En agosto de 1973, auspiciado por el Círculo de Periodistas Deportivos del Perú, con sede en Lima, el periodista chileno Edgardo Marín daba una charla sobre la eliminatoria que en esos días enfrentaba a las selecciones de ambos países. La ganadora alcanzaría la repesca para jugar el mundial al año siguiente. Tres partidos después —ni gol de oro, ni penaltis, ni demás parafernalia de videojuego—, Chile lograba el pase a la repesca: se enfrentaría a doble partido a la Unión Soviética. Edgardo ignoraba entonces que Chile pasaría esa eliminatoria, que iría a jugar a la URSS y que sería precisamente ese partido, el de los soviéticos, el principio de una enorme confusión.
En cualquier caso y como se vio más tarde, el partido de Perú, el de la URSS, el mundial 74, toda aquella cháchara apenas importaba. Ellos creían que sí —Edgardo y sus colegas limeños—, y elogiaron a Figueroa, el ‘Beckenbauer’ chileno, o las gambetas del peruano Nene Cubillas y pensaron en el torneo de la Alemania Federal, los goles del Torpedo Muller, Johan Neeskens… Pero no importaba. Claro que entonces ninguno sabía que Chile sufriría un golpe de estado a los pocos días.
En un momento de la charla alguien le preguntó a Edgardo por la situación política en Chile, la inestabilidad del Gobierno de Salvador Allende, la huelga de transportistas, el desabastecimiento. Le consultaron si podría darse un golpe de estado. «Esas cosas no pasan en Chile», respondió despreocupado. Días más tarde, el 11 de septiembre, el ejército chileno se sublevaba en Valparaiso bajo el mando de Augusto Pinochet. «No me han vuelto a invitar a un análisis político», cuenta ahora el reportero.
Edgardo Marín trabajaba entonces en Estadio, el semanario deportivo de referencia en Chile. Estadio era el Don Balón chileno, popular y sesudo a la vez, «la catedral del periodismo deportivo». Nacido en 1941, Estadio había destacado tanto por sus portadas como por su contenido. Para la portada contaba con profesionales como Eugenio García, ‘el mago del lente’, único fotógrafo en Chile que había capturado el momento justo del impacto del balón en el poste de la portería (convendría explicar aquí que su defensor era William ‘el Galgo’ Marín, guardameta del Santiago Morning. En Chile se decía: «¡Tienes más suerte que William Marín!» porque los postes del Galgo repelían una cantidad inexplicable de balones. En la redacción, además de Edgardo, figuraba otro reportero de deportes legendario en Chile, Julio Salviat, recordado entre otras piezas por una entrevista al gran defensa de la Unión Española, Hugo Berly, aquejado de una enfermedad en el oído (Berly moriría relativamente joven, a los 68 años, a causa de una enfermedad degenerativa en el cerebro).
Aquel 11 de septiembre salía a la calle el número 1.572 de Estadio. El periodista Ignacio Pérez de Tuesta recoge los recuerdos de Salviat de la mañana de aquel día: «Edgardo Marín, que tenía un furgón Austin Mini, me pasó a buscar muy temprano —6:30 de la mañana más o menos— porque nos habían dado el dato de una bodega —en Santiago— que tenía mercaderías agotadas en los negocios (azúcar, té café, fideos)». Salviat amplía ahora: «Para todo había que hacer largas colas y era casi obligatorio inscribirse en las JAP (Juntas de Abastecimiento y Control de Precios), una organización muy politizada donde repartían raciones de alimentos. Yo vivía en un sector de clase media, en Colón con Tomás Moro, muy cerca de la casa presidencial. No ingresé en las JAP, pero como trabajaba en Quimantú (la editora de Estadio, que era estatal) tenía acceso a una canasta familiar semanalmente. Mi señora trabajaba en una tienda de ropa infantil y practicaba el trueque: entregaba pañales (que no se encontraban en ninguna parte) a cambio de aceite, azúcar, café, jabón o cualquier cosa que escaseara en el mercado formal. La vida era complicada porque no se sabía si podríamos comer al día siguiente».
Estadio, que salía cada semana, no llegó a los quioscos en las dos siguientes. Cuando pudieron volver a la redacción, Edgardo, Julio y los demás —Antonio Vera, el director; René Durney, el más joven de la plantilla, a quien los militares le hicieron bajar del bus un día para raparle la cabeza…— se encontraron con todo revuelto. «Encima de un escritorio», recuerda Julio Salviat, «había un linchaco (versión chilena del nunchaku), un arma muy utilizada por los manifestantes de extrema izquierda. Parece que ninguno de los militares que destruyeron la oficina lo vio porque, si no, nos habrían acusado de violentistas».
Aunque no vieran el linchaco, los militares sospecharon de Estadio desde el principio. La casa que la editaba, editorial Quimantú, era una creación del Gobierno de Allende. Además, las páginas de aquel número venían llenas de referencias inquietantes. En un día cualquiera habrían pasado desapercibidas, pero aquel día…
«Fue pura casualidad», dice Julio Salviat, «yo escribí aquello sin ninguna doble intención». En la portada de Estadio del 11 de septiembre, el equipo editorial colocó una llamada al reportaje de Salviat. El titular, dentro y fuera, rezaba: «Se inició el Plan Moscú». Chile había eliminado a Perú en la clasificatoria para el mundial y ahora le esperaba la Unión Soviética, el último paso. La selección jugaba primero en Moscú y Salviat contaba los preparativos para el partido de ida, pero los militares no profundizaron tanto. Cuando leyeron Plan Moscú en la portada pensaron que aquello era un pasquín peligroso, una perorata comunista resultado de las mismas ideas que habían llevado el país a la ruina. En la primera página la situación empeoraba. El director Antonio Vera lamentaba en el editorial «volver a punto cero». El titular del editorial decía de hecho: «Otra vez en punto cero». Los militares confirmaban así sus sospechas: estos comunistas dicen que les hemos devuelto al punto cero; ¡a la hoguera!
No les importó —o al menos no lo demostraron— que Vera se refiriese a las negociaciones entre la federación de fútbol y los clubes, rotas días antes, y no a ellos.
Pese a todo Estadio sobrevivió. La increíble confusión del día del golpe tardó un par de semanas en resolverse —al menos en la práctica— y Salviat y los demás siguieron trabajando allí hasta 1979. Luego se fueron. Edgardo Marín dice que nunca tuvieron problemas con el ejército. «Al frente de la editorial quedó el general del Aire Diego Barros Ortiz, más poeta que soldado, de modo que la relación con él fue buena y hasta cordial. Cada vez que supimos que alguien podría tener problemas dijimos que los tendrían con todos nosotros».
Estadio echó el cierre en 1982, ya no era rentable. En internet hay tiendas y particulares que venden ediciones antiguas para coleccionistas. Las que ilustran este reportaje fueron halladas casualmente en un puesto de libros viejos junto a un mercado de pescado y mariscos en la ciudad chilena de Valdivia.
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