Casi cualquier profesor podrá contar experiencias acerca de lo complicado que resulta mantener la atención de los alumnos durante un tiempo más o menos prolongado. Lo de plantearse que adopten una actitud activa que les empuje a encontrar nuevos caminos de conocimiento es, en muchos casos, sencillamente utópico. Ramsey Musallam explica en una charla de TED cómo consigue despertar en sus alumnos la curiosidad por aprender.
Ramsey Musallam es profesor de química de secundaria. Por aquella época, la separación de jerarquías y poderes entre profesores y alumnos era asumida como normal. Púlpito por un lado y pupitres por el otro. Discurso magistral de un lado de la ecuación y aceptación virtualmente pasiva desde la audiencia.
Fue, sin embargo, un aneurisma que casi termina con su vida en 2010 lo que le hizo replantearse muchas cosas. Entre otras, la manera en que desempeñaba su trabajo como profesor. Musallam observó que en una situación que no era sencilla de manejar y que a él le aterrorizaba, su cirujano se mostraba tranquilo y confiado.
Si los educadores dejamos atrás el papel de difusores de contenidos y adoptamos un nuevo paradigma como cultivadores de curiosidad e investigación, puede que aportemos un poco más de sentido a la jornada escolar y que despertemos la imaginación.
Le preguntó cómo hacía para mostrarse así. Su médico le dijo que se basaba en tres premisas sobre las que se apoyaba: la curiosidad suficiente como para cuestionarse planteamientos que pueden no funcionar, la pérdida del miedo a los procesos de prueba y error y, por último, la capacidad de asimilar información para elaborar nuevos procesos.
Ramsey Musallam cayó en la cuenta de que algo muy básico le estaba pasando desapercibido. «Las preguntas de los alumnos son las semillas del aprendizaje real», explica Musallam en la charla en TED. Y así fue cómo adaptó las tres reglas que le sugirió su cirujano.
Para el profesor, es esta suerte de crowdsourcing, la que ayuda a mejorar la ‘calidad del servicio’. «Las preguntas pueden ser la fuente de una gran instrucción, pero eso no ocurre a la inversa», señala. «Hay que sorprender a los alumnos, dejarlos perplejos, plantear preguntas que ofrezcan respuestas para confeccionar métodos de enseñanza». Esa sería la primera regla.
La segunda es aceptar el desastre. «Sabemos que el aprendizaje puede ser muy feo». La prueba y el error pueden ser partes útiles e informales de lo que señalan los rígidos epígrafes de los libros y manuales.
La tercera regla que propone el profesor es practicar la reflexión. Todos los procesos son revisables y están sujetos a constantes y potenciales cambios.
La implantación de la tecnología tiene lecturas muy positivas y facilita la divulgación desde muchos puntos de vista. Sin embargo, las dificultades empujan a los alumnos a esforzarse y buscar soluciones. ¿Creéis que la excesiva tecnificación de la educación puede ser contraproducente?
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