La explosión de información surgida a finales del siglo pasado, y que continúa su incremento en este, ha traído añadida una nueva tendencia: la transparencia en la información.
Lo que antes se tendía a ocultar ahora aparece a la vista de todos: los sitios a los que vamos con nuestras parejas son convenientemente etiquetados en facebook, nuestras fotos en situaciones poco confesables, posiciones y lugares comprometidos (fiestas, playas…) ahora aparecen por doquier y si tú no te etiquetas lo puede hacer hasta tu madre, que ya está en Facebook. Hace poco no dábamos un puñetero dato y nos escondíamos bajo el seudónimo de Pato Donald en cualquier página web que nos pidiera un nombre, y ahora nos hacemos fotos sexys para el avatar de nuestra red social y hablamos a cara (o nombre de usuario mejor) descubierta en cualquier foro de la Red.
Llevados por esa moda hasta los gobiernos y, sin duda, las empresas, han empezado una carrera para hacer públicos todos sus datos que luego, además, son remezclados por las redes sociales, los agregadores de actividad o los potentes programas para conseguir visualizaciones increibles que proporciona –¡¿cómo no?!– Google, para ofrecernos todavía más posibilidades de comprender las tendencias que hay en el interior de esas masas de nombres y números.
Y ante esa tendencia, que, sin duda apoyo porque es mejor tener acceso y porque este debe estar abierto a todos (open data), me surge de forma repetida una pregunta: ¿y si la mejor forma de ocultar algo es mostrarlo a todo el mundo?
Porque, en palabras de Krahe, una vez perdido el pudor, ya no tenemos decencia. ¿No es falta de pudor la imagen repetida y en directo de los reactores de Fukushima? ¿No es falta de pudor la rueda de prensa diaria de las tropas de ocupación de un país? ¿No es falta de pudor la comparecencia del ministro de trabajo apabullándonos con números sobre la situación del paro juvenil en España?
Richal Saul Wurman pronosticaba que la enfermedad del siglo 21 iba a ser la ansiedad informativa, generada por tal cantidad de todo aquello que se nos ofrece y que somos incapaces de procesar, y ya alertaba de que esa abundancia era una forma de conseguir que los ciudadanos no pudiéramos prestar atención ante todo lo que se ponía a nuestra disposición. La transparencia es un gran avance, pero por sí sola no nos asegura un mejor conocimiento.
¿Quiero saber hasta el último detalle sobre los datos del paro de cada provincia en nuestro país? No lo sé. No siempre. Quizas, de algunas cosas, nos rentaría más entender bien los grandes números, las grandes tendencias para que no nos distraigan con millones de detalles.
Ya lo decían los ocultistas, lo escribió Poe en su Carta robada y lo vimos en el cine en El Código Da Vinci: “La mejor manera de ocultar algo es mostrárselo a todo el mundo».
Que se lo pregunten a los expertos en comunicación o a Tamariz (el mago).
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Mario Tascón es consultor de nuevos medios y fundador de Prodigioso Volcán
Este artículo fue publicado en el número de Mayo de Yorokobu
Foto de Portada: Jay Goldman reproducida bajo lic CC
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