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El día que me pagaron por ir a un mitin

Era principios de la década de los 2000 y estudiaba Bellas Artes en Galicia. No recuerdo qué hacía exactamente en ese momento, pero las opciones son tomar una cerveza en la cafetería de la facultad —tenía la Estrella más barata de toda la ciudad—, estar en el parque fumando o en clase de pintura haciendo el gamba a la vez que algún trabajo para clase. Escojan la situación que gusten. Lo que sí sé es que un amigo llegó y me dijo con cierto secretismo que, si quería, tenía un trabajo para mí. Podría ganar unos 30 euros y un bocadillo. Intrigado, pregunté de qué se trataba. Había que ir un mitin electoral del BNG.

Aquella tarde no tenía demasiado que hacer y la propuesta de los 30 euros más merienda era más que atractiva, así que acepté sin dudarlo. Mi colega había trabajado como extra en algunas producciones audiovisuales y uno de sus jefes le había contactado. Necesitaba a gente con aspecto alternativo, no pijo, para acudir allá. Así que reunió a unos cuantos amigos y nos fuimos al auditorio donde se celebraba el acto.

Debíamos ser unos 20. El organizador nos repartió banderitas y camisetas —la mía era rosa y me quedaba justa—, para luego distribuirnos estratégicamente en el recinto. Por parejas, como los guardias civiles, nos sentaron en puntos que ya tenían controlados. La instrucción era clara. Cuando el guía, que estaba sentado en la primera fila, se levantase, el resto debíamos imitarle y empezar a animar y agitar la banderita como si no hubiera un mañana.

[pullquote]Tras aclarar que nunca es llenar los auditorios, sino solo llevar a unas personas selectas, me comentan que es una práctica común a todos los partidos[/pullquote]

Esto hacía un efecto masa, no sé si buscado o no, que luego he visto en asambleas y demás. Al levantarnos varios al mismo tiempo y en diversas partes del auditorio, el resto nos seguía. Un poco como cuando alguien empieza a aplaudir durante una charla o un manifestante quiere hacer que sus compañeros de marcha le acompañen en un cántico: si no le siguen dos o tres, la cosa se muere antes de nacer.

Recuerdo que una de nuestras profesoras se presentaba a las elecciones de ese año y había dado un discurso en el mitin. Cuando se bajó del atril y salió del auditorio con el resto de la candidatura a darse un pequeño baño de masas, se quedó un poco de piedra al vernos, ya que no se esperaba nuestro compromiso político. Nosotros, que ya estábamos metidos completamente en harina, gritábamos y aplaudíamos como los militantes y simpatizantes que habían acudido sin la promesa de dinero y comida.

Decidido a comprobar si esto es común o tuve la enorme suerte de vivir un acontecimiento único, busco fuentes dentro del mundo de la figuración que por supuesto me piden que no diga quiénes son. Tras aclarar que nunca es llenar los auditorios, sino solo llevar a unas personas selectas, me comentan que es una práctica común a todos los partidos y me explican el motivo.

El mitin tiene dos objetivos. Por un lado, que los tuyos te vean, que es el menos importante. El segundo y crucial es salir en la televisión. Y en esos segundos que tienes en antena todo debe estar perfecto. Así que me dan una camiseta y una bandera e instrucciones claras: animar mucho y ponerte muy emocionado cuando lo haga el de delante, que coincide con el momento en el que la cámara hace un plano. Una representación para que quede bonito en los informativos.

[pullquote]El mitin tiene dos objetivos. Por un lado, que los tuyos te vean, que es el menos importante. El segundo y crucial es salir en la televisión[/pullquote]

Es innegable que las campañas electorales son un negocio para muchos. Para las elecciones del 20D los principales partidos políticos se gastaron, según sus propias cifras, 35 millones de euros. Quien más se dejó, según El Mundo, fue el PP, seguido de PSOE, Ciudadanos y Podemos. Ese dinero va, además de al mailing, a la impresión de carteles y trípticos, cuñas de radio, publicidad en medios, realización de vídeos electorales con gatos y demás… y, por lo visto, a estudiantes famélicos. Las fuentes consultadas decían que quién se sorprenda de esto es que ha nacido ayer, aunque he comprobado que en corrillos de gente no dedicada a la comunicación política es una anécdota de interés.

El punto culmen de mi experiencia de público político a sueldo llegó en el momento de cobrar. Una veintena de personas con camisetas del partido seguimos al organizador a un callejón apartados y allí empezó a repartir los emolumentos. Parecíamos yonquis de plaza cuando llega el camello con la dosis. Creo recordar que no hubo bocadillos, pero sí sé que se comentó que al día siguiente había otro acto similar de un partido de derechas. Pero claro, como estudiantes de Bellas Artes no dábamos el perfil físico adecuado. Supongo que irían a buscarlos a Publicidad.

Foto de portada: Perfil de YouTube de BNG

Por Carlos Carabaña

Carlos Carabaña es periodista. Puedes seguirle en @ccarabanya

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