Alejandro Panés se sienta cada fin de semana en la Plaza de Santa Ana, una de las más concurridas del centro de Madrid, con su máquina de escribir portátil Olivetti y un cartel que dice “Poesía por encargo / Poetry on demand”. Algunos transeúntes se acercan a observar aquel curioso espécimen, altísimo, de pelo rizado y una muy literaria perilla. Los más audaces le piden un poema.
Su estampa recuerda a los escribientes que encuentras en muchas ciudades latinoamericanas y que redactan formularios oficiales o cartas de amor a quienes no saben escribir. En esta latitud, Alejandro suple con su verbo rápido y rimado a los que estamos peleados por la métrica. “Dime sobre qué tema quieres que escriba y qué palabras te gustaría que aparecieran”, me dice. “”Zíngara” y varias esdrújulas que rimen con ella”, le digo. “En media hora lo tienes”.
Dicho y hecho. En el plazo convenido recibo un poema mecanografiado –‘La zíngara hechicera’-, de viente versos hexasílabos (más o menos) y rima consonante. No logro identificar el tipo. “Me trae sin cuidado si sale un soneto o una cuaderna vía. Esas categorías son intentos de encorsetar y hacer más difícil la poesía”. Le doy diez euros y nos despedimos. Más tarde me contará que mi aportación está en la media: mínimo, un euro, y máximo, cincuenta. “Los guiris son más generosos”, matiza.
Lo de escribir en inglés le viene del año que pasó en Australia, donde fue con intención de estudiar el último curso de Periodismo y acabó estudiando creación literaria. Además de canguros y surferos, Australia cuenta con la mayor colección de bichos letales del mundo; allí, incluso una garrapata puede acabar con tu vida, como la que le picó a Alejandro y le tuvo cinco días postrado entre delirios, con síntomas parecidos al dengue, pero de cuya convalecencia salió un bello poema -‘Test my Faith or the Barmah Forest Trip’– que apareció publicado en una revista literaria local. Alejandro fue a las antípodas relator y regresó rapsoda.
Volvemos a Santa Ana. Alejandro Panés se coloca los cascos para aislarse del barullo de la plaza: las terrazas abarrotadas, el tráfico y el inevitable combo de rumanos tocando sus acelerados ritmos balcánicos. “Cuando escribo poesía en la calle entro en un estado de conciencia particular, distinto al que alcanzo cuando escribo para mí, en casa. En el momento que cojo inercia ya no presto atención a lo que sucede alrededor: sólo existe el poema”, explica. El proceso creativo “es algo muy intuitivo, que muchas veces se basa en temas prosódicos, porque dos palabras son parecidas fonéticamente, no es una manera convencional de escribir”.
“En la plaza entablas de pronto una relación muy íntima con extraños, porque muchas veces al pedirte un tema para el poema te cuentan algo personal, una historia o tal vez un sueño. De alguna manera me introduzco en sus vidas”. ¿Alguna vez te has quedado en blanco o te has negado a escribir sobre un tema determinado? “Nunca, ni lo uno ni lo otro. Tampoco me han rechazado nunca un poema. Se van contentos, a veces muy contentos”. Doy fe.
¿Alguna influencia a la hora de escribir? “Muchas y ninguna en concreto. Leo poesía, pero casi más novela y ensayo. Creo que si tuviera que escoger una influencia me quedaría con Bob Dylan”.
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Alejandro Panés, periodista y rapsoda, también mantiene un blog de Kino Cine y colabora en una página web de información alternativa (con perdón) Revista Indiscretos: Si por culpa del tiempo o de las autoridades no le encuentras en Santa Ana, tal vez puedas hacerlo en el Bukowski Club, en el Bar Bella Ciao en Malasaña, epicentro de la “movida poética” de Madrid.
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