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Cuando se educa para tener que olvidar lo aprendido

Una pandemia es un buen momento para hacer borrón y cuenta nueva. Con más motivo, si el propio encierro permite que uno pueda enfrentarse a sus fantasmas. Simon Bailey, responsable de la policía nacional británica para la protección de los niños, advirtió hace unos días a la Internet Watch Foundation dónde está la puerta de entrada al aumento del consumo de pedofilia.

Bailey explicó que la policía está detectando un preocupante aumento del consumo de material pedófilo entre los británicos de 18 a 26 años. Según Simon Bailey, los portales de pornografía legal está desensibilizando a los consumidores de porno que, en la búsqueda de algo más fuerte, se pasan a ese otro tipo de material ilegal.

El consumo de porno, cuya dimensión ética puede ser debatida y argumentada desde varias aristas, es uno de los espejos que muestran la educación que recibe toda la sociedad desde hace décadas. Es, sencillamente, un reflejo de lo que somos.

Teniendo en cuenta que, según uno de los principales portales de contenido adulto, tres de cada cuatro personas que consumen porno son hombres, es clave para la construcción que los hombres hacen de su sexualidad y de su propia identidad masculina.

Para Teresa Pineda Sánchez-Garrido, socióloga y presidenta de la Asociación de Mujeres Feminista Puntos Subversivos, entender un mundo nuevo e igual pasa por derribar mucho de lo que todo el mundo, pero sobre todo los hombres, han aprendido. «El papel principal de los hombres en este momento está en deconstruir su género y en generar nuevos modelos de masculinidades». Se enseñó hombres a ser hombres y mujeres de una determinada manera. Puede que ese aprendizaje ya no sirva más que para ser eliminado mediante derribo intelectual. Toca olvidar lo aprendido».

La socióloga explica que no es una tarea exenta de dificultades porque, aunque no han sufrido la represión por razón de género o la ilegalización de asociaciones, por poner un ejemplo, sí reciben reproche social ante el intento de cambio.

Está mal visto no ser el estereotipo de hombre instalado a lo largos de las décadas. «Además, es importante que no sean cómplices de esos viejos comportamientos que, además, se confiesan solo entre ellos, en espacios en los que hay prostitutas y no sabes si son víctima de trata; o donde consumen pornografía, otra actividad en la que también se produce la trata; o en otros lugares donde escuchan a otros hombres contar cómo han ejercido violencia o acoso a través de piropos. Ese debe ser un cometido importante. Que no lo permitan en su entorno», señala.

Pineda es una feroz partidaria de comenzar una lucha de prevención de largo recorrido más allá de la protección a las víctimas. Eso, sin embargo, supone algo para lo que nadie está predispuesto: reconocer que uno tiene el problema y replantear una buena parte de lo que la sociedad ha considerado como normal en las últimas décadas.

«Hace falta concienciar mucho desde la infancia porque es cuando estamos aprendiendo los estereotipos de género», dice la socióloga. Aunque sea de manera no intencionada y sin voluntad de perjudicar a nadie, se sigue produciendo segregación de roles o, en gestos más inocentes, se siguen por ejemplo asignado colores por género. «Y no solamente esas pequeñas discriminaciones de género, sino también abusos sexuales, violencia hacia la primera novia o en las primeras relaciones sexuales».

En este momento, se está produciendo un despilfarro educacional antieconómico. Los colegios están enseñando conductas que van a tener que ser borradas en un futuro no muy lejano. Un comienzo de cero requiere un papel en blanco, una educación virgen de antiguos estereotipos. «Es necesario que dejemos de vivir todo eso porque, si no, siempre tendremos nuevas generaciones que han sufrido discriminación de género».

LA LEGITIMIDAD DEL CUESTIONAMIENTO

El espíritu crítico es un buen compañero de ciudadanía. Los cuestionamientos de la realidad empujan a la confrontación de ideas. Mientras que cuesta demasiado cuestionar los modelos masculinos que conocemos, se ha cultivado un ecosistema en el que se está otorgando legitimidad a cuestionamientos intolerantes e intolerables.

El auge de la extrema derecha en todo el mundo ha reavivado debates en torno a los derechos humanos que no deberían volver a ponerse sobre la mesa. «Hay que hacer una fuerte pedagogía para dejar claro que estas no son meras opiniones. No es lo mismo decir que a mí me gusta algo en rojo o en verde. No se trata de gustos. Están tratando de anular los derechos humanos y eso no se puede permitir», explica Teresa Pineda.

La socióloga explica que los movimientos feministas están capacitados para regar transversalmente a toda la sociedad, para conducir esta lucha contra los derechos más básicos. «Puedes no haber vivido en racismo, pero todas las mujeres hemos vivido en nuestras casas una dominación y una jerarquía invisible. Cuando entendemos una forma de dominación, entendemos cómo se ejerce el resto. Por eso creo que el feminismo está calando tanto, porque entendemos la base de un sistema de dominación».

La irrupción de la COVID-19 está dejando bastante claras algunas certezas: no hay gestión, movimiento, colectivo o acción que no tenga circunstancias criticables o pasos en falso. Pasa con la estrategia del Gobierno de España, con la táctica empleada por Macron, con propuestas de colectivos feministas o con doctrinas de colectivos religiosos.

Todas esas historias son, por supuesto, criticables. Pero una sociedad madura y demócrata debe eliminar la legitimidad de los ataques infundados a quien busca la igualdad. Debe rechazar el cuestionamiento de realidades y derechos superados y abrir espacio al cuestionamiento de lo que se educó mal. Probablemente, haya que olvidar lo aprendido y comenzar de nuevo de cero.

Por David García

David García es periodista y dedica su tiempo a escribir cosas, contar cosas y pensar en cosas para todos los proyectos de Brands and Roses (empresa de contenidos que edita Yorokobu y mil proyectos más).

Es redactor jefe en la revista de interiorismo C-Top que Brands and Roses hace para Cosentino, escribe en Yorokobu, Ling, trabajó en un videoclub en los 90, que es una cosa que curte mucho, y suele echar de menos el mar en las tardes de invierno.

También contó cosas en Antes de que Sea Tarde (Cadena SER); enseñó a las familias la única fe verdadera que existe (la del rock) en su cosa llamada Top of the Class y otro tipo de cosas que, podríamos decir, le convierten en cosista.

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