¿Dominaban los romanos la nanotecnología?

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Oopart no es un término académico. Su uso está más extendido entre los amantes de lo esotérico que entre los arqueólogos por la carga de misterio que lleva implícita. Oopart son las siglas de Out Of Place Artifact, y fue el naturalista estadounidense Ivan T. Sanderson quien comenzó a utilizarlo en los años 60 para referirse a aquellos objetos que fueron descubiertos en un contexto cultural en el que no deberían estar. Artefactos tan avanzados para su época «que su mera presencia trastocaría por completo la visión que tenemos de la antigüedad humana».

Porque, ¿y si los habitantes del antiguo Egipto hubieran conocido las bombillas y las hubieran utilizado para alumbrar sus criptas? ¿Y si mientras en Europa asomaba el Neolítico en Japón ya existían astronautas? ¿O qué pasaría si los dinosaurios no se hubieran extinguido hace 65 millones de años sino que llegaron a cohabitar la Tierra junto a los humanos?

Los hallazgos arqueológicos descontextualizados recogidos en el libro titulado Ooparts. Objetos fuera de su tiempo y escrito por Juan José Sánchez-Oro y Chris Aubeck desafían la historia establecida. Algunos de forma más rotunda que otros. Pero ¿cómo determinar con cada uno de ellos si realmente estamos ante un episodio real de difícil explicación o ante una simple estafa?

Solo una revisión crítica permite, según los autores, desentrañar cuanto pudiera haber de verdad o de ilusión en todos ellos. Eso y el tiempo puesto que es el transcurrir de los años y lo acaecido durante estos el que ha conseguido que muchos de los otrora ooparts hayan mutado hasta convertirse en algunos de los hallazgos arqueológicos más relevantes de la historia.

Le ocurrió a las pinturas rupestres de Altamira cuando aún no se había ‘inventado’ el término oopart. Su descubrimiento, en el verano de 1879, se produjo cuando Marcelino Sanz de Sautuola entró en la cueva alertado por los gritos de su hija al ver los bisontes y otras figuras que decoraban sus paredes. En ese momento Marcelino no pudo imaginarse que sus coetáneos le tomarían por un estafador.

La Sociedad Española de Historia Natural, avalada por los más reconocidos especialistas, determinó que aquellas pinturas no eran propias de ‘hombres salvajes’ por el dominio de las grandes líneas y de la perspectiva que evidenciaban, entre otras razones. Sanz de Sautuola sufrió el descrédito hasta su muerte. Tuvo que pasar casi una década después de esta para que los hallazgos de pinturas similares en La Mouthe (Francia) obligarán a todas aquellas voces autorizadas a rectificar su opinión sobre las pinturas encontradas cerca de Santillana del Mar. Ahora todos reconocían  y mostraban su admiración por el hallazgo de Sanz de Sautuola. Las Cuevas de Altamira salían de la lista de ooparts para revolucionar todo lo que hasta entonces se conocía sobre la vida del hombre prehistórico.

Ooparts ideológicos

Los hallazgos de objetos demasiado avanzados para su época suponen, para algunos, la prueba más evidente de que teorías como la darwinista son un auténtico disparate. También esas corrientes que creen que el hombre proviene de una raza superior existente hace millones de años, o incluso los que consideran ciertas las historias sobre las visitas de extraterrestres recibidas en la Tierra a lo largo de su historia, basan buena parte de sus teorías en ooparts.

El conocido como ‘artefacto de London’, por ejemplo, es uno de los hallazgos que exhalan cierto tufillo creacionista. Encontrado en los 30 por un matrimonio en un condado de Texas, se trata de un martillo de metal con un mango de madera incrustado en una roca que los especialistas aseguran podría tener más de cien millones de años. Pese a que el artefacto fue adquirido por el Museo del Creacionismo y su fundador trató impedir por todo los medios que se le realizarán pruebas como las del carbono 14, por lo que aún no se ha podido certificar su edad, son varios los científicos que aseguran que la antigüedad de la piedra en la que se localizó el martillo no resulta determinante puesto que, si las condiciones geológicas son adecuadas, es posible que artilugios más o menos modernos queden incrustados en nódulos rocosos en cuestión de siglos o incluso décadas.

[pullquote]El principio de disyunción aparece siempre que una escena intenta reflejar un acontecimiento del mundo antiguo o clásico valiéndose de elementos y recursos contemporáneos del autor, generalmente un hombre del medievo o de principios de la Edad Moderna. De esta forma, la obra artística transcurre desplazada de su época[/pullquote]

Los descubrimientos de otros objetos como el cubo de Salzburgo, el bote de Dorchester, las esferas de Ottosdal o la estatuilla de Nampa dieron alas también a los que creían (y creen) que antes de la aparición del hombre, nuestro planeta fue poblado o visitado por avanzadas civilizaciones. «Si esta clase de ooparts fueran restos tangibles de civilizaciones que ocuparon la Tierra millones de años antes que nosotros, parece extraño y sospechoso que su nivel de tecnología e innovación, por lo general, no rebasara el de sus descubridores del siglo XIX o XX (…). Cada presunto oopart desenterrado hasta ahora viene a reflejar un nivel cultural inferior o, como mucho, igual al nuestro».

Civilizaciones avanzadas, aunque no tanto

Entre los hallazgos relacionados con la tecnología del XIX y XX a los que se refieren Sánchez-Oro y Aubeck se encuentran las conocidas bombillas de Dendera. Se trata de un bajorrelieve tallado en la pared del templo de Hathor, en Dendera (Egipto), levantado en el siglo IV a. C. y que para muchos demuestra que en el Antiguo Egipto ya conocían la luz eléctrica, puesto que varias de las figuras representadas parecen sostener una especie de bombillas gigantes con filamento en su interior incluido. Una teoría que los egiptólogos echaron por tierra al explicar que la escena en cuestión está dedicada al dios Harsomtus, quien, entre sus múltiples maneras de manifestarse, suele adoptar la forma de serpiente. Lo que sostendrían cada una de las figuras en el relieve de Dendera no sería una bombilla sino una flor de loto con la serpiente de Harsomtus en su interior.

Es posible que el equívoco de Dendera, al igual que muchos otros, tenga una explicación en lo que Erwin Panofsky llamó principio de disyunción. «Este principio aparece siempre que una escena intenta reflejar un acontecimiento del mundo antiguo o clásico valiéndose de elementos y recursos contemporáneos del autor, generalmente un hombre del medievo o de principios de la Edad Moderna. De esta forma, la obra artística transcurre desplazada de su época».  

Los autores del libro consideran que este mismo principio, que explica, entre otros, los frecuentes anacronismos en las obras de muchos maestros de la pintura al interpretar escenas acontecidas en el mundo clásico, puede aplicarse a la interpretación ufológica: «es el observador quien, al desconocer las claves y los códigos culturales de la representación artística que está mirando, la «completa» con su imaginación, introduciendo elementos contemporáneos —del siglo XX o XXI— que le son familiares por su forma, pero que no pertenecen a la obra original. Se produce así una proyección de pensamientos actuales sobre la figuración artística que termina distorsionando su esencia». De ahí las numerosas figuras de ovnis, aviones o astronautas que muchos creen reconocer en objetos centenarios o incluso milenarios.

Ooparts del siglo XXI

Hallazgos como los anteriores hacen pensar a los autores del libro que quizás no son los objetos hallados los que están fuera de lugar «sino los que los observa y los creyó identificar como tal». Las ideas preconcebidas, determinados intereses o la simple falta de información es lo que convierte a muchos de esos hallazgos en ooparts. Y algunos de ellos parecen que se mantendrán así durante algún tiempo.

Es lo que ocurre con objetos como el vaso de Licurgo, fabricado, al parecer, en Roma en época del emperador Adriano y que sigue fascinando a los investigadores. El motivo, su capacidad para cambiar de color según cómo sea iluminado, lo cual se debe a las minúsculas partículas de plata y oro de su composición, ‘visibles’ solo por un microscopio electrónico (ni siquiera óptico). Según los expertos, lograr ese efecto requiere de un volumen exacto de micropartículas de ambos materiales con un diámetro concreto por lo que la pregunta que surge es: ¿cómo obtuvieron ese infinitesimal polvo metálico? ¿Mezclaron las partículas de esa manera a propósito para conseguir tal efecto? ¿Disponían, entonces, los romanos de conocimientos nanotecnológicos? Solo el tiempo y tal vez próximos hallazgos puedan desvelar el misterio de este y otros ooparts del siglo XXI. O no.

Gema Lozano

Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutenses de Madrid. Parece que fue ayer, pero lleva ya más de veinte años escribiendo -aunque no seguidos, :)- en distintos medios. Empezó en las revistas de Grupo Control (Control, Estrategias e Interactiva), especializadas en marketing y publicidad. Más tarde pasó a formar parte de la redacción de Brandlife, publicación gratuita de Pub Editorial.  Y en los últimos años sigue buscado temas y tecleando en Yorokobu, así como en el resto de publicaciones de la editorial Brands & Roses.

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