Hace 22 siglos, en Atenas, Epicuro de Samos fundó una escuela llamada Jardín. Allí se reunían hombres, mujeres y esclavos a conversar, aprender y disfrutar. Al filósofo griego le gustaba la cultura, el racionalismo y el progreso, pero siempre acompañados de cierto gozo.
Aquel hombre mediterráneo estaba a favor del placer. Pero eso, aunque parezca extraño, es una rareza. Siempre ha habido gobernantes y pensadores que han proclamado que la diversión es el mal. Juan Calvino, si alguna vez leyó a Epicuro, debió sufrir espasmos. El padre de la Reforma Protestante anunció en el siglo XVI que el trabajo duro abría las puertas a la salvación eterna.
Aquella idea caló con saña en las conciencias germánicas. El gozo era sospechoso allá donde se produjera. No sólo en las disfrutonas orillas mediterráneas. Incluso en el gran Imperio Austrohúngaro y aquella Viena del XIX llena de óperas, teatros y cafés literarios.
«La gente vivía bien, la vida era fácil y despreocupada en aquella vieja Viena, y los alemanes del norte miraban con cierto enojo y desdén a sus vecinos del Danubio, que en vez de ser “eficientes” y mantener un riguroso orden, disfrutábamos de la vida, comíamos bien, nos deleitábamos con el teatro y las fiestas y, además, hacíamos una música excelente», escribió Stefan Zweig en El mundo de ayer.
«En vez de la “eficiencia” alemana que, al fin y al cabo, ha amargado y trastornado la existencia de todos los demás pueblos, en vez de ese ácido querer-ir-delante-de-todos-los-demás y de progresar a toda velocidad, a las gentes de Viena les gustaba conversar plácidamente, cultivar una convivencia agradable y dejar que todo el mundo fuera a lo suyo, sin envidia y en un ambiente de tolerancia afable y quizás un poco laxa».
El poso de esa ética del trabajo nunca desapareció de las tazas de café de algunos poderosos del mundo y resurgió con furor en el siglo XXI. Fue como una ola que recorre el planeta desde EEUU al lejano Oriente. Lo llaman ‘cultura del emprendimiento’ y lo predican en Powerpoint. La diferencia es que la salvación llega antes. No hay que esperar a estar muerto para recibir la gracia divina. El premio está aquí en forma de billetes.
Pero ante el empacho de esta nueva ‘moral del Powerpoint’ vuelve a despertar el espíritu de Epicuro. Muchos pensadores se preguntan qué tipo de sociedad estamos construyendo y quiénes son los que se benefician de ella. Porque producir está bien pero no es mejor que darse un gusto. Por eso, ante las hordas de listas de cómo ser más eficiente, proponemos un Decálogo para producir pero con alegría de vivir:
No vivas para trabajar (trabaja para vivir)
El filósofo Bertrand Russel decía que la sociedad iría mejor si los individuos trabajaran para poder pagar «las comodidades básicas de la vida» y dedicaran el resto del tiempo a pintar, escribir o hacer investigaciones científicas. El economista Keynes era de la misma opinión.
Y puede que no se equivocaran. Un estudio de la OECD que analiza la productividad de los países más ricos del mundo muestra que trabajar más horas no implica rendir más. Esto queda muy claro en la diferencia que existe, por ejemplo, entre Grecia y Alemania. Los griegos dedican unas 2.000 horas al año a sus oficios. Los alemanes, en cambio, emplean unas 1.400 y, sin embargo, su productividad es 70% mayor que la del país mediterráneo.
La siesta no es de vagos
Aristóteles y los renacentistas dormían a pierna suelta. El sueño era entonces una actividad respetable. Pero a mediados del siglo XVII empezó a ser incompatible con las nociones modernas de la productividad y el racionalismo, según el académico Jonathan Crary.
El filósofo inglés John Locke creía que Dios había diseñado al humano para trabajar y llevar su razón lo más lejos posible. Pero, a ratos, encontraba un impedimento: necesitaba dormir. Hume tenía una idea parecida. Pensaba que el sueño, la fiebre y la locura suponían un limitación al conocimiento, según escribió en su Tratado sobre la naturaleza humana. La relación entre la vigilia y el sueño empezó a entenderse entonces como si uno fuera el bueno y el otro, el malo.
Esa idea de mediados del siglo XIX hoy ha quedado desmentida por la ciencia. Dormir no es el enemigo. Al contrario: ayuda a vivir más tiempo. El neurocientífico Russell Foster considera que «somos la especie más arrogante de todas. Creemos que podemos abandonar cuatro mil millones de años de evolución e ignorar el hecho de que hemos avanzado tanto por un ciclo de luz y oscuridad. Lo que hacemos como especie es ignorar el reloj biológico. El humano es la única especie que hace eso, y esto, a la larga, provoca serios problemas de salud».
Ese desprecio cuesta caro. El científico explicó a la BBC que puede traducirse en diabetes, enfermedades cardiovasculares, cáncer, infecciones u obesidad. Algunas empresas se han tomado el tema en serio y han decidido pagar un bonus a los empleados que duerman bien.
Trabaja en la cama
Leonardo Da Vinci escribió:
«He experimentado que es de grandísima utilidad, estando en la cama a oscuras, reparar y considerar con la imaginación los contornos de las formas que se estudiaron u otras cosas de especulación delicada».
Mark Twain, Scott Fitzgerald o Robert Louis Stevenson también escribieron gran parte de sus libros entre las sábanas.
Huye de la oficina
Estar encerrado siempre en el mismo sitio arruina las ganas de vivir. Hemingway escribía en hoteles, bares y distintas habitaciones de su hogar. «Trabajo muy bien en cualquier sitio», dijo en una entrevista en 1954.
Los escritores y los pensadores llevan siglos trabajando fuera de oficinas pero hoy el wifi ha sacado a la calle a muchos más perfiles. Algunos individuos prefieren trabajar en restaurantes, bares o espacios públicos porque les resultan más inspiradores y, además, dicen que el ruido de las tazas, las copas y los paseos de los camareros les ayudan a concentrarse mejor.
Evita la ‘reunionitis’ (es una fuga energética)
Las reuniones son como la aspirina. Una, te puede quitar un dolor de cabeza. Muchas, te pueden intoxicar. Para que una reunión sea eficiente, hay que prepararla antes. Si el objetivo es pensar en equipo, lo ideal es crear un ambiente distendido y agradable, como recomendó Isaac Asimov.
«Debería haber sensación de informalidad, de diversión. Habría que llamar a las personas por su nombre de pila, bromear… En esa atmósfera los individuos se muestran más dispuestos a envolverse en la locura de la creatividad. Para este propósito creo que un encuentro en una casa o alrededor de la mesa de la cena resulte quizá más productivo que en una sala de conferencias».
La soledad está infravalorada
El mundo moderno ha tirado todos los muros. Los físicos y los de la privacidad. Las oficinas abiertas se han impuesto sobre los despachos, y los coworkings han juntado en una misma mesa a profesionales que nada tienen que ver. Pero los grandes genios siempre reclamaron momentos a solas y tiempo de concentración.
Julio Verne subía a trabajar a su habitación, en la planta de arriba de su hogar, y cerraba la puerta con llave. Pero el giro lo daba por dentro. Así, desde fuera, nadie podía abrir. Era su forma de escapar de las continuas llamadas de su mujer para que bajara al salón a tomar café con las visitas.
Hemingway colgó un cartel en la puerta de su casa que decía: ‘No se admiten visitas sin cita previa’ y odiaba el teléfono porque rompía su concentración. Philip K. Dick también necesitaba esa paz. En las primeras páginas de El hombre en el castillo escribió esta dedicatoria a la mujer con la que vivía entonces: «A Anne, mi mujer, sin cuyo silencio este libro nunca se hubiera escrito».
Por eso, quizá, muchos se cuestionan ahora si los espacios de trabajo donde todo se oye, todo se ve y cualquiera puede acercarse a tu mesa a pedirte que lo acompañes a tomar un café son los más adecuados para sumergirse de cabeza en ese mundo interior donde se halla la fantasía y el placer de crear, como lo describió el escritor D. Scott Apel en una entrevista a Philip K. Dick.
Hoy uno de los grandes enemigos de la concentración son los mensajes digitales. No seas esclavo del mail, WhatsApp, Telegram y las redes sociales. En esos canales se pierde la fuerza por la boca y, al final del día, te has quedado sin tiempo para hacer algo de lo que te sientas satisfecho.
Levántate de la silla
Muévete. Los escritores, pensadores, científicos y músicos de todas las épocas se han pegado buenas caminatas en busca de argumentos de novelas, reflexiones y notas para sus composiciones.
Einstein paseaba por la playa para ordenar sus pensamientos, Dickens se pateó las calles de Londres y Thoreau recorrió cientos de colinas. Friedrich Nietzsche fue más tajante. El filósofo alemán pensaba que las morales sedentarias habían envenenado a la humanidad. «No somos de esos que solo rodeados de libros, inspirado por libros, llegan a pensar. Estamos acostumbrados a pensar al aire libre, caminando, saltando, subiendo, bailando, de preferencia en montañas solitarias o a la orilla del mar, donde hasta los caminos se ponen pensativos», escribió en La gaya ciencia.
A Steve Jobs también le gustaban las caminatas. Aunque él, a menudo, en vez de hacerlas a solas, las usaba para mantener reuniones. Era un hábito que aprendió de los griegos que crearon las bases de la filosofía occidental hace más de 20 siglos.
Quizá nadie advirtiera a la ‘moral Powerpoint’ que la avaricia rompe el saco. Estas terribles ansias de las empresas por que sus empleados sean cada vez más productivos está generando hordas de individuos ansiosos.
Y de la ansiedad, la esclavitud y el mal vivir no van a surgir grandes empleados ni grandes proyectos. Ya lo decía William Morris: El trabajo debe ser una fuente de arte y felicidad. Y si ni eso te convence, únete a Bob Black y ¡proclama la abolición del trabajo!
6 respuestas a «Productividad, vale; pero con alegría de vivir»
Mar, muchas gracias por tu artículo. Es impresionante la cantidad de fuentes que citas para ilustrar «la historia», lo llena de valor; pero tal vez lo más impresionante para mi sea sea lo identificado que me siento con todas las propuestas que realizas. ¡Gracias por escribirlo!
Muchas gracias a ti por tu entusiasmo. ¡Vamos a ponerlo en práctica! Abrazos 🙂
[…] Vinyl […]
Buen recordatorio de los buenos hábitos. La verdad es que viene muy bien recordar todas esas alternativas que muchos tachan de ineficientes. Menos mal que poco a poco se va cambiando la tendencia.
El trabajo no debería ser un problema si no hubiera dinero que lo corrompe.
Sí al trabajo y abajo con el maldito parné.
Desconozco como y donde tenía yo el aparato cognitivo y sensorial hace 3 años. Ignoraba este artículo de interés supremo. y Mediterráneo.. Mar, admiro tu genial capacidad prolífica escritora (y multimedia) prolífica y tu sensible y optimista forma de tratar y enlazar distintos asuntos de actualidad y máximo interés práctico. Siiempre dan que pensar con cultura, arte y filosofía. Para reconducir o mantener el rumbo cibernético instantáneo que controla todos los ciclos, anticipado ya por Epicuro muy Jefe y en la ΟΔΥΣΣΕΙΑ de Ulises rumbo a Ítaca (o Cabo de Gata, que espero hace años), al ciberpunk-matrix interior de Philip K. Dick.
Tuss recomendaciones increíblemente bien documentadas con personajes y sugerencias se me antoja sublime. Me identifico con el carácter sedentario y desaliñado de los hombres fotografiados, y a la par con la belleza de las andaluzas o mujeres pelirojas y sus smartphnes en la cama de Cabo, y con los azules y paisajes de tu tierra y tu, Mar, la de Colombine, la primera..La mejor y premio internacional. Pero este artículo y sus enlaces da para mucho mas: un Tratado. (prometido) y volveré. Es fuente de referencias geográficas útiles, precisas y preciosas (escondite que en cualquier caso había obtenido por otros métodos). Sublime la compilación de ejemplos de la necesidad suprema de solitud y no ser estorbado ni interrumpido en el proceso creativo que comparto con muchos genios.. ¡Y tienes mas de 2017!
Isaac Asimov (mi escrtor de juventud favorito), Verne. Bethoven, y otras referencias que inspiran y estimulan, es la función de la Maestra, Mar. Creo que Hume atina mas que Locke: el sueño, mi fiebre y la locura y su química pero sobretodo el insomnio y el noctambulismo bien podría poner una limitación a mi conocimiento humano, además de no ser horas ahora causa y fuente de todo tipo de enfermedades. Males incluso peores que las descritos y fotografiados en paquetes de Ducados. Y si no pasen y lean a las científicas Thanh Dang-Vu y Aurore. A. Perrault, ¡que mañana hay que madrugar!
¡Vamos a ponerlo a la práctica de una vez!