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Traductor simultáneo: Por qué ya no puedes ser un niño rata si ya te llaman ‘boomer’

Tranquilo, boomer, que esto, casi con toda seguridad, no te lo van a llamar nunca. Tú ya no puedes ser un niño o una niña rata (bueno, tú ya no puedes ser casi ninguna cosa desde la perspectiva de un centenial). Porque, para serlo, tienes que tener unos 10 o 12 años, pasarte la vida encerrado en tu habitación jugando al Minecraft o al Fortnite o a cualquier otro videojuego multijugador que no te corresponde por edad; protestar y berrear como un poseso en cada partida con esa voz aguda y molesta que solo los niños (rata o no) pueden tener cuando las cosas no les salen como quisieran, y creerte el rey del mambo, el malote del chat, el puto amo entre tanto manta, cuando, en realidad, no eres más que un pringaíllo.

Uno puede ser un niño rata durante más años de los que quisiera, siempre que encuentre a alguien de más edad que él que se lo quiera llamar. Una especie de insulto matrioska del que solo te librará aprender a no vociferar mientras juegas y, quizá, ese cambio en la voz que te hará parecer más un león que una rata chillona.

Una vez más, el mundo gamer impregna el lenguaje de los que llegan para comerse el mundo (y ojalá les dejemos hacerlo). Hay quien dice que la expresión nació en boca de Homer Simpson (todo está en Los Simpson, ya sabéis, no en los libros ni en las predicciones de Nostradamus) en un episodio en el que llamaba así a su hijo Bart.

Las fuentes consultadas, esas que están en Bachillerato o en la ESO, aseguran que ya no la utilizan solo en el ámbito del videojuego. Un niño rata lo será siempre que sea molesto, pesado y gritón, juegue o no a las maquinitas.

Por cierto, boomer ya no hace alusión solo a la edad. Cualquier persona o cosa que huela a viejuno es boomer, da igual si tiene 20 años o 50. Por ejemplo, haber usado maquinita es tan boomer que hasta a mí me ha dado vergüenza. O peor aún: hacer chistes de gais o de gordas es asquerosamente boomer.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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