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La nueva sede de Google: una carpa de vidrio poco innovadora

«Todo el mundo es un pájaro encerrado en una bellísima jaula».
Dave McKean. Cages.
Google nos ha cambiado. Todos los que vivimos en el mundo occidental y usamos internet –o sea, todos- sabemos que la compañía de Mountain View ha transformado nuestra existencia. Y a los que no lo saben también se la ha cambiado, porque es casi imposible que no usen, al menos una vez al día, algún producto de Google. No solo el omnipresente buscador o su cada vez más extendido navegador Chrome; quizá se trate de Youtube o los mapas o el Street View que nos permite viajar por todo el globo sin quitarnos el pijama ni las zapatillas. A lo mejor es el correo electrónico o el calendario o el sistema Drive de archivos en la nube. Puede que tengamos un teléfono móvil que funcione con Android. Sí, en cuanto lo pensamos, nos damos cuenta de la presencia que tiene Google en nuestro discurrir cotidiano.
(Opinión)
Hay personas que afirmarán que su vida es mejor gracias a los productos de la gran G; otras lo rebatirán aduciendo que la empresa californiana está llevando a cabo una invasión completa y global de la humanidad. Amable, pero dominante al fin y al cabo: una suerte de romanización moderna. Lo que ninguna podrá negar es que el mundo es distinto con Google.
Y lo será aún más en el futuro. Desde las Google Glass hasta el proyecto Moonshot de exploración aeroespacial, pasando por el sistema Magic Leap de realidad virtual o el coche autopilotado, que ya en 2012 completó un recorrido sin accidentes de más de 500.000 kilómetros por las carreteras norteamericanas. Y sin ningún ser humano al volante.

Prototipo de coche autopilotado de Google. Sin conductor y sin siquiera volante.

Es lógico pensar que entre todas estas estrategias pluridisciplinares tan ambiciosas, Google también se haya planteado abrirse paso en el mundo del urbanismo y la arquitectura. Y es muy posible que, antes o después, acaben transformando nuestros espacios, nuestras calles e incluso  nuestras viviendas. Pero de momento, han empezado por sus propios edificios.
Google's Proposal for North Bayshore
«Las empresas tecnológicas no han adoptado un lenguaje específico para sus edificios. Nos encontramos edificios antiguos, los ocupamos y trabajamos en ellos lo mejor que sabemos» dice Dave Radcliffe, vicepresidente inmobiliario de Google en el vídeo promocional de la nueva sede que la compañía quiere construir en North Bayshore, al norte de Mountain View.
«Silicon Valley ha propulsado la tecnología y la economía mundial en las últimas décadas, pero todos los recursos se han invertido en lo inmaterial. El reino digital, Internet» afirma el arquitecto danés Bjarke Ingels.
«Es fascinante ver la realidad física del valle que ha cambiado el mundo. Pero el propio valle no ha cambiado nada» añade el también arquitecto Thomas Heatherwick.
Visto así, tiene sentido que la empresa puntera de Silicon Valley también quiera cambiar la realidad física de su lugar de trabajo. Y, como dice Radcliffe: «Devolverle algo al mundo. Algo que no estaba antes».
Para elaborar su proyecto, han contado con los servicios de dos estudios de arquitectura contemporáneos y de prestigio: el danés BIG y el británico Heatherwick. En palabras de Radcliffe: «Rastreamos el mundo en busca de un arquitecto especial que pudiese hacer algo realmente distinto. Y estos son los mejores de la clase. BIG realiza proyectos muy enfocados a la experiencia colectiva y urbana. Heatherwick tiene la atención puesta en la escala humana y la belleza como no he visto nunca antes. Si juntas a estas dos personas; una preocupada por la función y la forma y la otra por la belleza, consigues este equipo que hace cosas verdaderamente increíbles». «Al trabajar juntos y con Google», dice Ingels, «puede que encontremos algo mucho más creativo que cualquier cosa que podríamos haber hecho en solitario».
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Imagen renderizada de todo el nuevo complejo de Google en North Bayshore.

Y sin embargo, la propuesta de BIG y Heatherwick no está a la altura de las inspiradoras palabras de sus creadores.
Esencialmente porque, si bien son famosos y prestigiosos, Ingels y Heatherwick están bastante lejos de ser los arquitectos más avanzados o más innovadores del panorama mundial, lo cual no parece lo más apropiado para una compañía cuya mirada está tan sólidamente fijada en el futuro. La arquitectura de BIG, refulgente y bombástica, apenas tiene contenido intelectual, algo no necesariamente malo, pero difícil de casar con la ambición teórica del proyecto. Y la belleza de los proyectos de Heatherwick a veces se sitúa en la frontera de la horterada, cuando no la supera.
Esto no dejan de ser opiniones sobre sus productos arquitectónicos y, como tales, pueden ser discutidas. Lo que no puede discutirse es que el proyecto que plantean para Google, al margen de sus estupendas intenciones, sus cautivadoras descripciones y sus deslumbrantes imágenes, se asienta sobre unas reflexiones espaciales y urbanas mínimas. Y esas reflexiones, además, tienen más de cincuenta años, quizá cien.
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Radcliffe afirma que «queremos separarnos y pensar: ¿cómo funcionan los edificios respecto a la naturaleza? ¿Cómo será el transporte en el futuro? Queremos hacer espacios muy abiertos y accesibles a toda la gente, no solo a los trabajadores de Google». Son intenciones muy interesantes, pero la respuesta es tan superficial que no aciertan a responderse nunca. Porque el proyecto no es más que una serie de edificios de programa más o menos flexible, más o menos acristalados y con una serie de jardines más o menos incluidos en la construcción y el espacio intersticial. Y todo ello cubierto por unas gigantescas carpas textiles más o menos transparentes para el acondicionamiento climático general. Mastodónticos invernaderos a base de superficies tensadas.
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Imagen interior de la propuesta.

Espacios abiertos y ajardinados con vegetación en el propio edificio. Vamos, lo mismo que propuso Le Corbusier hace más de ochenta años en el pabellón de L’Esprit Nouveau y la ciudad-jardín vertical. Superficies tensadas semitransparentes como las que construyó hace más de cuarenta años el nuevo Premio Pritzker Frei Otto en Munich. Un invernadero de escala urbana como la cúpula geodésica que planteó Richard Buckminster Fuller para Manhattan en 1960.
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La cubierta tensada semitransparente del Estadio Olímpico de Munich, construido por Frei Otto en 1972. Fotografía: Jorge Royan (CC)

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Proyecto de Buckminster Fuller de 1960 para una cúpula geodésica sobre Manhattan.

Estas consideraciones son antiguas pero también son perfectamente válidas. El problema es que la reflexión de Ingels y Heatherwick apenas responde a ellas. Y tampoco lo hace a la mentalidad profundamente investigadora que se le supone a Google. De hecho, se diría que los arquitectos no solo son impermeables al futuro de su disciplina, sino que también lo son al presente.
Parece que, en medio de una crisis social, relacional y arquitectónica tan profunda como la que se lleva viviendo desde hace casi diez años, y que está haciendo replantearse la verdadera necesidad de los edificios-espectáculo, Ingels y Heatherwick sigan trabajando como se hacía en la época de Calatrava y la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Y esto es especialmente paradójico cuando Google es uno de los principales artífices del cambio relacional y social del mundo. Ese al que los arquitectos no parecen prestar atención.
Google dice buscar espacios muy abiertos y accesibles a todos, donde además de trabajar, se pueda pasear, montar en bicicleta o conversar. Sin embargo, el campus de North Bayshore no deja de ser una refulgente barrera de separación. Una brillante jaula psicológica que no sabemos si aísla a los trabajadores del exterior o nos separa a nosotros de Google.
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Los huertos son muy bonitos, pero no sé si sirven para desviar la atención sobre la carpa de vidrio que los deja fuera.

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Otra imagen interior de la propuesta de BIG y Heatherwick. Es muy «cool» y a la vez muy anticuada.

«It’s cool», dice el vicepresidente inmobiliario. Y lo es. Es muy cool, mola mucho. Y desde luego, es un proyecto mucho mejor que los anodinos edificios de oficinas donde la compañía se enclava actualmente y también es mucho mejor que la mayoría de los edificios empresariales convencionales que pueblan Silicon Valley y el mundo entero. Pero Google no es una empresa convencional; y de ellos esperaba algo distinto a unas estupendas intenciones, unas cautivadoras descripciones y unas deslumbrantes imágenes. Porque al final, bajo el disfraz, la propuesta no es más que eso: intenciones, descripciones e imágenes. Y de una compañía que nos ha cambiado la vida esperamos más. Esperamos algo distinto. Sinceramente, esperamos algo mejor.

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