Al final de las largas avenidas de la ciudad y el perpetuo colapso de su tráfico, en el suroccidente de Bogotá, se esconde el barrio de Bosa, uno de los menos desarrollados económicamente de la capital colombiana. Sus habitantes sufren una de las tasas de desempleo más altas y la mayoría de los que trabajan lo hacen en empleos inestables como la venta ambulante.
Sin embargo, sus vecinos se afanan en intentar despejar los prejuicios que se ciernen sobre el barrio. Sus armas son la amabilidad, la alegre vida de sus calles, los juegos de los niños que corretean entre los deteriorados edificios y la innovación. El Colegio Francisco de Paula de Santander, situado en la zona céntrica del barrio de Bosa, es ejemplo de ello. Desde 2010 llevan a cabo el Proyecto Trinchera, que surge desde una pregunta rompedora y eficaz que todos nos hemos hecho alguna vez cuando estábamos en las bancadas frente al profesor: ¿qué dirías de la escuela si lo pudieras decir libremente?
El Colectivo Trinchera: Bosa, Artes y Territorio trata de usar el arte para decir todo sin hablar, como explica a Yorokobu uno de los profesores que puso en marcha el proyecto 2011, Héctor Mora junto a Francisco Sanabria. «Solemos decir que trabajamos en una escuela del siglo XIX, docentes del XX y alumnos del XXI. Trinchera trata de acabar con estas diferencias preguntándole al alumno qué es lo que tiene que decir».
Para ello utiliza las manifestaciones artísticas con un mensaje de profundidad emanado de la total libertad que tienen estos chavales que rondan los 15 años para expresar lo que necesiten o quieran decir. Con ese fin se acogen a las performances, pero con una carga de significado que no diluye la esencia de esta acción artística, que se basa en la estética y la provocación.
Cada uno de los alumnos tiene el papel que ellos mismos construyen. Hay libertad para crear y en muchas de las performances los actores necesitan de sus compañeros para realizarlas. Todo se hace en una pequeña aula desde la que hablan de todo tipo de realidades, de sus necesidades, miedos y tabús. Una catarsis personal en la que participa el espectador y lo hace reflexionar.
Después de la presentación, los chicos comienzan a sacar lo que tienen dentro. De repente, sus tabús, gritados al viento a través del simbolismo, se adentran en quien, sorprendido y confuso al principio, observa la manifestación artística. Purifica a todos los que estamos dentro de la sala y nos hace partícipes de los miedos que se plantean, mostrando los nuestros propios.
Y no falta el mensaje político, irreverente, frontal. «Tenemos una clara influencia de los movimientos vanguardistas de principios del siglo XX, pero creo que lo que nos diferencia es la claridad de los mensajes que hacemos contra lo que no nos gusta», relata el profe Héctor.
Aparece una niña y se posiciona frente a su profesor. Comienzan a gritarse. Sin decir nada. Con ello quieren incidir en la distancia que existe entre docentes y sus discípulos. «Es muy habitual que los maestros gritemos para pedir a los alumnos que se callen». Con el mismo objetivo se crea Modelar, una performance en la que una alumna abofetea a su profesor y le entierra la cabeza en la pizarra. ¿A qué nos suena? Es la educación más tradicional y conservadora que muchos estudiantes han sufrido a lo largo de su etapa escolar. Con esta representación se trata de intercambiar los roles de profesor y alumno.
Las performances no tocan solamente temas de la propia escuela, sino que también discurren acerca de problemáticas de un barrio con necesidades, como es Bosa, y sobre situaciones personales que los propios alumnos han vivido. Por ello, podemos ver cómo frente a nuestros ojos una joven se coloca un collar en el cuello que representa el cautiverio que sufren las mujeres por gustar a los hombres en una sociedad machista o cómo un chico se viste con una camiseta repleta de frases reivindicativas que han sido escritas por sus compañeras acerca de la violencia diaria que sufre la mujer.
Sorprende la capacidad que tienen estos jóvenes para mostrar a través del arte aquello que a tantos nos puede costar. Lina se rompe una camiseta y sus compañeros pintan su mano sobre su cuerpo para, según sus propias palabras, «tratar de expulsar el recuerdo reprimido que tiene por una experiencia personal que tuvo con un tío cuando era pequeña». El lamento no sirve de mucho cuando se puede tratar de revertirlo y que haga crecer a quien sufrió una experiencia desgraciada.
El Proyecto Trinchera: decirlo todo sin hablar trabaja con los niños y niñas desde los 15 años. Entre el griterío del pequeño patio donde los más pequeños corretean con la felicidad del viernes, lo que estos adolescentes cuentan resuena con todavía mayor fuerza. Llegan los de 10 años para ver con respeto, educación y asombro. Quién sabe si dentro de ellos se están gestando esos tabús que un día podrán exponer a través de las performances. Igual este experimento puede llevarles a conocer otras realidades fuera de su barrio, puesto que el proyecto ha sido presentado en diferentes certámenes de innovaciones educativas y cuenta con el respaldo de las instituciones.
Cuando se sale del colegio y los gritos de los niños ya empiezan a acallarse durante el paseo hasta la parada de autobús, es imposible dejar atrás lo vivido en la escuela. Los problemas de los jóvenes le acompañan a uno puesto que todos vivimos parecidos. Pero la medicación, desde luego, es mirar hacia delante, contar lo que ocurre en nuestro interior y tratar de cambiarlo, y todo ello a través de un mensaje irreverente que no deja a nadie fuera del cuento.
2 respuestas a «Proyecto Trinchera: cómo enseñar a los niños a decirlo todo con arte y sin hablar»
No hubiese imaginado si quiera que en un barrio de la periferia bogotana se llevase a cabo algo así. Muy interesante, felicito a los docentes y alumnos.
Una vez más, Bogotá sorprende a los foráneos con proyectos frescos, innovadores y vanguardistas.