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Orgosolo, el pueblo italiano que reescribió su historia en sus paredes

Cuando Orgosolo no podía más, empezaron a gritarle las paredes. Cerdeña, Italia, principios de los 70, y en este pequeño y hastiado pueblo de pastores en mitad de la montaña sarda, el artista y profesor de instituto Francesco Del Casino decide sacar los libros de texto a las calles y empezar a escribirlos en las paredes. Quería involucrar a sus alumnos en la política: la política de la realidad, se entiende.

Primero fueron los estudiantes y poco a poco se irían uniendo muchos otros vecinos. “Iban a construir una base militar en una tierras comunales y todo el pueblo estaba en contra”, cuenta un vecino espontáneo. “Todos pintaban las paredes con dibujos y frases en contra de la base y de las armas”, añade acompañado esta vez de otros cinco espontáneos más. La historia de los primeros murales comienza unos años atrás, pero más o menos así, arrancaba una tradición muralista que hoy sigue gritando desde las paredes de este pueblo y que de allí se extendería a otros muchos de la isla (hoy, más de 60).

El mural hecho tradición y más de 250 pinturas exponiendo la historia del pueblo y sus costumbres en un recorrido en paralelo a la historia de las injusticias y los conflictos internacionales. De las imágenes de los pastores a las pintadas de la guerra de Sarajevo, las protestas de la Plaza de Tiananmen, el golpe de Estado de Chile, el asedio de Gaza o la guerra de Irak.

No es casualidad que la rebelión de las paredes en Cerdeña comenzase aquí. Dominando por una suerte de ley no escrita entre pastores y ganaderos, Orgosolo se hizo famoso por ser un pueblo de bandidos, realidad poéticamente reflejada en la película “Bandidos de Orgosolo” con la que Vittorio de Seta se llevó el Premio a la Mejor Ópera Prima en el Festiva de Venecia de 1961.

“Todavía vive aquí el fugitivo más famoso de Cerdeña y de toda Italia”. Quien habla es Giuseppe, un hombre que con poco más de medio metro nos acompañará toda la noche con sonrisa de tonelada y media. Giuseppe se refiere a Graziano Mesina, conocido como la Rosa Escarlata, un ladrón anticapitalista que haciendo honor a su fama, solo robaba a los ricos y camaradeaba con los pastores. Con semejante currículum, Mesina siempre tuvo al pueblo de su lado. “Siempre se escapaba de la cárcel, una vez saltó de una torre de más de 10 metros sobre una lancha que le esperaba para huir” –Giuseppe abre los ojos como platos, no hay duda, él está de su lado. Hace unos meses, Mesina volvía a saltar a los titulares de los periódicos por su vuelta a las andadas, pero esa es otra historia.

A pesar de su oscuro pasado, el pueblo ocupa ahora un lugar en los libros de historia y guías turísticas por el valor de los murales en sus paredes. ¿Puede un lugar reescribir el relato de su propia historia pintando sus calles? La experiencia de Orgosolo nos cuenta que sí. “Los murales tejieron una nueva historia y el pueblo se convirtió en territorio de una nueva construcción identitaria”, añade Francesca Cozzolino, doctora en antropología que se ha dedicado a estudiar en profundidad el fenómeno de los murales de Orgosolo y de Cerdeña.

“La memoria reciente del pueblo construida sobre una también reciente tradición muralista, está reemplazando a la propia historia del pueblo”. Un fenómeno que, aunque no todo el mundo tiene igual de integrado (muchos jóvenes no saben contarte cómo surgieron los murales), está teniendo importantes consecuencias para la economía local. Cada vez más turistas se acercan a conocer los murales, lo que ha hecho surgir nuevos profesionales como guías, pastores, restauradores, etc.

Pero lo que Cozzolino considera especialmente importante es el efecto “en la imagen del pueblo construida por el propio pueblo a través del relato de sus paredes”. Si alguien pasa con un grupo de amigas por Orgosolo se llevará consigo el agradable encuentro con un pueblo que clama en sus calles al sinsentido de la injusticia en el mundo.

No hay tinta ni hay relato que no sea imborrable, la historia siempre puede volver a escribirse en las paredes.

 

Texto y fotos, Nati Quiró, periodista y trotamundos.

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