Una familia de elefantes de madera nos recuerda uno de los principios básicos de la escritura.
Los elefantes de madera
Encontré una familia de elefantes de madera en la casa de los padres de Mo. Estos elefantes estaban olvidados en una caja de zapatos al fondo de un armario empotrado.
Es necesario vaciar la casa de Mo de muebles, cachivaches y recuerdos para mostrarla a los posibles clientes. A Mo le entristece volver a la casa donde vivió durante más de treinta años. Sus hermanos están demasiado lejos y ocupados con sus hijos pequeños. Por el contrario, planifico mi día a mi conveniencia y encuentro entretenido rebuscar en los cajones de la vieja casa y encontrar cosas como un tocadiscos de los 80, un proyector de cine de 16mm, un abanico rojo tan grande como una moto o una muñeca victoriana… Aunque los dos últimos años había vivido con Mo en esa casa, es ahora cuando encuentro pequeños tesoros, algunos cuyo nombre desconozco.
Hago fotos de los objetos que encuentro y las paso por móvil a Mo y sus hermanos. Ellos se reparten los objetos de manera virtual. Cuando encontré los elefantes no les hice fotos. Los quise para nosotros, para Mo y para mi.
Mo me contó que consiguió los elefantes respondiendo a una encuesta callejera sobre toallitas para bebés. Los elefantes y 7 euros. Mo estaba entonces embarazada de siete meses de su hija.
—Déjalos por ahí y ya veré dónde los pongo —dijo Mo.
Yo supe dónde debían estar: en fila india sobre la mesita de la entrada, ordenados de mayor a menor, mirando a la puerta como establece la superstición. Horas después sorprendí a Mo recolocando los elefantes: los dos pequeños estaban entre los dos grandes, formando un grupo más cerrado.
—Me gusta que los elefantes pequeños estén protegidos por sus padres —dijo Mo.
Yo había colocado los elefantes siguiendo un supuesto orden estético tal y como había visto en muchas tiendas de decoración. Por el contrario, Mo lo hizo siguiendo su instinto como madre. Esa misma tarde, los telediarios hablaban de elefantes y vimos cómo los pequeños caminaban arropados por los elefantes adultos.
—¿Lo sabías? —dije.
Mo se encogió de hombros.
—Me gusta que los pequeños vayan protegidos —dijo Mo.
Sé que no ve documentales de la naturaleza porque vemos las mismas cosas. Si fuera a un concurso de televisión no escogería la opción de NATURALEZA ni ANIMALES, aunque adora los gatos. Lo cierto es que Mo coloca los objetos siguiendo un orden más emotivo que geométrico.
Los elefantes nos recuerdan cómo debemos escribir
Show, don’t tell (muéstralo, no lo digas), recomiendan los novelistas anglosajones. Los guionistas estamos forzados a mostrar —lo demanda el medio— aunque en ocasiones se nos escapan frases como:
“A Miriam le gusta bailar», pero no vemos cómo baila.
“Fran es un erudito», pero no vemos su biblioteca ni muestra sus conocimientos.
“Lidia es una manirrota”, pero no vemos cómo malgasta el dinero.
Un novelista tiene cierta ventaja. Puede decir impunemente “a Miriam le gusta bailar” o “Fran es un erudito”, sin embargo, queda deslucido. Es tirar el camino fácil. De la misma manera, podría decir:
“Mo tenía un fuerte instinto de maternal”.
O puedo mostrar cómo encuentro los elefantes, cómo los coloco y cómo Mo los recoloca. Tal y como he escrito más arriba. La acción me retrata como una persona que sigue el patrón de la estética de la tienda de decoración, y retrata a Mo como una persona que siente la necesidad de proteger a los demás.
Detallar el día a día, el mejor ejercicio para el escritor
Los guionistas, los novelistas, los dramaturgos no podemos aburrirnos.
Si escuchamos más que hablamos, si observamos más que paseamos la vista, encontramos escenas como esta todos los días. Y también las olvidamos. Por eso, hace años tengo un “almacén de pequeños fragmentos”. Una carpeta llena con notas TXT de pequeñas acciones, pequeñas anécdotas, frases tomadas en un paseo por la calle, fotografías tomadas con el móvil de cómo están dispuestos pequeños objetos. Este almacén sirve para no tirar de referencias de otras películas o novelas. Basta una vez para anotar una anécdota o depositar una imagen para recordarla. Este almacén me ayuda a no decir “Javier era un tipo nervioso”. En lugar de esto, muestro a Javier haciendo añicos un sobrecito de azúcar mientras habla de cosas intrascendentes.