Pornoarquitectura: cómo mezclar erotismo con geometría

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La artista estadounidense Giulia, que firma como Scientwesht en Instagram y se define como «vuestro mayor dolor de cabeza», conjuga sin remilgos la arquitectura y el sexo. Y ya le han colgado dos apodos: pornoarquitectura o arquisextura. Su obra se compone de collages que mezclan desnudos reales con interiores y exteriores arquitectónicos. También sube fotos suyas mostrando su cuerpo, pero ese no es el tema central: el reguero de selfis sexis en esta red social es más que habitual. Aquí mandan el erotismo y las mujeres como método para reivindicar cualquier tipo de belleza y contra la censura de los medios.

«Empecé a crear estos montajes de cuerpos desnudos y edificios porque vi que había una ola cada vez mayor de censura hacia los cuerpos femeninos en redes sociales. Quería opinar sobre el tema de otra manera. Los collages son una forma de manifestarme sin utilizar palabras», escribe por correo después de un intercambio de mensajes previo. Ha costado que respondiera a varias preguntas. Cuando lo hace no se anda con rodeos: parece que sus apuntes sean tan contundentes como sus imágenes. Tampoco en los artículos que han resaltado sus obras se prodiga en datos. Apenas proporciona el nombre, sin apellidos. Suelta que tiene 27 años y da como referencia «el sur de Florida» si se le pregunta por su lugar de nacimiento, aunque se considera «nómada». Ahora mismo, por ejemplo, vive en el barrio de Brooklyn de Nueva York.

Encontrar esa simbiosis entre las estructuras ­­­­­de inmuebles sin identificar con posturas sensuales es, quizás, lo más complicado. Giulia parece tener el ojo adiestrado para clavar esa combinación perfecta de nalgas con pasillos diáfanos, techos triangulares con vaginas rebeldes o vigas que basculan entre muslos belicosos.

«El erotismo es muy subjetivo. A mí me gusta ver la erótica inesperada», apunta entre sus respuestas quien ha sido catalogada de «sacrílega» o acusada de impulsar la fuerza femenina, el poder de la mujer para mostrarse como es y para llevar el mando. «La gente ve una imagen explícita, agresiva», se defiende, «pero luego se da cuenta de que ha sexualizado algo inanimado. Empecé intentando sustituir genitales por imágenes fálicas, pero evolucioné redefiniendo extractos arquitectónicos en formas femeninas».

Giulia se ríe cuando se le pregunta si utilizaría a un hombre en su cuenta. Da a entender que la reacción no es la misma cuando un cuerpo masculino sale desnudo que cuando lo hace una mujer. La campaña Free the nipple (liberar el pezón) lo demostró: las mujeres han de taparse la anatomía, demostrando que la igualdad, a ojos del receptor, no existe. También incide en que la culpabilización de la mujer y la presión por encajar en un canon de belleza son superiores. Ella, sin ir más lejos, llegó a una conclusión cuando se sentía diferente a estos modelos impuestos: «Me sentía mal por mi corpulencia. Quería ser más alta y delgada. Hasta que dije: ‘A la mierda los estándares de belleza. ¡Sé tú misma!’», protesta.

«Además de que no podemos mostrar desnudez en Instagram, tengo un gran aprecio por el cuerpo humano. Creo que es hermoso, especialmente el de una mujer. Y creo que hay algunas correlaciones interesantes entre ellos y la arquitectura», señala esta joven de físico despampanante contraria a una censura «sexista». «Ha habido una panda de líderes blancos de las tecnológicas que crean una fachada de apertura mientras nos explotan y se benefician de nuestros datos y contenido. No estamos protegidos porque las redes sociales se han privatizado», indica.

A pesar de estar rodeados de pornografía, aún llama la atención lo natural. Con su mezcla de «lo orgánico con lo mecánico», ha convertido una disciplina académica en un tema compartido. Su intención no es ni divulgar la arquitectura. Simplemente quiere seguir resaltando esas alineaciones imposibles, intuyendo formas análogas.

«Creo que la arquitectura puede ser sexual. ¿No pasa alguna vez que entras en un espacio y dices ‘Guau, esto es muy sexi, me siento sexi aquí’?’», pregunta. Partiendo de la máxima de que «la sociedad de las redes sociales no es un espacio público y democrático, por lo que debemos dejar de tratarlo como tal», la artista ha dado un giro a las apariencias. Del mundo virtual ha saltado a una selección que vende en tomos de 15 euros. «La arquitectura está destinada a influir en cómo actúan los humanos y en cómo nos sentimos. Me gusta pensar que estoy creando un equivalente vaginal, sin importar si el arquitecto lo hizo o no. Por supuesto, los espacios que encuentro son mucho más sutiles y matizados, pero combinarlos con una figura desnuda detrás de él lo hace mucho más aparente», zanja. «Afortunadamente mis collages despertarán tus sentidos tanto como un imponente edificio fálico».

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