Mientras las aplicaciones de productividad baten récords de descargas y los libros sobre cómo optimizar cada minuto de nuestro día copan las listas de ventas, en los Países Bajos florece un concepto radicalmente distinto. Lo llaman niksen, y podría traducirse literalmente como no hacer nada. Sin embargo, esta aparente simplicidad esconde una profunda sabiduría: el arte de permitirse existir sin un propósito, sin culpa y sin la constante presión de ser productivo. No es pereza, sino una práctica consciente que numerosos estudios comienzan a validar como esencial para nuestro bienestar mental, creativo y físico.
Qué es realmente el niksen
El niksen va más allá de simplemente descansar. Mientras que el descanso suele tener como objetivo recuperar energías para volver a ser productivo, el niksen valora el tiempo improductivo por sí mismo. Se trata de disfrutar de esos momentos en los que la mente pueda vagar libremente, sin finalidad específica ni expectativas de resultado.
El niksen no es meditar, no es mindfulness, no es una siesta programada. Es el acto deliberado de no hacer nada, de sentarse en una silla y mirar por la ventana, de tumbarse en el sofá sin el móvil, de dejar que la mente fluya sin un propósito concreto.
Esta distinción es crucial. En nuestra cultura actual, incluso el ocio se ha mercantilizado y optimizado: meditamos para ser más productivos, hacemos ejercicio para rendir mejor, incluso descansamos estratégicamente. El niksen rechaza este enfoque utilitario y reivindica el valor intrínseco de los momentos improductivos.
Los orígenes culturales del niksen
¿Por qué precisamente en los Países Bajos? La cultura holandesa combina factores aparentemente contradictorios que han permitido el florecimiento de esta filosofía. Por un lado, los holandeses son conocidos por su ética del trabajo y eficiencia —no en vano Róterdam es uno de los puertos más productivos del mundo—. Por otro, su cultura valora profundamente el concepto de gezelligheid, un término que podría traducirse como comodidad, calidez y bienestar compartido.
«Los holandeses han entendido algo fundamental: para ser verdaderamente productivos a largo plazo, necesitas periodos de auténtica desconexión», señala Olga Mecking, autora del libro Niksen: Embracing the Dutch Art of Doing Nothing. «No es casualidad que los Países Bajos figuren consistentemente entre los países con mayor productividad y mejor balance vida-trabajo del mundo».
Este equilibrio cultural contrasta radicalmente con sociedades donde el valor personal se mide por la ocupación constante. En Japón, por ejemplo, existe el concepto de karoshi (muerte por exceso de trabajo), mientras en Estados Unidos se glorifica el hustle culture o cultura del ajetreo constante. Los holandeses, en cambio, han construido una sociedad donde el descanso no es visto como una debilidad, sino como una necesidad humana fundamental y un derecho.
Los beneficios científicos de no hacer nada
Lo que comenzó como una práctica cultural está siendo respaldado por la neurociencia moderna. Cuando aparentemente no hacemos nada, nuestro cerebro activa lo que los científicos denominan la red neuronal por defecto (DMN, por sus siglas en inglés), un conjunto de regiones cerebrales que cobran vida precisamente cuando no estamos enfocados en tareas específicas.
Investigadores como Barreau han documentado que este modo cerebral de divagación es esencial para la consolidación de aprendizajes y memoria, pues el cerebro utiliza estos momentos para procesar y almacenar información adquirida. Esta actividad cerebral también fomenta la creatividad; muchas soluciones creativas surgen precisamente cuando dejamos de buscarlas activamente. Además, facilita el desarrollo de la introspección y autoconocimiento, permitiendo procesar experiencias emocionales y construir nuestra narrativa personal. Y no menos importante, mejora nuestra empatía al favorecer la reflexión sobre nuestras relaciones sociales y las perspectivas ajenas.
El problema es que hoy casi nunca permitimos que nuestro cerebro entre en este estado, cada momento libre lo llenamos consultando el móvil, escuchando pódcast o viendo videos. Estamos privando a nuestro cerebro de un proceso esencial.
Cómo practicar el niksen en un mundo hiperconectado
Incorporar el niksen a nuestra vida no requiere necesariamente grandes modificaciones, pero sí un cambio de mentalidad significativo. Paradójicamente, en nuestra sociedad necesitamos planificar la improductividad. Reservar pequeños momentos —incluso 10 minutos pueden ser suficientes— donde nos permitamos simplemente existir sin propósito se ha vuelto casi una necesidad. Durante este tiempo de niksen, es fundamental eliminar las distracciones digitales, apagar notificaciones y mantener los dispositivos fuera de alcance. La hiperconectividad es el mayor enemigo del verdadero descanso mental.
Abrazar el aburrimiento constituye otro principio esencial del niksen. El aburrimiento no es el enemigo, sino el portal hacia estados mentales más creativos. Cuando sentimos ese impulso de buscar estimulación, resistir y observar cómo nuestra mente comienza a generar pensamientos e ideas propias puede ser revelador. Quizás el aspecto más difícil de esta práctica es superar la culpabilidad asociada a la inactividad. Debemos recordar que no estamos perdiendo el tiempo, sino invirtiendo en nuestro bienestar integral. Durante estos momentos, es importante no intentar dirigir nuestros pensamientos ni juzgarlos, simplemente dejarlos fluir como nubes que pasan por el cielo de nuestra mente.
El niksen frente a la crisis del burnout
El agotamiento profesional o burnout se ha convertido en una epidemia silenciosa. La Organización Mundial de la Salud lo reconoció oficialmente como un fenómeno ocupacional en 2019, y desde entonces su prevalencia no ha hecho más que aumentar, especialmente tras la pandemia y la dilución de fronteras entre trabajo y vida personal.
El niksen no es simplemente una práctica de bienestar, sino una respuesta cultural necesaria frente a un sistema que valora la productividad por encima del bienestar humano. No es casualidad que los países nórdicos, con su cultura de equilibrio vida-trabajo, presenten menores índices de burnout que aquellos donde se glorifica el trabajo excesivo.
Empresas pioneras en los Países Bajos han comenzado a implementar salas de niksen, espacios libres de tecnología donde los empleados pueden simplemente sentarse sin hacer nada durante breves periodos. Los resultados preliminares muestran mejoras significativas en bienestar, creatividad y paradójicamente, también en productividad.
El desafío filosófico del niksen
En un nivel más profundo, el niksen plantea una pregunta filosófica fundamental: ¿somos lo que hacemos o tenemos valor intrínseco simplemente por existir? La cultura de la productividad constante ha reforzado la idea de que nuestro valor como personas está directamente relacionado con lo que producimos o logramos.
El niksen nos recuerda que somos seres humanos, no recursos humanos y que, por tanto, nuestro valor no depende de nuestra utilidad.