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A mi perra le gusta Lola Flores

Hay quienes eligen tener perro en lugar de hijos o incluso pareja. Esto dice mucho de cómo ven y tratan a sus mascotas quienes eligieron esa forma de vida y convivencia. No es extraño que les ofrezcan cuidados y mimos que podrían ir destinados también a un humano. Manicura, servicio de peluquería, residencias caninas a todo lujo… Y ahora, también, playlists en Spotify.

La compañía ha creado Playlists para Mascotas, un generador de listas musicales personalizado dirigido a elegir la música favorita de los animales de compañía, ya sean perros, gatos, hámsteres, pájaros o iguanas (sí, iguanas, has leído bien). Se trata de llevar un paso más allá la máxima de que la música amansa a las fieras.

Según estudios realizados desde la compañía, el 79% de los españoles ha puesto música a sus mascotas y el 84% afirma que a estas les encanta escucharla. Algo que no deja de ser aventurado y sorprendente porque, hasta el momento, nadie ha conseguido una declaración expresa y en ese sentido por parte de su mascota.

El 70% de los encuestados a nivel mundial cree que la música puede ayudar a sus mascotas a aliviar el estrés, aumentar su felicidad y hacerles compañía cuando sus dueños no están en casa, o para tratar de tranquilizarlos ante sonidos muy estresantes para ellos como son los petardos.

Cada lista incluirá 30 canciones elegidas en función de los gustos del usuario (humano) y de la personalidad de su animal de compañía: si es tranquilo o nervioso, si es amigable o huraño, y si es curioso o apático. Después se añade el nombre y la foto del animalejo en cuestión y Spotify te envía una tarjeta personalizada con los resultados para compartir en las redes sociales.

Ahora bien, ¿ayuda realmente la música a relajarse o activarse, según los casos, a nuestros perros y gatos? Habría que empezar por saber cómo funciona el oído de los animales. Y así lo explica la veterinaria madrileña Cristina Sánchez Loyácono.

En el caso de los perros, por ejemplo, su aparato auditivo está capacitado para escuchar un rango de frecuencias más amplio, tonos más elevados que las personas no oyen y que pueden hacerles estar incómodos sin que nosotros entendamos por qué. Su oído es hipersensible a los ruidos fuertes, por eso aúllan ante el doblar de las campanas o sienten terror ante los petardos: lo hacen por puro y literal dolor de oídos.

Pero al igual que se suele decir que los perros no ven en color, sino en blanco y negro, etc., ocurre lo mismo con los sonidos que escuchan. Ellos los oyen e interpretan de manera diferente. Es decir, cuando un humano oye un piano, un perro oye un sonido que le recuerda, por ejemplo, al que oía dentro del vientre de su madre, lo que puede resultarle agradable y tranquilizador o no. Es decir, un sonido, llamémosle música o ruido, está asociado para ellos a un estímulo.

En palabras de la veterinaria, «los perros perciben nuestras emociones (tristeza, ansiedad…) y las interpretan como debilidad nuestra, lo que les lleva a un estado de alerta. Sin embargo, la calma del humano la perciben como seguridad o liderazgo de la manada y reaccionan con igual calma y sumisión. Si el dueño está a gusto escuchando su música, el perro, aparentemente, también estará a gusto. Eso sí, altos volúmenes siempre les molestan».

José Manuel García es adiestrador y educador canino en Good Job. En su opinión, «la música es un sonido más. En el tema de los petardos, por ejemplo, no es tanto por la música en sí, sino porque le estás ofreciendo otro ruido que le aísla del que le asusta. Si le pones un partido de fútbol en lugar de música, y le aíslas del ruido del petardo, ya le va bien». Para el adiestrador, dejarles puesta música cuando tienes que ausentarte de casa y dejarles solos puede funcionar, pero no por la melomanía del perro, sino porque ese ruido le acompaña.

En un sentido parecido se pronuncia Mario del Castillo, fotógrafo especializado en mascotas y creador del blog Perros, gatos y retratos. «Yo siempre les ponía musiquita en las sesiones de fotos: relajante, con piano, sonidos de la naturaleza… Y a mí me encantaría creer que tienen cierta permeabilidad al arte, pero creo que lo que pasaba es simplemente que calmaba a las personas que estábamos en el estudio, y los perros notaban que había buen rollo, que la gente estaba muy relajada… Estoy convencido de que la transmisión de esa relajación de las personas hacia ellos sí es real. Igual las fieras somos los humanos y por eso funciona».

Del Castillo piensa que las mascotas asocian la música a los humanos con los que conviven. Él, por ejemplo, deja la tele puesta a su perro cuando llega la época de los petardos por las calles. Porque asocia esas voces que escucha a la presencia de sus dueños y eso le tranquiliza. «Si yo me pasara el día en casa escuchando a Vivaldi, se lo pondría al dejarle solo porque él relaciona que yo estoy en casa al oír esa música».

Mientras no sea real un humano como el doctor Dolittle, capaz de entender el lenguaje de los animales, nos quedaremos con las ganas de saber si a nuestro gato o a nuestro canario les pone tanto como a nosotros Rosalía o Mozart. Pero los resultados de esa playlist, sin embargo, no dejarán de ser curiosos. Quien firma este artículo ha probado a hacer una basada en su perra Vonna. A ella le gusta la música clásica, algo de ópera y música antigua, una pizca de copla y mucho sonido relajante y suavecito, con su pianito y su manantial de fondo. Nada que ver con lo que, según los estudios de Spotify, son los géneros favoritos del resto de animales en el mundo: el rock clásico y el rock suave, que no es que no escuchen en casa, sino que no forman parte de las listas de Spotify que pongo mientras trabajo.

Y aquí estoy ahora, con la duda de si poner un ratito a los AC/DC para levantar el ánimo, que toca ponerse en marcha, o dejarlo estar. A juzgar por sus ronquidos, mejor sigo con Ólafur Arnalds.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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