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¿Cómo contribuye la pornografía al avance social?

¿Y si la pornografía es el rompehielos de parte del progreso social?, ¿y si a través de sus escenografías o sus argumentos podemos atisbar el rumbo de la sociedad? Cuando se publicó el ensayo La ceremonia del porno, Andrés Barba, uno de sus autores, habló de que nos dirigíamos a una segunda ola de pánico al porno.

La primera se levantó con la legalización de las salas de proyección públicas, en los 70. Muchos agoreros y vendedores de incienso parroquial temían que la libre exposición a cópulas, despechugues y otras filigranas enloquecería a la gente, que necesitaría cada vez estímulos mayores para excitarse y, por tanto, se dedicaría a cometer violaciones por la calle.

La segunda ola, la que nos toca, nace de la universalización del acceso a toneladas de contenidos X a través de internet. Las críticas se dirigen a las consecuencias morales de la pornografía, a la cosificación de la mujer, a la deshumanización y perversión del sexo y de las relaciones humanas y, por supuesto, a la explotación económica de cosas tan serias.

Nadie duda del fundamento de estas críticas, sin embargo, también existe una vertiente liberalizadora. Maite Zubiaurre reunió y analizó cientos de publicaciones calenturientas previas al franquismo en su ensayo Culturas del erotismo español 1898-1939. «Toda representación erótica esconde preocupaciones de tipo existencial y social de una época, y es también un instrumento hacia la liberación», explica a Yorokobu.

En el primer tercio del siglo XX, hubo un estallido de la producción erótica: fotografías, novelas sicalípticas, revistas satíricas, semanarios galantes, incluso películas como las que encargó rodar el rey Alfonso XIII a los hermanos Baños, y que se encontraron 70 años después escondidas en un monasterio de Valencia, no se sabe si dentro del confesionario.

Quienes han estudiado la evolución del género coinciden en que el carácter tradicional y pacato de aquellos tiempos no evitaba que se representaran prácticas sexuales como las que vemos en la actualidad: felaciones, cunnilingus, tríos, orgías, penetración anal, lesbianismo y hasta cinturones-consolador.

El mundo que se escenificaba, como describe Michael Castleman en su artículo What antique porn (1899-1960) reveals about sex, estaba al servicio de la fantasía masculina: «Abundancia sexual sin conversación, sin cortejo ni ternura. Solo sexo genital que muestra poca o ninguna consideración por el placer y la satisfacción de la mujer».

Captura de un film encargado por Alfonso XIII

«Las mujeres se ven convertidas en meros objetos sexuales», anota Zubiaurre. Pero al macho carpetovetónico el tiro le salió por la culata. A España, la pornografía llegó desde los Pirineos y traía la imagen de la sociedad francesa y europea. En parte de las imágenes que recoge Culturas del erotismo aparece un tipo de mujer que era desconocida en nuestro país: «Moderna, desinhibida, frívola, que busca caminos más allá del matrimonio. El estereotipo de la mujer flapper», sostiene la autora.

En el planteamiento de las escenas, utilizan bicicleta, máquina de escribir, leen o fuman. Son mujeres desenvueltas, de clase media, que se incorporan al mundo del trabajo antes dominado por hombres y que caminan poco a poco hacia la independencia. A este modelo importado, las reproducciones españolas le añadieron mantillas y peinetas.

Burla de la mujer independiente

Había una trampa: «A través de la pornografía, se hacía burla de los esfuerzos de la mujer hacia el progreso. Es un claro reflejo de las ansiedades de la época. El varón español se sentía amenazado ante esa avalancha de modernidad y liberación», recuerda Zubiaurre. En cambio, para desgracia de los cavernarios, la mujer se acabaría beneficiando de esos ejemplos, de esas actitudes y composturas alejadas de la beatería reinante: «De repente, vio que existían otros modelos posibles».

Aquellas producciones eróticas consideraban que la mujer que leía, fumaba o montaba en bici estaba aburrida y disponible para cualquier macho ibérico. Sin embargo, a la vez, la mujer-apéndice, encarcelada en el matrimonio, observó que existía otra forma de vivir más libre y que era posible desarrollarse a través de la lectura, la escritura o el trabajo.

Burla de la mujer independiente
Burla de la mujer lectora

La pornografía, como elemento aspiracional y fetichista que es, siempre ha ido un paso por delante de la realidad. La investigadora María Eugenia Cisneros, de la Universidad Central de Venezuela, escribe en el artículo La pornografía al rescate de lo humano que la puesta en escena del sexo significa una «trasgresión permanente de la sexualidad instituida» y ayuda a liberar «energías reprimidas por las convenciones sociales».

Los argumentos de las películas más viejas muestran que cada país llevaba su ritmo. Según destaca Castleman en su artículo, en Estados Unidos el cortejo resultaba más lento, el hombre norteamericano debía insistir y rogar durante más tiempo que el francés y, cuando convencía a la pareja, su fiesta era más prudente. En EEUU, las felaciones no aparecieron de forma habitual en las filmaciones hasta los años 60.

Hasta después de la Segunda Guerra Mundial, las actrices exhibían un físico sin adulteraciones: grueso, con muslos abundantes, con celulitis y con el vello campando copiosamente por ingles y axilas. El hecho de la desnudez aportaba estímulos suficientes. Los actores se mostraban delgados, sin muscular y con un pene de tamaño medio o pequeño. A partir de los 50, las protagonistas empezaron a emular a las actrices de Hollywood. Y en los 70, creció la musculatura pectoral y genital de los hombres.

Mientras tanto, en España, bajo el hábito del eslogan de la reserva espiritual de Occidente, desesperaba un pueblo ávido de pornografía clandestina. Como hace ver Luis Miguel Carmona en su libro Cine erótico a la europea, las primeras películas tras la muerte de Franco llegaron descafeinadas, mezcladas con comedias. Por fin, de 1978 a 1983, estalló el boom que recaudaría millones de pesetas. La pornografía de esta época respetaba la humanidad de los personajes, implicaba tensiones psicológicas y emociones. Parecía real.

Nada que ver con lo que traería el siglo XXI: kilos de silicona, plataformas de stripper, cueros, espejos en el techo, piercings, desnudos sin cortejo, primerísimos planos, filmes que empiezan con todo el pescado vendido de antemano. Escenas donde, más que sexo, se desarrolla una suerte de acrobacia genital.

Hoy, la pornografía circula sin cortapisas de pantalla en pantalla. Parecería que no cabe más liberación porque no hay ninguna represión. Sin embargo, Zubiaurre mantiene que la representación del sexo sigue constituyendo «un grito de libertad».

Si a principios del siglo pasado abundaban escenas con monjas y curas perversos como forma de rebelión contra el poder del clero, o series como Los borbones en pelota que atacaban a la monarquía, ¿a día de hoy, a qué instituciones nos ayuda a combatir la pornografía?

Los Borbones en pelota

Uno de los portales web de vídeos X con más tráfico, pornhub.com, publica un informe anual con todos los datos de la actividad de los usuarios. Según sus estadísticas, en España, las búsquedas de «maduras españolas» o «spanish swingers» se han incrementado en un 456% con respecto al año pasado.

Quizás sean estas las señales de una ansiedad social silenciada: la rebelión contra la forma y la filosofía del matrimonio y contra la imposición mediática de que la belleza, el atractivo y el deseo solo existen en la juventud. El tiempo lo dirá.

Por Esteban Ordóñez Chillarón

Periodista en 'Yorokobu', 'CTXT', 'Ling' y 'Altaïr', entre otros. Caricaturista literario, cronista judicial. Le gustaría escribir como la sien derecha de Ignacio Aldecoa.

3 respuestas a «¿Cómo contribuye la pornografía al avance social?»

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