Coincidiendo con los últimos días de diciembre Google suele publicar un vídeo lacrimógeno en el que recupera lo más buscado del año en internet. Spoiler: de 2014 destaca el tráiler de Interstellar, el Ice Bucket Challenge y la revolución del Maidan en Ucrania, pero la verdad es que estas no fueron las búsquedas más populares del año. El vídeo es una gran mentira, aunque tampoco podemos culpar a Google por ello. Si fuera un fiel reflejo de nuestras búsquedas, todos los años salpicaría las historias inspiradoras con fotogramas de orgías, felaciones y gang bangs y claro, ese no es el vídeo que queremos compartir en nuestras redes sociales. No es la imagen con la que queremos resumir nuestro año en internet. Pero esto no es un vídeo para compartir en Facebook así que pongamos los números encima de la mesa: el sexo genera 68 millones de búsquedas al día, el 25 % de todas las consultas en buscadores y el 35 % de las descargas que se suceden en internet.
El porno es el motor que mueve la red. Su ubicuidad determina su importancia y esta hace que sea uno de los sectores más punteros en cuanto a nuevas tendencias tecnológicas. Onanistas de todo el mundo fueron pioneros en las plataformas P2P, en el uso de los vídeos por streaming o en apuntarse a eso del e-commerce. El mayor gurú en este campo del comercio online no es un joven desaliñado de Sillicon Valley, responde al nombre de Danni Ashe, y es una modelo erótica que se hizo de oro vendiendo sus propias fotos y vídeos allá por el 94 y hoy se dedica a dar charlas y a asesorar a multinacionales. El ADN de la tecnología se ha forjado a ritmo masturbatorio. Y sigue haciéndolo.
En el muy recomendable libro, Vivo en el futuro y esto es lo que veo, el periodista Nick Bilton asegura que la industria del porno es la que lidera los cambios tecnológicos y la transformación del sector, algo que achaca a que, «a diferencia de otros modelos de negocio, se ha visto obligada constantemente a probar nuevos enfoques y nuevas tecnologías para estar al menos un par de pasos por delante de los sheriffs de la moralidad». El ejemplo más recurrente de esta afirmación lo encontramos en los años ochenta, cuando la todopoderosa Sony prohibió la distribución de pornografía en su sistema de vídeo Beta; una decisión que precipitó el triunfo de su competidora, VHS, que hacía gala de una moral más laxa para los temas onanísticos. Esta anécdota, repetida hasta la saciedad, parece no haber calado en la mente de los empresarios. Google glass anunció el año pasado el bloqueo de las apps eróticas que empezaron a desarrollarse nada más presentarse el producto. El porno no existirá ni en sus vídeos anuales ni en sus gafas. Pero este sector está acostumbrado a buscar atajos.
Mike y Leonor no se fueron de luna de miel. Mike había conocido a una actriz porno poco antes de casarse que le hizo cambiar de opinión. Él tenía otra idea en mente, otros planes para su dinero. Así que convenció a su flamante esposa para pasar del viaje y en su lugar crearon Virtual Real Porn, una de las empresas pioneras del porno en realidad virtual a nivel mundial. «Ella se sorprendió bastante cuando se lo contó Mike, pero después de hablarlo mucho juntos y barajar todas las posibilidades, decidió confiar en su visión. Y de momento aún seguimos aquí», resume Linda Wells, responsable de comunicación de esta empresa con sede en Zaragoza. La inversión no fue un salto al vacío, al menos no totalmente. Se fraguó cuando Mike se compró un casco de realidad virtual y comprobó que no había material para adultos más allá de unas pocas demos con modelos creadas por ordenador, lo que significaba cero competencia. «Justo había conocido hacía unos meses a una actriz porno, Onix Babe, por unos amigos comunes», relata Wells. Las piezas parecían encajar así que sin pensarlo más se lanzaron a rodar vídeos porno. La cosa no parece haberles ido mal: un año después de su cambio de planes, Mike y Leonor se han ido de luna de miel.
Cuando la comunidad de gamers adaptó el videojuego Alien Isolation a las gafas SDK Oculus, el pasado verano, la prensa especializada describió la experiencia como «la más aterradora que jamás hayamos vivido», llegando incluso a describir ataques de pánico en los que el usuario perdía la capacidad de moverse. La experiencia es así de inmersiva. Virtual Real Porn se puede ver en estas mismas gafas, aunque sus vídeos distan mucho de ser terroríficos. El resultado se asemeja más a una experiencia que a un simple visionado. Como dice Wells «consigue introducirte en otro mundo como nada antes lo había hecho». La visión es de 180 grados, el punto de vista, subjetivo, para dar al espectador la posibilidad de meterse en la piel de un actor -o actriz- porno. «Al principio rodábamos más vídeos en tercera persona», comenta Wells, «pero nos hemos dado cuenta de que lo más inmersivo es grabarlo todo en primera persona. Los actores tienen algunas limitaciones en cuanto a movimientos pero no es realmente difícil para ellos. Es más compleja la preparación y, sobre todo, la posproducción».
Virtual Real Porn tiene un año de vida y 27 vídeos a sus espaldas. Actualmente el equipo lo conforman cuatro personas a las que une no una pasión desaforada por la pornografía, sino por la realidad virtual. El mejor ejemplo es Linda, que con 32 años lleva trabajando como programadora de aplicaciones web desde los 24. Cuando se le pregunta por el motivo que le empujó a formar parte de esta empresa no habla de Emmanuele, sino de El cortador de césped. Aunque, siguiendo con los paralelismos cinematográficos, es otra película la que ha sabido vaticinar en una sola escena hacia dónde se dirige el mundo del porno.
En Demolition Man (1993) un Sylvester Stallone criogenizado -aún más- despierta en el año 2032 dispuesto a salvar a la chica, matar al malo y hacer explotar muchas cosas. La cinta avanza entre tópicos de cine de acción noventero hasta que llega la consabida escena sexual, solo que en esta ocasión tiene mucha menos carne de lo acostumbrado. Es la siguiente.
Con esta secuencia el director Marco Brambilla estaba anunciando lo que estaba por llegar. Y no hablamos solo de la realidad virtual sino de la banalización del sexo. «Espero que en el futuro el sexo virtual no termine sustituyendo completamente al sexo real», comenta al respecto Wells, que ve con buenos ojos cómo las webcams y los smartphones «han democratizado la pornografía haciendo que se derriben barreras sociales», pero comparte su miedo a que pueda convertirse «en algo alienante para las nuevas generaciones, gente muy joven que puede tener acceso a estos sites y pueda llegar a desvirtuar sus relaciones sexuales».
El futuro del porno se dirige hacia la interactividad. Hasta ahora los vídeos son inmersivos pero estáticos, sin interacción. Es una realidad virtual cercenada. Por otro lado hay una corriente cada vez más extendida de videojuegos pornográficos en los que los actores reales son sacrificados en pos de la interactividad. Aquí cada usuario elige un avatar y aparece en un escenario en el que todo está permitido, algo parecido al popular The Sims solo que aquí la finalidad no es mejorar en el trabajo sino copular con todos los avatares que te encuentres. Las videoconsolas, de momento, se mantienen al margen (no obstante Playstation es de Sony, la misma Sony que vetó al porno de los Beta) y esta tendencia se desarrolla en el anárquico terreno de internet.
Sea como fuere parece que realidad e irrealidad están a punto de colisionar. El mapeado de cuerpos reales en tres dimensiones, el avance tecnológico en el terreno de los videojuegos… todo hace pensar que estas dos corrientes, el porno inmersivo y los videojuegos pornográficos, acaben siendo una sola. Y mientras tanto el porno sigue avanzando. Linda Wells confirma que su empresa está en contacto con varios fabricantes de juguetes sexuales remotos y descarta de momento la opción de dedicarse a los videojuegos, aunque avanza que es posible que en el futuro se añadan «más posibilidades de interacción para el usuario». «Honestamente no puedo asegurar hacia dónde va el mundo del porno», concluye, «pero sí sé que nos va a seguir sorprendiendo año tras año. Y que nosotros vamos a estar ahí».
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