieron de los pinceles de los grandes maestros del arte. Ahora están en paradero desconocido. «Bienvenido al Museo del Arte Robado». Por sus siglas en inglés, el MOSA.
Si te adentras en esta pinacoteca, sita en las intangibles tierras de la realidad virtual, caminarás entre unos y ceros mientras tu delicado paladar artístico se deleita con obras «que las bases de datos del FBI y la Interpol registran como desaparecidas». En palabras de su creadora, la artista israelí Ziv Schneider, tendrás ocasión de «echar un vistazo a lo oculto y lo invisible».
Antes, tendrás que congraciarte con la comisaria, que vive y trabaja en Nueva York, pues de momento solo ella puede invitarte a su universo paralelo (aunque espera abrirlo al público en los próximos meses). Llegarás allí a lomos de Oculus Rift, el casco de realidad virtual que nació de un crowdfunding y acabó en manos de Facebook.
Come see my museum of stolen art and a ton of amazing projects at the ITP show tomorrow, 5-9pm
Una foto publicada por Ziv Schneider (@zivschneider) el
Orientarse entre sus salas no es difícil. La audioguía se encarga de explicar el devenir de cada obra, su historia casi siempre trágica. Por lo demás, el museo no es precisamente Matrix. Su aspecto es el que cabe esperar de un sitio así: pasillos con paredes blancas y cuadros elegantemente enmarcados.
Que el MOSA tuviera el aspecto de un museo real era importante para Schneider, que persigue tres objetivos con esta creación: uno, de índole práctica, progresar en el máster de la escuela de arte de la Universidad de Nueva York que está cursando; dos, dar a conocer obras maestras que solo existen como imágenes de baja resolución en las webs de la Interpol y el FBI; y tres – que por soñar no quede – sentar las bases para que algún día puedan ser recuperadas.
Además, el Museo del Arte Robado sirve para recordarnos que el arte, y la cultura en general, es una víctima colateral cada vez que los humanos se enzarzan en un conflicto bélico. Dos de las tres exhibiciones que Schneider ha planificado para el MOSA tienen que ver con la guerra: concretamente, con el arte que se esfumó tras los conflictos en Irak (se calcula que unas 14.000 obras fueron sustraídas de la galería nacional) y Afganistán (más de dos terceras partes de las obras de su principal pinacoteca fueron destruidas o robadas).
La tercera incluye obras maestras de Rembrandt, Vermeer o Degas que desaparecieron, en su mayoría, cuando en 1990 dos ladrones disfrazados de agentes de policía sustrajeron obras por valor de 300 millones de dólares del Museo Isabella Stewart Gardner en Boston.
Ahora estos retazos perdidos de la historia del arte pueden contemplarse aquí. Es virtual, sí, pero ¿acaso no viviremos pronto las más fascinantes experiencias gracias a las Oculus Rift? Ya está en marcha: el universo paralelo de los bits está cobrando forma. Ya no es un simple experimento.