No importa cuándo leas esto, hoy vas a conseguir todo lo que te propongas. Sigue persiguiendo esa meta tan compleja porque no hay nada imposible. ¿No me crees? Deja de refunfuñar, vamos, tú puedes con todo. Persigue tus sueños, ellos saben el camino. Hay un millón de razones para ser feliz, ¡sonríe! Mi poder favorito es estar contigo. ¿Cómo que no me conoces? Pero si de todos los lugares donde he estado… ¡el mejor es a tu lado!
Quizás te haya parecido una escena tierna, entonces lo tuyo no tiene remedio. Cierra el artículo y entrégate al azúcar. Quienes quieran ver al protagonista flotando en un charco de su propia y esponjosa singularidad, que aguanten un poco más. Las mejores aventuras son las que vivimos juntos.
Las consignas cuquis del primer párrafo —y el cierre del segundo— entroncan con una corriente de pensamiento llamada psicología popular o psicología pop, una amalgama de teorías encaminadas a la conquista de algo tan poco aprehensible como la felicidad. De esta corriente penden, a su vez, infinidad de ramificaciones que alcanzan a tocar todos los palos del conocimiento. Psicología positiva, humanista, mindfulness, coaching, etc.
Por hacerlo menos abstracto: cuando alguien te habla del poder de la mente y de las cosas que podrías lograr con ella siguiendo un sencillo método, ese alguien suele llegar a fin de mes gracias a la psicología popular.
En tiempos de estrés generalizado los consejeros de la felicidad tienen vía libre para maniobrar en nuestro consciente. Son los grandes interioristas del siglo XXI: les damos las llaves y dejamos que nos amueblen la cabeza. A menudo lo hacen a través de la literatura de autoayuda. Hace unos días Buenafuente recibió en su programa a Rafael Santandreu, uno de los grandes autores del género, que acudió al espacio condicionado por un hecho insólito: su editorial había enviado al cómico las preguntas que debía hacer… y las respuestas que obtendría.
Santandreu se apresuró a justificar el gesto alegando que «los periodistas hacen muy malas entrevistas» y, a continuación, durante los siguientes trece minutos, teorizó sobre las propiedades terapéuticas de no darle demasiada importancia a las cosas. De modo que la clave está en relativizarlo todo, menos las preguntas de los periodistas.
Nadie les exige ejemplaridad, pero un poco de coherencia ayudaría a dulcificar ciertos recelos. Los prescriptores del optimismo acostumbran a lidiar con críticas de científicos y académicos, que afean el individualismo inoculado mediante estas enseñanzas.
Así lo considera Edgar Cabanas, profesor de la UCJC e investigador del Instituto Max Planck de Berlín, en una conversación con Yorokobu: «La autoayuda, al igual que la psicología positiva, responde a una forma de entendernos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Ambas construyen narrativas del yo altamente individualistas donde la sociedad no existe, sino que es un agregado de individuos, normas, etc. Por ejemplo: yo soy responsable de controlar mis emociones, mis problemas son míos y no sociales o estructurales, si estoy estresado, inquieto o amargado es porque no tengo la fuerza de voluntad suficiente. Este tipo de subjetividad, donde prima el “yo” frente al “resto”, es sin duda dominante en las sociedades actuales».
Según esto, todo depende de mí y de que interprete correctamente el libro de mi gurú. Si le pongo voluntad, superaré la depresión como quien deja de fumar. Me ahorraré la visita al psicólogo. Mutaré en una persona especial. ¿Convertiré el agua en vino con casera? Parece peligroso alimentar una concepción casi milagrosa de la psicología, infalible e inmediata, que sólo sirve para generar frustración y, a largo plazo, mayor infelicidad.
Funcionaría de otra forma con un poco de humor. Probablemente hayan sacado más sonrisas los memes de Paulo Cohelo que sus textos de autoayuda. La psicología pop construye el camino de la felicidad sobre una superficie lisa, pulcra y ridículamente trascendental; tan intensa que parece autoparódica.
Existe un desvío menos formal que se sirve de la psicología positiva para llegar a nuestros bolsillos. Hablamos de Mr Wonderful. Seis años después de su nacimiento, utilizando un humor blanquísimo, la marca catalana ha logrado ser la punta de lanza en el mercado de lo cuqui —según El Confidencial factura más de 30 millones al año—. Su éxito radica en crearnos la necesidad de beber café en tazas pizpiretas y organizarnos las tareas en cuadernos motivacionales. Nos dicen que somos la caña y que podemos con todo, y lo hacen de tal manera que no podemos más que sonreír.
Hasta que el imperio de la sonrisa se desmorona. Puede suceder en cualquier momento. La empresa necesita recortar personal y tú estás demasiado cerca de la puerta. Intentas sobrellevarlo, haces memoria y rescatas las metodologías de tus libros. Recuerdas que la felicidad consiste en autoconocerse y autocontrolarse, pero no puedes. Entonces buscas la empatía de alguien cercano, una palabra de alivio, algo a lo que aferrarte. Y todos te dicen lo mismo: «Sonríe». Suena tan vacío que te provoca vértigo. «Sonríe». Te lo dicen las tazas y las camisetas. «Sonríe, sé feliz». En los centros comerciales, en los anuncios de la tele; está por todas partes. «¡Te he dicho que sonrías!».
Los expertos lo llaman la industria de la felicidad. Consiste en rentabilizar el máximo anhelo de todo ser humano. «Esta industria es muy poderosa, es global, y genera descomunales beneficios. En términos económicos, a toda librería le interesa promocionar y dar prioridad a los libros de autoayuda, y a todo autor le interesa escribir un libro de este género.
El público potencial es, de hecho, todo el mundo», reflexiona Cabanas, que también analiza el caso de Mr. Wonderful: «Su vinculación con la autoayuda no podría ser más clara. ¿Para qué leer un libro si el mensaje es igual de potente con una simple frase en una taza de café? Esto refleja muy bien lo que decía antes: estamos tan familiarizados con este tipo de narrativas del yo y nos sentimos tan reflejados en ellas que nos vale una simple frase para confortarnos o animarnos».
Obviamente, no hay nada de malo en que una marca alcance el éxito comercial. De hecho resulta inspirador. Tampoco en que un autor superventas nos proporcione cierta sensación de seguridad, consuelo o reafirmación. A casi todos nos ha venido bien alguna vez. El problema es que la industria de la felicidad no contempla su reverso. No tiene un plan B. El pensamiento positivo se ha convertido en un imperativo. Encierra un gran desequilibrio que impide que avancemos hacia esa felicidad que propugna, porque como quedó demostrado en Del revés —y Pixar es irrefutable—, la tristeza también sirve para impulsarnos.
Así pues juguemos en una escala de grises. ¿Hoy es un buen día para sonreír? Y tanto. ¿Hay algo imposible? Muchas cosas: encenderse un cigarro con fuego valyrio, tener la química de Ryan Gosling y Emma Stone en La La Land o encontrarle el puntito a Donald Trump.