Hace días asistí a una conferencia en la que un afamado arquitecto exponía una idea muy interesante que invitaba a la audiencia a una profunda reflexión. Afirmaba que el ocio era un invento relativamente nuevo de la humanidad y que había surgido para contrarrestar aquellas actividades obligatorias que no despiertan nuestro interés. El ocio aparecía como la némesis del trabajo, entendido como todas aquellas actividades que se realizan dominadas por la obligatoriedad.
Esta idea implica que el trabajo como concepto no resulta satisfactorio porque está fuera de la órbita del disfrute. Esto es lo que ha llevado al ser humano a inventar otro tipo de actividades dominadas por el entretenimiento con el fin de equilibrar su vida. Y a partir de aquí surgen varias ideas sobre las que reflexionar: ¿Cómo percibimos el trabajo en términos generales? ¿El trabajo es la antítesis del ocio? ¿Se puede disfrutar el trabajo o solo provoca sufrimiento?
Byung-Chul Han describe nuestra sociedad de hoy como la sociedad del rendimiento (Leistungsgesellschaft) frente a la sociedad disciplinaria, que dominaba nuestra sociedad dos siglos atrás. En la sociedad disciplinaria el trabajo se veía como una obligación impuesta desde el exterior. El trabajador era obligado por el empresario, lo que le convertía en un sujeto de obediencia, sin poder ni control. Sin embargo, hoy en día vivimos en la sociedad del rendimiento, donde el trabajo se presenta como una oportunidad de autorrealización.
Byung-Chul Han entiende que el trabajo se ha convertido en un mecanismo de autoexplotación voluntaria, donde la coacción se ejerce desde el propio individuo, desde el interior y no desde el exterior, como ocurría antes. Esta explotación se disfraza de libertad y de autorrealización, donde cada persona se convierte en empresario de sí mismo, sometiéndose a una presión constante por el rendimiento y la optimización. Y esta visión del trabajo como autoexplotación es lo que hace que el ocio aparezca como un salvavidas, un opuesto, y no como un estado que puede convivir en el mismo plano.
Pero ¿es el ocio moderno un verdadero tiempo descanso o de contemplación? ¿O, por el contrario, es una continuación del rendimiento? Para poder contestar a esta pregunta necesitamos volver a recordar qué significa el término ocio. La RAE lo define como la cesación del trabajo, inacción o total omisión de la actividad y el tiempo libre de una persona. El tiempo libre actual se ha convertido en otro proyecto de autooptimización del individuo. No sabemos perder el tiempo. El tiempo contemplativo genera ansiedad y desasosiego.
Necesitamos sentirnos productivos a cada segundo, lo que nos lleva a invertir nuestro ocio en actividades que nos mejoren, que nos rentabilicen: ir al gimnasio para optimizar nuestro cuerpo o mente; hacer cursos para optimizar nuestras habilidades, para rendir más en el trabajo; viajar para optimizar nuestro estatus social de cara a los demás. Como afirma Lipovetsky, el ocio de hoy no es descanso, es el producto de una imagen personal. El ocio de verdad, entendido como el arte de no hacer nada, el arte de la contemplación, ya no existe.
El ocio se ha terminado convirtiendo en otra obligación que trata de equilibrar el sufrimiento que implica el trabajo. Pero ¿y si el trabajo no fuera una obligación, sino parte de esta nueva concepción del ocio? No vamos a negar que hay muchos trabajos que no generan ningún tipo de disfrute y que, por lo tanto, se viven como una interrupción, como un mal necesario para nuestras vidas. Sin embargo, hay otros muchos trabajos que no siguen este patrón.
Confundir todos los trabajos con la autoexplotación implica tener una visión muy reduccionista sobre este tema. Existen trabajos que se viven como una forma de plenitud, totalmente vocacionales, donde la frontera entre el deber y el placer se disuelve. Trabajos que, aunque parezca impensable, son una forma de entretenimiento. El trabajo entendido desde el enamoramiento, donde los aspectos negativos se vuelven invisibles, mientras que los aspectos positivos toman el control de la relación. El poder hacer lo que uno quiere y disfrutar con ello no esclaviza, sino que libera en algunos casos, dando sentido a nuestra existencia.
Esos individuos, como afirma Richard Sennett, comparten el deseo humano por hacer un trabajo bien hecho por el simple hecho de hacerlo, y disfrutan con ello. Es ese momento donde el trabajo se convierte en una especie de ocio moderno, una productividad buscada. Una visión positiva y optimista que se mantendrá siempre que el sistema no convierta el amor por lo que hacemos en una métrica de rendimiento.
Raquel Espantaleón es directora general y de estrategia de Sra. Rushmore.