El amor en tiempos de Tinder no es lo que era. Tiene sus ventajas, su practicidad y, desde luego, abre puertas y hasta fronteras, pero le quita un poco de magia al asunto. Algo así pasa con el sexo. Porque las nuevas tecnologías no solo han revolucionado la forma de conocer a otra persona, sino también la forma de tener sexo con ella. O incluso la forma de tenerlo a solas.
Así, en la época en la que quedarse sin batería, o sin datos, puede ser todo un drama, surgen los nuevos problemas sexuales del siglo XXI, de los que una persona de principios del siglo XX nunca habría tenido que preocuparse.
Viajar con exceso de equipaje
Los vibradores pretenden mejorar la vida sexual tanto de las mujeres como de los hombres, qué duda cabe. Comparado con una pareja sexual, se dice que son todo ventajas: no se queja, no necesita un alto mantenimiento, no pide nada a cambio y siempre está cuando se le necesita. Sin embargo, puede que no todo sean ventajas.
Uno de los momentos donde el vibrador puede resultar traicionero es en un viaje. Porque si se viaja a solas, pensar en llevar buena compañía para relajarse por las noches aparentemente es un plan maravilloso.
Y lo es, siempre y cuando se facture el vibrador y no se piense en llevarlo en la maleta de mano. Porque sí, ahora los vibradores van con batería, y como ocurre con el portátil o la tablet, se puede tener la mala suerte de que toque sacarlo en el control de equipajes. Todo depende del sentido del humor de cada uno o del sentido del humor de los guardas de seguridad, claro.
Quedarse sin batería
De hecho, otra de las grandes mentiras del vibrador es esa de que «siempre está disponible». Los primeros vibradores que solían comprarse en los sex shops, además de estar fabricados con plásticos de muy mala calidad y ser muy poco saludables, funcionaban a pilas.
Y puede que comprar pilas sea más barato que invitar a un chico a cenar, pero a la larga también supone hacer una inversión importante. Las cabezas pensantes de la industria erótica decidieron que la solución era fabricarlos con baterías recargables, tan prácticas que hasta podían recargarse con el puerto USB del ordenador.
Algo que podría parecer una ventaja. Sin embargo, si en pleno calentón se va a hacer uso del vibrador, puede ser un problema no haber recargado la batería, y que la vibración muera antes de llegar al clímax. Los amantes de goma también fallan.
La pantalla congelada
Otra de las grandes ventajas del sexo en el siglo XXI es poder tener cibersexo con la pareja, o con quien se quiera, a pesar de la distancia. La idea es sencilla: se conecta la webcam y lo que antes era solo un texto o unas palabras susurradas, se vuelve una realidad delante de la pantalla. O más o menos.
Porque lo que tienen las distancias es que el WiFi no es siempre como el de casa, sobre todo desde la habitación de un hotel, donde la conexión va y viene. Entre «espera, que lo coloco; espera, que se conecta; y espera, que se ha congelado la pantalla», conseguir que el diálogo vuelva a calentarse requiere ser todo un maestro de la seducción, o si no, una persona con mucha paciencia.
Un problema de altura
La ventaja de Tinder no es solo poder conocer a gente sin salir de casa, sino además poder tener acceso a una mayor cantidad de perfiles. Algo así como lo que supone comprar por Amazon o por Aliexpress, que permite acceder a productos que no se encuentran en las tiendas del barrio.
Sin embargo, al igual que pasa con los productos, que al abrir el paquete se parecen más bien poco al de la foto, algo así puede ocurrir en una primera cita, cuando se desvirtualiza a la persona de la foto: que la imagen real, con la imagen digital, coinciden más bien poco.
Puede que hoy en día, donde no solo se envía una foto de muestra, sino que se tiene acceso incluso a los perfiles de redes sociales, parezca más difícil dar lugar a falsas impresiones, pero a veces se olvida un factor determinante. En las fotos no siempre se puede calcular la altura de la persona. Sí, aún hay quien igual que se pone unos kilos de menos, se pone unos centímetros de más. Interprétese como quiera.
24/7
En sadomasoquismo, tener una relación 24/7 significa ser el esclavo o esclava de alguien las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Algo así como la relación actual que todo el mundo tiene con su teléfono móvil. Si parece difícil o casi imposible apagarlo en vacaciones, hay quien tampoco es capaz de apagarlo o dejarlo en el bolsillo durante una cena romántica. Y tampoco durante el revolcón del postre.
Puede que antes sonara el teléfono fijo si se había olvidado descolgarlo, pero ahora el teléfono móvil acaba siendo un sonido de fondo incesante, en ese momento íntimo en la parte de atrás de un coche o en una cita en un hotel por horas.
La diferencia es que la interrupción, en vez de ser la voz de una madre que recuerda la paella de mañana, puede ser simplemente una notificación de Twitter. Retuitear antes de gozar, ya se sabe.
Aprender idiomas
Uno de los problemas de una entrevista laboral en el siglo XXI es cuando se empiezan a describir las dinámicas de trabajos a través de anglicismos, que en realidad se refieren a habilidades o labores que se han hecho durante toda la vida, pero que se denominaban de una forma más sencilla.
Algo así ocurre en las primeras citas cuando la otra persona va de «moderna» e intenta aparentar que está en la honda incluyendo anglicismos en cada frase. Si durante la cena o las cañas se puede capear el temporal asintiendo como si nada, el problema se agrava cuando las palabras «raras» se utilizan para proponer nuevas prácticas sexuales: tickling, facesitting, pegging…
O si son muy muy «modernos», más que por lo anglosajón, se puede tener tendencia por lo asiático: nyotaimori, kokigami, omorashi… Mejor consultar el traductor antes de asentir.
Una respuesta a «Problemas sexuales del siglo XXI»
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