Una de las cosas que más me maravilla de este mundo moderno es la capacidad que tienen algunas historias para superarse a sí mismas. El poder que hace que algunos fenómenos superen ampliamente sus propias fronteras, y consigan ir varios pasos más allá de aquello para lo que inicialmente estaban concebidos.
(Opinión)
50 sombras de Grey es un buen ejemplo de ello. Lo que en un principio fue concebido como una simple trilogía (aunque tuviera pretensiones de best seller) que narraba la relación entre un ricachón aficionado al BDSM y una joven estudiante, se ha convertido en un fenómeno a escala mundial que ha tocado la fibra de personas de diferentes generaciones que han podido descubrir otra manera de entender las relaciones afectivo-sexuales.
Al margen de las valoraciones sobre la calidad del libro o la película, lo que parece claro es que ha agitado las mentes de mucha gente a lo largo del mundo, y sus repercusiones han sobrepasado ampliamente las páginas y las pantallas. Tras el lanzamiento del libro, las ventas de productos de juguetería erótica, así como de artículos de lencería, se dispararon en muchas partes del mundo y las conversaciones de muchos grupos han subido de tono como consecuencia del descubrimiento de un nuevo mundo de fantasía.
Hay quien, incluso, podría llegar a pensar que la pretensión de la autora era la de provocar cambios en la vida sexual de un buen número de Boomers y Millennials a lo largo del globo. Y aquí surge una pregunta: ¿No será que, en cierta medida, 50 sombras de Grey le está explicando a varias generaciones cómo mejorar su vida sexual? ¿No podría parecer, acaso, como si el libro y la película hubieran decidido que ya era hora de provocar un vuelco en las escenas de cama que tienen lugar a lo largo del mundo?
Y, como resultado de estas, otra pregunta. ¿Y si, en el mundo en el que vivimos, se está potenciando desde distintas esferas el hecho de diseñarles la vida a las personas, de monitorizar algunas de sus decisiones, de tutorizar algunos aspectos de su día a día?
Probablemente esta pregunta no suponga un gran punto de inflexión: parece bastante claro cómo los medios de masas se empeñan diariamente en modificar algunas de nuestras actitudes, dirigir nuestras necesidades e influenciar nuestra conceptualización del mundo.
No es novedad que la creación de roles e historias estereotipadas desde el cine, la publicidad y la prensa ha provocado la idealización de numerosos aspectos de nuestra vida, y ha afectado de forma directa a la configuración de nuestra personalidad, diciéndonos incluso cómo tenemos que comportarnos, qué opinión tenemos que tener ante ciertas cosas o qué productos tenemos que comprar para alcanzar una especie de plenitud.
En este sentido, podemos pensar en que los medios de masas han actuado –sin consultarnos, faltaría más- como facilitadores, dándonos una serie de pautas para que podamos entender el mundo y configuremos la forma en que nos relacionamos con él.
Por otro lado, la irrupción devastadora de la tecnología en las distintas esferas de la sociedad ha ido encaminada, gran parte de las veces, a ofrecernos facilidades en el desarrollo de nuestra vida cotidiana: automatización de procesos tediosos, simplificación de actividades complejas y, en general, mecanización de pautas que seguimos en nuestro día a día.
Si consultamos las tendencias para el futuro, nos encontramos con que el desarrollo de tecnologías facilitadoras no hará sino ir a más: dentro de unos años tendremos neveras inteligentes que programarán la compra y podremos hacer scroll down en páginas web con solo desplazar la vista, por citar algunos ejemplos.
Pero ¿acaso esta tendencia de hacernos la vida más fácil responde exclusivamente a un propósito de los medios de comunicación y la tecnología de controlar algunos aspectos de nuestra vida? Lo cierto es que no. Si indagamos un poco más, podemos caer rápidamente en la cuenta de cómo esta espiral facilitadora, que nos aleja poco a poco de la necesidad de tomar decisiones y destierra en cierta medida la posibilidad de realizar descubrimientos por nosotros mismos, se articula desde todas y cada una de las esferas de nuestra vida.
Achacar esta situación a los medios y la tecnología no es sino buscar la excusa fácil: los medios y la tecnología nos invaden y es difícil huir de ellos, de manera que nadie puede escapar de todas esas facilidades que nos imponen. No tenemos elección. Nosotros queremos vivir una vida compleja, tomar nuestras propias decisiones, pero los de arriba no nos dejan.
Ahí está el problema. Lo que parece que no queremos reconocer es que, con el tiempo, hemos ido incorporando a nuestra vida un cierto número (más grande o más pequeño) de elementos facilitadores de forma bastante voluntaria, integrándolos en nuestro día a día y conviviendo de forma pacífica con ellos.
Entre todas esas cosas que han venido a hacernos la vida más fácil podemos encontrar a los coach, que nos dicen cómo hay que hacer para encontrar el camino al éxito y sacar nuestro mejor yo. O a los dietistas, que nos dicen qué tenemos que comer para estar en nuestro peso (además de definir el que debe ser nuestro peso).
Los personal shoppers que se encargan de aconsejarnos qué comprar, wedding planners que convierten nuestra jodida boda en una experiencia inolvidable y libros de autoayuda para no tener que tratar nuestros problemas con ningún especialista porque ¡oh, sorpresa! ya nos explican cómo tratarlos nosotros.
Las series en Netflix nos enlazan a otro capítulo y después a otra serie, estructurando la serendipia y convirtiendo su visionado en algo imprescindible en nuestra vida. La indignación programada hacia aspectos o conceptos concretos (para unos la casta, para otros el populismo), los platos de pasta Gallina Blanca y los fideos Yatekomo que nos evitan tener que perder el tiempo en cocinar.
Los sets de abalorios de gin-tonic (¿para qué vamos a elegir nosotros los instrumentos si ya nos dan todos los que tenemos que tener?), las listas de reproducción de Spotify que se encargan de guiar los gustos de millones de personas cada día.
El mojito ya preparado en botella, los gimnasios con electroestimulación (que nos prometen estar en forma con solo 45 minutos a la semana), el coche sin conductor de Google y la Termomix, que por un precio desorbitado nos permite cocinar todo tipo de platos programando un robot que hace cosas por nosotros.
La lista es interminable, y diariamente aparecen nuevos elementos que prometen facilitarnos la vida. Y lo triste es que, si reflexionamos un poco, nos damos cuenta de que es muy probable que estas facilidades se conviertan en dificultades en el futuro: dificultad para tomar decisiones, para completar procesos, para poner ciertas acciones en marcha. Dificultad para, en definitiva, ser seres humanos completos, con aciertos y errores, con descubrimientos y decepciones, dueños de nuestra propia vida.
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