James Chapman se quedó helado con el ladrido de los perros coreanos. Pensaba que todos los chuchos del mundo decían woof, woof, pero un amigo que enseñaba inglés en Corea del Sur le contó que allí ladraban de otro modo: meong, meong.
Wow!, exclamó Chapman, sorprendido, ante un descubrimiento que hubiese hecho a un español decir: ¡Uala!
«Me sorprendió que hubiera perros que tuvieran ladridos distintos al clásico woof, woof con el que nosotros crecimos», cuenta el británico. «Empecé a buscar si ocurría con más palabras y averigüé que cada lenguaje tiene sus propios sonidos. Era algo en lo que jamás había pensado antes».
A Chapman le pareció curioso que cada idioma tuviera un oído distinto para transformar un sonido en letras. El hallazgo llegó en el momento en que empezaba a dedicarse a la ilustración y decidió dibujar todas las onomatopeyas que iba descubriendo. «Pensé que sería un proyecto divertido para publicar en mi blog», relata. «A la gente le gustó mucho y lo he estado haciendo desde entonces».
Chapman lleva años reuniendo onomatopeyas y aún le sorprenden. «Es algo tan extraño. Conecta con el lado más infantil de la comunicación: imitas algo que has oído y, por lo general, muy mal», indica. «Los gallos no hacen cock a doodle doo pero así es como lo decimos en inglés cuando queremos hacernos pasar por uno. Cada cultura lo adapta a su modo. Todos oímos el mismo sonido, el ladrido de un perro o el rugido del viento, y lo que hacemos es usar las herramientas lingüísticas que tenemos al alcance para llegar a la mejor aproximación posible. En inglés, es woof, woof; en rumano es ham, ham. Es una forma increíblemente distinta de oír un mismo ruido pero las dos voces son correctas».
En las onomatopeyas no hay orden ni concierto. En todos estos años Chapman no ha encontrado una sola razón que explique por qué el viaje que va del tímpano a la letra puede salir por peteneras. El guau, guau que oye un hispanohablante se hace wong, wong a oídos de un cantonés. Apretarse una hamburguesa, ñam, ñam, es paku, paku en japonés. Reírse a carcajadas, ja, ja, ja, en indonesio es waka kaka.
Aunque hay matices. No es lo mismo reírse a mandíbula batiente, ¡JA, JA, JA!, que reírse a hurtadillas, ji, ji, ji. Ni siquiera es igual reírse a viva voz que la risa que se teclea. No suenan igual en la boca que en los bits.
Chapman, fascinado con los ladridos de Corea, empezó por los animales. Tiraba de Wikipedia y de alguna fuente más para el glosario dibujado de onomatopeyas, pero a menudo patinaban. Encontró entonces la ayuda de desconocidos que le advertían del error y le decían la palabra correcta: «Con el tiempo he ido formando un buen equipo de personas a las que puedo consultar cuando necesito saber el sonido de un inodoro o cualquier otra cosa».
Durante dos años, cada semana, publicaba en su Tumblr una ilustración de los ruidos que hace un animal en distintas lenguas. Así fue formándose el glosario Soundimals y, cuando tuvo un buen puñado, editó un libro con toda la serie. «Las onomatopeyas son una forma primitiva de representación verbal del entorno, por lo que no es de extrañar que el repertorio más rico en todos los idiomas (…) sea el de las expresiones onomatopéyicas que imitan las voces de los animales», indica la filóloga Silvia Senz Bueno en su artículo Tosa, por favor.
A partir de entonces, Chapman se interesó por los sonidos que hacen los humanos: estornudos, risotadas, besos, llantos, y en 2015 lanzó una campaña de financiación colectiva para publicar esta colección en un nuevo libro.
Le llovieron las peticiones: «Plic, plic, plic». A las 1.500 libras esterlinas que puso como meta le cayeron encima un aluvión de billetes más: reunió 17.595 libras, y publicó How to Sneeze in Japanese (Cómo estornudar en japonés).
Ahora, borracho de tanto pum, pum y tolón, tolón, está a punto de dar por finalizada su investigación. En 2020 publicará un libro con 600 onomatopeyas recogidas por toda la bola del mundo.
Dice Silvia Senz Bueno que el lugar más prolífico para la representación gráfica de sonidos y ruidos es el tebeo. «Los cómics han desarrollado un extensísimo código de onomatopeyas», afirma en su artículo Tosa, por favor. «En el comic-book, la bande-dessinée, el manga y la historieta en sus lenguas correspondientes: inglés, francés, japonés, español y catalán».
Y advierte que «los textos biomédicos no son quizá el terreno más propicio para la profusión de onomatopeyas. Salvo que en una obra sobre diagnosis se quiera plasmar de un modo gráfico cómo suenan las ventosidades, carraspeos, regüeldos, esputos y demás resonancias corporales».
A la traductora especializada en cómics María Serna, una narración le parece una melodía. «Las onomatopeyas», dice, «le aportan frescura y veracidad. Es como escuchar el sonido en directo». A ella le gustan las del idioma japonés porque reflejan «sonidos para las cosas más insospechadas. Por ejemplo, un silencio incómodo, una vela ardiendo, lágrimas que resbalan, ojos que se mueven con sospecha, un abrazo sentido, despertarse de súbito…».
Hay guías, hay tablas, hay compendios para traducir estas palabras de una lengua a otra pero, según Serna, «en esto de las onomatopeyas hay bastante manga ancha». Ella tiene en su mesa la lista que hizo José Martínez de Sousa y el Diccionari d’onomatopeies i altres interjeccions: amb equivalències en anglès, espanyol i francès, de Manel Riera-Eures y Margarida Sanjaume i Navarro.
También utiliza todo lo que aprendió en los cómics de Mortadelo y Filemón, 13 rue del Percebe, Superlópez, y Astérix y Obélix que leyó cuando era pequeña, y dice que a veces crea sus propias traslaciones del sonido. «La idea es que las onomatopeyas suenen a español, con la fonética del español», apunta. «En francés se estornuda Atchoum! y en español es más achís o achús. Se manda callar con chut y en español es, más bien, SHHH, chitón. En inglés se dice Ouch! y en español ¡Ay!, ¡Uy! En los cómics, la imagen manda, y la onomatopeya tiene que ser acorde a la intensidad y el tono de la imagen. No es como una onomatopeya en una novela, que no estás viendo una imagen y solo tienes el texto».
Al traductor y presentador de televisión Xosé Castro las onomatopeyas le parecen la representación gráfica de un pequeño microrrelato. «No en vano, en las novelas gráficas y tebeos, a veces, ocupan un espacio amplísimo de una viñeta o de varias», señala. «Cuando en un cómic aparece un ¡Buuum!, estamos creando en la mente del lector una imagen de una explosión que, además, tiene un comienzo, nudo y desenlace (era esperable, deseable o, por el contrario, sorpresiva, y puede producir miedo, sorpresa o alegría)».
«Son elementos léxicos cargados de significado y emoción, más que una simple palabra como mesa, mano o guante», continúa. «Haz la prueba: si en un cómic aparece una explosión a la que no se añadió una onomatopeya (con una tipografía y diseño explosivos, además), esa explosión, prácticamente no suena —ni emociona— en la mente del lector».
Dice Xosé Castro que en las traducciones que hace de películas y dibujos animados, sobre todo estadounidenses, encuentra muchas onomatopeyas e interjecciones. «Yo siempre las defino como el aderezo de la ensalada. Un libro, un cómic o una película puede ser como una ensalada sin aliñar: comestible, pero insípida. Los marcadores discursivos y las onomatopeyas e interjecciones, tan llenas de carga emocional, acercan el texto al lector o espectador de la lengua de destino. Siempre pongo como ejemplo la película Solo en casa. Cada vez que Macaulay Culkin le jugaba alguna trastada a los ladrones que intentaban entrar en casa, lo celebraba en inglés con un Yeah!, que habría sido mejor traducir como ¡Tomaaaa! y no por ese insulso Sí».
«Lo mismo pasa con los gritos yeeha, yoo-hoo o hurrah, en inglés», continúa. «Muchos traductores de películas los dejan en manos de los actores de doblaje y estos se limitan a imitar el sonido en inglés, cuando nosotros somos más de gritar ¡Bien! ¡Toma! ¡Zasca! ¡Ahí va! ¡Hostias! ¡Joder!, según el contexto. La (mala) traducción de onomatopeyas e interjecciones es uno de mis particulares caballos de batalla».
A Castro le gustan las onomatopeyas y las interjecciones porque expresan emociones. «Son muy significativas, como las palabrotas», señala. Incluso hay idiomas que tienen palabras más escénicas y evocadoras. «Los puñeteros anglos tienen una gran ventaja: en lengua inglesa, la mayoría de las palabras son bisílabas, y hay muchísimas monosílabas, así que es un idioma en el que resulta más fácil para lexicalizar un ruido e incluso convertirlo en verbo: to spit (‘escupir’), to knock (‘llamar a la puerta’), to slam (‘dar un golpe’)…».
—¿Y qué me dices de to fart (tirarse un pedo)?
—Que me parece, como to burp (‘eructar’), mucho más sonoro que el insulso peerse español, pero, ahora que no nos lee nadie, cada vez que como fartons valencianos, me acuerdo del verbo de marras. Un horror.