Si hubiese que definir la sensación que provocan las obras de Jaime Sanjuán, sería algo parecido a ver a Donald Trump y Kim Jong-un fundiéndose en un caluroso abrazo. Sanjuán es consciente de que su arte impacta. Y eso le encanta.
«Una vez, en una exposición —cuenta a Yorokobu, entre risas— una señora mayor se acercó y me dijo: «a mí lo que más me sorprende es que no te manches el dedo. No sé cómo lo haces»» .
Jaime Sanjuán, autor hipersurrealista, es uno de los pocos pintores digitales sobre iPad que hay en el mundo.
Jaime Sanjuán, un agujero negro
Parece un bodegón, pero en realidad es un autorretrato.
A simple vista, cualquiera diría que la obra es una típica escena costumbrista, de matices ocres y anaranjados. Pero a ese bodegón de diseño hiperrealista le está ocurriendo algo terrible: los tres caquis maduros y la jarra de porcelana se están desmaterializando. Un agujero negro los absorbe, los deshace, los convierte en otra cosa.
Ese agujero negro es Jaime Sanjuán.
Al otro lado del teléfono, desde su casa de Zaragoza, Sanjuán explica a Yorokobu que esa pieza es la que mejor representa su estilo: «Agujero negro, en cierta forma, soy yo mismo, que empieza a llevarse lo viejo para generar algo nuevo. Y también es la época actual en que vivimos, donde aún está lo clásico, pero con lo digital apareciendo de forma imparable, reclamando su espacio».
Lo «clásico» es la pintura analógica, la de los lienzos, los acrílicos, la pintura al óleo. La que mancha los dedos e impregna de aroma de trementina. La que él mismo conoció, cuando era niño, en el taller de su padre; la que amó estudiando Bellas Artes en Cuenca y a la que tuvo que abandonar a su vuelta a Zaragoza en 2008, preso de la crisis, el desempleo y la frustración.
«Ya no me llegaba el dinero para seguir estudiando el doctorado en Cuenca —cuenta Sanjuán, casi a media voz— y al volver a Zaragoza no había nada de trabajo y no podía permitirme el gasto de la pintura ni el alquiler de un estudio. Dejé el arte durante cinco años».
Durante ese lustro, Sanjuán se refugió en una sucesión de trabajos temporales para poder sobrevivir —empleado en una gasolinera, recolector de fruta…—, trabajos de los que, dice, «regresaba tan cansado que lo último que me apetecía era ponerme a dibujar».
Hasta que llegó ella. «Un día, en 2012, Virginia, mi pareja, me regaló un iPad. Había visto que existía una aplicación que permitía pintar de forma digital y quería que volviese a intentarlo —explica Sanjuán—. Al principio lo rechacé. Lo poco que conocía de la pintura digital no me gustaba, me parecía muy fría, muy de menús. No le hice ni caso durante casi un año, hasta que un día, por puro aburrimiento, me puse a probarla».
Y surgió el amor. Pintar con iPad, con la aplicación ProCreate, era ideal para Sanjuán: no necesitaba materiales ni estudio y podía pintar casi en cualquier lugar. De esta forma, el artista volvió a pintar. El uso de la tableta no le resultaba extraño: «yo siempre he pintado con los dedos, tengo más control sobre la obra. Me gusta sentir, ver con el dedo. Pese a las broncas de mis profesores, para mí un pincel siempre había sido una extensión artificial de la mano».
Desde entonces, Sanjuán ha ido perfeccionando la técnica de pintar con iPad convirtiéndola en un sello característico de su arte. Sin embargo, sus compañeros de oficio aún se muestran reticentes respecto a la pintura digital: «ellos no acaban de verla como algo artístico, sino como algo frío, sin alma», explica el artista.
Pero él lo tiene muy claro, la pintura digital es una nueva disciplina pictórica, con el mismo valor que la pintura clásica y, en ciertos puntos, más potente que esta: “en la pintura analógica hay que pintar de atrás hacia adelante, primero el fondo y después las figuras. Aquí hay capas, y puedes pintar en el orden que quieras; se puede bloquear el canal alfa para evitar salirse y manchar otras zonas… Y la herramienta deshacer, que evita tener que cubrir con más capas para corregir posibles errores».
Y prosigue: «Yo no sé nada de algoritmos, solo que los colores en el iPad funden igual que el pastel al mezclarlos. Los que dudan de la pintura digital necesitarían probarla en serio durante unos meses para que se puedan hacer a la idea. Lo nuevo siempre ha dado miedo, como le pasó a la fotografía analógica con la fotografía digital».
Hiperrealismo surrealista en Madrid
La realidad se ve surrealista en la galería de arte la Ley de Snell, en el barrio madrileño de Malasaña. Nada más entrar, su director, Manuel Guerra, presenta Ícaro, la exposición monográfica dedicada a Jaime Sanjuán, explicando que la «pintura digital tiene el potencial del bitcoin, algo nuevo que no se sabe hasta dónde puede llegar».
Encabezando la exposición se encuentran dos de las piezas más valiosas del artista, Ying Yang y Vanitas, obras que le han hecho merecedor de precios internacionales como el Latin American Illustration o el Communication Arts 2018, el cual ha ganado por segunda vez, un hecho histórico pues esta competición nunca ha premiado dos veces a la misma persona.
A partir de estas dos obras, comienza un viaje a través de más de 20 pinturas que conduce a lugares donde nada es lo que parece, donde cada cuadro, de un realismo casi insultante, supone un reto, un enigma para el espectador debido al giro surrealista que Sanjuán imprime a sus pinturas.
«Pasé al surrealismo como una necesidad de diferenciarlo de la fotografía. Yo siempre había pintado en estilo hiperrealista, pero al pasar a la pintura digital me di cuenta de que no tenía ningún sentido pintar durante 200 horas para conseguir, como máximo, un JPG o un TIFF exactamente igual que una foto digital». De esta forma, Sanjuán comenzó a introducir elementos surrealistas, generando un lenguaje propio, donde destaca, sobre todo, un protagonista: el tiempo.
«El paso del tiempo es una de mis obsesiones —explica Sanjuán—. Por ejemplo, Ícaro, la obra que da nombre a la exposición, es mi miedo al paso del tiempo: la bombilla es el conocimiento, la mariposa se acerca demasiado y comienza a desaparecer. Ese conocimiento es el momento en el que somos conscientes de que vamos a morir. La primera vez que eres consciente de la muerte supone un trauma, cambia la forma de enfocar la vida. Los objetos que se licúan en mis obras pretenden transmitir que todo desaparece y eso es, precisamente, lo que lo hace bonito. Si todo fuera eterno, no lo valoraríamos».
Junto a la fugacidad del tiempo aparece otro símbolo: el de los animales, testigos mudos que ven los designios humanos: «Cuando dibujo un animal es, en cierta forma, otro tipo de autorretrato. Los artistas tenemos que estar un poco fuera de la sociedad para poder observarla de lejos, porque es entonces cuando puedes elaborar una voz crítica. Muchos de mis cuadros están cargados de cierta ironía. Si estás metido en la sociedad a la que vas a analizar, es muy difícil verla en perspectiva».
Un nuevo arte, un nuevo lenguaje
Jaime Sanjuán destruye el archivo original de todas las obras que crea. Esto no lo hace por excentricidad, sino como un requisito indispensable para el medio en el que trabaja. «En el mundo del arte, hacer objetos físicos únicos es la forma de conseguir que un coleccionista se sienta cómodo. Destruyendo el archivo original garantizo que no se van a sacar más copias» explica el artista. Aparte de esta destrucción, cada obra tiene un sello holográfico con el número de serie y se entrega a su comprador con un certificado de autenticidad y de obra única.
Este afán de certificación surge de la necesidad de crear un código para la pintura digital, que es tan nueva que aún carece de su propio lenguaje. Pero ya hay galeristas que se empiezan a dar cuenta de que este estilo pictórico ha venido para quedarse «aunque sea por un tiempo efímero —como explica Sanjuán en relación al tema principal de su obra—, aunque dentro de cien años nadie sepa quiénes éramos ni qué hacíamos. Porque lo más probable es que tampoco importe».
Una respuesta a «El Dalí del Ipad: Jaime Sanjuán y su hípersurrealismo revolucionario»
[…] Jaime Sanjuán, pintar con los dedos en un IPAD (Con esto lo digo todo): http://www.yorokobu.es/pintar-con-ipad/ […]