Categorías
Ideas

¿Por qué queremos que nuestro perro sea el niño más listo?

La señora pide un cortado y una tostada, y mira hacia abajo: «Tú no tomas nada, no seas malo que ya te has comido tu chuche, ¿eh?». Entre que el camarero va y vuelve, la mujer le da varias vueltas a lo mismo, se justifica, aniña la voz, finge pucheros. Tiene más de 60 años y espera a alguien. Llega el cortado y la tostada: «Qué le vas a decir, tienes ganas de verla, sííí, es amiga de la mamá, es tu amiga, verdad que sí, sííí, claro».

Abajo, a los pies de la silla, un pomerania no se inmuta, le da la espalda, mira la calle a través del cristal de la terraza. No reacciona a ninguna de las palabras de su dueña. Ella sigue: le confiere intenciones al animal, incluso pensamientos. Los pronuncia en alto, y hasta se asombra y los celebra agachándose y acariciándolo.

«La gente está gastando más y más en sus mascotas, tratándolas más y más como sustitutos de niños», avisa Clive Wynne, director del Canine Science Collaboratory.

Durante el tiempo que la señora permanece en la cafetería le habla a la criatura debatiéndose entre la riña, las correcciones cariñosas y, enseguida, el consolarla, elogiándola, diciéndole que es la mejor: la más buena, la más lista.

Doña Pomerania podría parecer un caso extremo, casi demente (y más si nos fijamos en los ojillos ñoñamente devastados que se le ponen), pero la única diferencia con otros muchos dueños de perros es que ella dice esas cosas en alto y delante de cualquiera que pase por ahí. Sin embargo, la tendencia a reconceptualizar al perro como si fuera un niño y a interpretar toda respuesta como prueba de genialidad se expande día a día.

El can no se humaniza de cualquier manera, sino que se le atribuye la faceta más manejable y adaptable de nuestra especie: la del niño. Las obsesiones que se aplican a ellos parecen trasladarse a los cuadrúpedos. Basta mirar las estanterías de libros de una gran superficie para captar estas ambiciones.

La sección de niños manda un mensaje: tú puedes diseñar la mejor versión de tu hijo, sólo necesitas las herramientas necesarias; cualquier pequeño puede conseguirlo todo, serlo todo, la única limitación es la falta de voluntad de los padres. Se visibiliza la posibilidad del fracaso y se anticipa una culpa prematura: esos volúmenes se venden maravillosamente.

Todos los niños pueden ser Einstein: un método eficaz, se titula uno de las publicaciones más cotizadas. El nombre del creador de la teoría de la relatividad sirve también para calificar la inteligencia perruna en el proyecto Dognition. Iniciativas como esta aprovechan la tendencia general de los dueños para registrar información sobre la capacidad cognitiva de los canes.

Tras pagar algo más de 17 euros, la web te envía una lista de juegos. Al anotar y enviar los resultados, Dognition clasifica a tu mascota dentro de uno de los nueve categorías de inteligencia que han inventado. La posición más selecta, la del físico alemán, es alcanzada sólo por un 3% de los perros: «Muestran una de las cualidades clave del genio: la capacidad de hacer inferencias», así los define el portal.

Rosana Álvarez, veterinaria y etóloga, ha sido testigo de esas inquietudes: «Nos solemos encontrar en conversaciones entre propietarios de perros la necesidad de averiguar si su perro es más listo o menos, o si pertenece a una raza con mayor inteligencia».

Podría parecer, por lo tanto, que quienes desean que su perro logre altos niveles de inteligencia se alegrarían de tener un ‘Einstein’ en casa. Sin embargo, lo que suele asociarse a lucidez perruna tiene poco que ver con esta categoría. Estos, por ejemplo, son socialmente menos entregados, demuestran mayor independencia y no despliegan un amor tan incombustible hacia sus dueños.

Public Domain Picture

Y, de hecho, los perros más listos pueden ser menos felices: «Normalmente se meten a sí mismos en problemas. Se aburren más fácilmente al estar encerrados en casa», puntualiza Wynne.

Otra regla del baremo que aplica el hombre para valorar la habilidad de los canes es la obediencia. «Lo que tradicionalmente se llama inteligencia en los perros realmente sólo se refiere a cómo de útiles pueden ser para nosotros recordando órdenes», aclara Clive Wynne. A rebufo de la inclinación a optimizar a las mascotas proliferan las marcas de juguetes, escuelas y libros para potenciar estas capacidades.

«La entrenabilidad no es necesariamente inteligencia», desarrolla Álvarez, «existen razas capaces de establecer un número muy elevado de asociaciones entre palabras y objetos, pero esta capacidad en particular no tiene por qué conferirle una inteligencia determinada».

Nuestra egolatría como especie nos lleva a asumir como más virtuoso lo más próximo, lo más humano. Un perro usando la pata en lugar del hocico para efectuar un mismo ejercicio nos parecerá más hábil. Sin embargo, en el fondo, buscamos una humanidad de baja intensidad. Miles de publicaciones y memes se viralizan porque comparan a los perros con las personas partiendo de un mantra irresistible: «Cuanto más conozco a las personas más quiero a mi perro».

Quienes humanizan de forma enfermiza a las mascotas, como doña Pomerania, parecen buscar una relación que puedan controlar, que no se enturbie por la variable de la espontaneidad; un vínculo adaptable con un ser en el que pueden volcar sus necesidades afectivas y sus pensamientos sin que jamás vaya a contradecirte.

«Me preocupa que, hoy en día, hay un montón de perros víctimas de ese ‘antropomorfismo’ que es perjudicial para ellos. Probablemente es porque a medida que nuestras familias se hacen más pequeñas, necesitamos seres más pequeños de los que podamos ser padres», analiza el director de Canine Science Collaboratory.

Los animales domésticos nos permiten autorretribuirnos moralmente, podemos ser buenos sin barreras, sin miedo a exponernos a que no se nos corresponda, a que se nos ‘traicione’, esto es, a que la libertad del otro rompa nuestras expectativas. En una época de narcisismo y de poca resistencia psicológica ante los contratiempos de las relaciones personales (y ante la tristeza), las mascotas adquieren una importancia vital, de supervivencia emocional. Los perros son niños perfectos porque nunca crecen, no despiertan ni maduran.

Por Esteban Ordóñez Chillarón

Periodista en 'Yorokobu', 'CTXT', 'Ling' y 'Altaïr', entre otros. Caricaturista literario, cronista judicial. Le gustaría escribir como la sien derecha de Ignacio Aldecoa.

2 respuestas a «¿Por qué queremos que nuestro perro sea el niño más listo?»

Si quieres tener al perro más listo de tu barrio, adopta un gato. Son imbatibles. De hecho, le he mostrado el artículo a mi gato y se ha descojonado. Ellos están por encima de estas cosas…

Los comentarios están cerrados.

Salir de la versión móvil