Entonces los lomos del Mediterráneo no rebosaban cemento. Eran los años 60. A la ciudad de Calpe llegó un arquitecto llamado Ricardo Bofill con muchos papeles bajo el brazo. Iba a construir un edificio al lado del mar. El conjunto de viviendas se levantaría sobre un conglomerado de geometrías, patios, pasillos y escaleras de varios colores.
En 1973 el edificio estaba en pie. La Muralla roja era completamente distinta a todo lo demás, pero en su alma contenía la historia de las orillas europeas y africanas del Mediterráneo. Sus bloques recordaban a las torres de adobe norteafricanas y sus patios evocaban la arquitectura popular ibérica.
Rafa Goicoechea pasó un día por Calpe y a lo lejos vio aquella majestuosidad roja. El interior le impresionó aún más. Y de algún modo sus torreones y sus escaleras misteriosas quedaron enredadas en sus pensamientos. El diseñador gráfico lo descubrió el día que esbozó la portada de Yorokobu de este mes de septiembre. Empezó a construir una edificación que contuviera la palabra Yorokobu y entre sus letras se fue armando una estructura similar a la de la Muralla roja.
Puede incluso que esta especie de ciudad o fábrica, como Goicoechea la describe, tenga sus orígenes en un tiempo y un lugar mucho más remotos. En esa obra maestra de la arquitectura donde vivía un próspero pueblo inca en el siglo XV: Machu Picchu. Allí también subían y bajaban las escaleras sin prestar atención al vértigo insoportable que yacía a sus pies.
«Tengo obsesión por las escaleras», indica Goicoechea. «En esta composición hay muchas que no llevan a ningún sitio». Pero tampoco hace falta. Porque, para el diseñador gráfico, estos peldaños podrían ser sólo una metáfora de los desafíos que plantea la vida. Desafíos en colores pasteles y en geometrías de vértigo.
Una respuesta a «Sí, la obsesión por las escaleras existe»
¿No creéis que podríamos haber hecho una sutil mención a Penrose, Escher y yá porqué no de paso a Monument Valley? La riqueza hay que compartirla 😀