La dramaturga Amaranta Leiva piensa que «a los niños es mejor hablarles directo, decirles las cosas como son», sin edulcorantes. «Simplemente hay que hacerlo desde el punto de vista de un niño», resuelve el modo. «Yo por eso escojo los títeres. Los niños y los títeres tienen una relación larga, como un secreto escondido entre los dos. El niño al títere le cree todo».
Ella es la encargada de escribir las obras que representa la compañía de títeres mexicana Marionetas de la Esquina. La fundaron sus padres a finales de los 70. El progenitor, Lucio Espíndola, terminó en México casándose con su madre Lourdes Pérez Gay porque venía huido de la dictadura argentina. La obra con la que inauguraron su proyecto cuarentenal llevaba la firma del gaucho y se llamaba Érase muchas veces, una historia que «a través de animales de fábula explicaba a los niños la dictadura argentina», cuenta la hija. «Había un tigre que representaba al dictador, y con la ayuda del público lo detenían, pero el tigre se acababa escapando de nuevo y no había una final feliz. Esa es la historia real de una dictadura, aunque acabe mal».
Después de aquel gran estreno las temáticas de la compañía trataron de restarle lo gris a sus representaciones. «Eran otros tiempos, y no se podían hacer muchas cosas», dice Leiva. Sin embargo, el día que ella misma se puso al cargo de escribir los guiones de la agrupación, pensó que la mejor manera de hilar su carrera en literatura y su pasión por los títeres sería con ese tipo de dramaturgia comprometida.
«Yo, de chica, viví la llegada de los exiliados argentinos. Vivía en una comuna. También la de los chicanos, la de los españoles… Recuerdo que empecé a hacerme preguntas. Al escribir, creo que me contestaba esas preguntas que me guardé de niña. Quería hablar de historias de asuntos sociales, de historia, políticos, de la vida… pero visto desde ese punto siempre, del de los niños».
En Dibújame una vaca (2000) la autora supo explicar en una obra de marionetas -que pasó un tiempo vetada en México- la realidad del divorcio; Mía (2005), trata la historia de una niña obligada a escuchar la violencia de su padre contra su madre escondida en un ático junto a su vieja muñeca; y en Zapata (2010), explica Amaranta, «los niños ven a dos amigos que se juntan para hablar de si aquel señor fue un héroe, un superhéroe o un líder, y acaban viendo una historia en la que un hombre que tiene ideales y quiere el bien para su país puede acabar asesinado. Ver cómo un hombre da un abrazo a un amigo, que al momento se asoma de la hacienda de enfrente para asesinarle. Esa es la realidad que se les representa en nuestro espectáculo».
Cuenta la dramaturga que al ver esa última escena de Zapata se suele crear un «silencio de comprensión». «Los niños se sienten en la piel de Zapata. No lloran, se sienten orgullosos de ver esa historia. Los niños pueden analizar. Ellos ven las cosas de una manera para la que los adultos somos tremendistas. Su inocencia les da una manera de enfocar la justicia, el amor o el odio más sencillamente que nosotros… Tienen una claridad y honestidad brutal. Yo siempre tardo mucho en terminar mis obras porque quiero llegar a hablar desde esa línea de honestidad del niño».
Leiva ya ha sacado sus propias conclusiones sobre el grado de comprensión de las criaturas para las que escribe. Recuerda que tras una representación de Dibújame una vaca, en una charla entre marionetas y niños tras acabar la función, una pequeña se acercó a hablar con Emilio, el títere protagonista y le dijo: «¿sabes que mis papás también están separados? Es que mi mamá estaba muy enferma y se iba a morir, y por eso mi papá se fue». «En otra ocasión un padre quiso llevarse a su hija de la sala cuando representando Mía vio que había un personaje masculino que maltrataba a su mujer», explica la autora. «La niño le dijo, ¡ay papá!, ¿por qué nos vamos?, es como cuando tú y mamá pelean».
* Las obras de la compañía Marionetas de la Esquina se pueden presenciar cada fin de semana en La Titería su teatro Coyoacán.
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