Pintó tantos contenedores de basura como hizo falta. Andrés Momo salió varios días y varias noches con sus rotuladores y estampó esta firma, Yorokobu, por el barrio madrileño de Ventilla. Lo hizo con el propósito más noble del arte: incomodar y agitar las sensaciones del que se cruza con él.
Escribió este tag, esta firma grafitera, para hackear el tedio que a menudo arrastra el mes de septiembre. Muchos vuelven a las calles de siempre, a los horarios habituales, al «dolor de la rutina», como lo describe Momo. Pero si al mirar el contenedor, hay algo diferente (un sello con una historia detrás), la escena se transforma y lo anodino alcanza otro significado.
Salió buscando esa «belleza de lo vulgar y lo rutinario» cuando anduvo por las calles de Ventilla con su cámara de fotos con el propósito de realizar la obra que aparece en la portada de la revista Yorokobu de este mes de septiembre.
Momo piensa que un tag da otra identidad a los «elementos cotidianos, urbanos, casi marginados, que pasan por delante de nuestros ojos y a los que no prestamos atención». Los que «simplemente están ahí, asimilados como parte de nuestra vida».
El tag convierte la ciudad en un tablero de juego, un tablero artístico en el que una persona con rotuladores intenta transformar el paisaje para que el gris del día a día se convierta en algo de valor. Así como lo hizo el arte pop con las sopas de tomate.
«¿El arte tiene que ser preciosista?», se pregunta Momo. «Cuando es más trasher, más de la calle, cuando la pintura gotea, la gente lo cuestiona».
Es común que el tag se perciba como una mancha, un rayajo, suciedad. Pero Momo lee estas imágenes desde otros códigos. «Un tag en la azotea de un edificio, por ejemplo, requiere subir hasta allí, buscar el mejor sitio para que lo vean. Hay mucho detrás de este movimiento universal de individuos anónimos que, con sus firmas, intentan dejar de serlo, aunque sea por un momento».
Momo describe el tag como una forma de decir «estoy aquí». Piensa que estos grafitis convierten los elementos cotidianos en arte y sabe que lo que dice es polémico. «Muchos consideran que estas imágenes ensucian la ciudad, pero lo que intentamos hacer es una llamada de atención; que te pares y te plantees el objeto urbano que tienes delante. Lo de menos es si te gusta o no».
2 respuestas a «Un tag no es un rayajo, es una forma de decir «estoy aquí»»
Abro paraguas para la que se me viene encima pero lo siento, un tag es sucio y aporta poca belleza a donde se intregra. ¿En serio un takeo hace que la sociedad se incomode y se agiten las sensaciones del que se cruza con él? ¿Mirar el takeo de un contenedor o un cierre convierte lo anodino en algo que alcanza otro significado?
Estoy muy a favor del grafitti y que se aumente su consideración, pero una simple firma (hecha donde no se debe en muchos casos, con nocturnidad y alevosía) es de todo menos, sobre todo porque los individuos se esconden detras de esas firmas, nunca dan la cara y nunca dejan de ser anónimos. Eso si, como llamada de atención cumple su cometido, a las malas, por supuesto.
Creo que es la portada más provocadora de la historia de Yorokobu, a día de hoy.